domingo, 20 de julio de 2014

La ventana indiscreta


Dio un nuevo sorbo a la descomunal jarra de cerveza que le habían servido y se revolvió inquieto en la silla, valorando la posibilidad de levantarse y continuar su paseo o quedarse un rato más, fisgoneando en las vidas ajenas. Finalmente Norte decidió seguir observando a la gente que pasaba por delante de la terraza de la cafetería situada en Staroměstské náměstí y así darse un tiempo extra que le permitiera acabar airoso la cerveza.

Se arrellanó en la cómoda silla de paja y se dispuso a dejar transcurrir el tiempo. A su izquierda, en la línea de mesas inmediatamente anterior a la suya y parapetado tras el seto que separaba la zona de la terraza de la plaza, un joven fotografiaba a los viandantes ayudado por el potente teleobjetivo de su cámara. 

Norte sonrió al pensar que la situación le recordaba a la película “La ventana indiscreta” de Alfred Hitchcock, aunque en este caso ¿quién sería James Stewart?, ¿el fotógrafo o él? 

Observó con detenimiento, intentando vislumbrar alguno de las fotografías que, tras el disparo, se veían en la pantalla de la cámara y comprobó que todas, sin excepción, correspondían a primeros planos de viandantes. Jóvenes, adultos, parejas, grupos,… no parecía haber ningún criterio que no fuese el de fotografiar personas anónimas que pasaban por allí. Era como un francotirador apostado a la espera de una víctima. Vestía un largo abrigo de color azul y sobre la mesa descansaba un sombrero de fieltro de color negro, adornado con una fina cinta de color cuero. Allí, mimetizado, observaba expectante a los viandantes al acecho de su próxima pieza. 

Y es que la verdad, Praga se prestaba a ello. La magia de la Ciudad Vieja, la exuberancia barroca de la Malá Strana o la distinción art nouveau de la Ciudad Nueva, aderezados con miles de turistas de todo el mundo, constituían un entorno perfecto para perderse en una ciudad maravillosa. 

«Será un cazador de tendencias…» ̶ pensó Norte recordando un artículo que había leído hacía tan solo un par de días ̶ «… o seguramente un turista aburrido que se entretiene haciendo fotos mientras descansa tomándose una cerveza». 

Instintivamente tomó su cámara y repasó sus fotos, comprobando que, en efecto, también él había fotografiado multitud de pequeños rincones. Y en muchos de ellos lo había hecho por una situación concreta. Tan solo un instante antes de sentarse en la terraza había presenciado una acalorada discusión de una pareja frente a la Casa de las tres rosas blancas, justo en las hermosas verjas que rodean la fuente gótica. No pudo comprender lo que decían pero, en todo caso, estaban ya en esa fase de una discusión en la que no se disimula. Finalmente Norte desvió su mirada avergonzado cuando la chica se percató de que los estaba observando. 


Levantó la vista y, sorprendido, comprobó que su James Stewart particular había desaparecido. Sobre la mesa una jarra de cerveza vacía y un pequeño plato con la cuenta. Norte observó con detenimiento los alrededores, la plaza, incluso miró hacia el interior de la cafetería. Ni rastro del curioso personaje. 

Siguió pasando sus fotos para detenerse en un hermoso primer plano de la Princesa Libuse, fundadora de la dinastía Premysl. Una bella imagen art nouveau que preside el número 22 de Karlova ulice. Recordó que en el momento de fotografiarla, un pequeño grupo de turistas ya entrados en años, atendían un poco aburridos las explicaciones que uno de ellos les daba. Se trataba posiblemente del líder del grupo, el jubilado que había preparado durante semanas el viaje, y que ahora los atormentaba con un torrente de información que apenas despertaba interés ellos, deseosos quizás de sentarse cómodamente frente a un buen codillo asado y una cerveza.


Se detuvo de nuevo cuando en la pantalla de la cámara apareció un bello plano del Cementerio Judío. Una sucesión de antiguas lápidas, distribuidas sin orden aparente, eran el testigo mudo de trescientos años de enterramientos de miles de judíos. Sobre ellas, cientos de pequeños guijarros y deseos escritos en papel, arropadas por un profundo silencio, mantenían viva la esencia del pueblo hebreo.


Por fin, le dio el último trago a su cerveza, se levantó y se dirigió, caminando lentamente hacia Malá Strana, dejando atrás el Palacio de Goltz Kinsky, posiblemente el palacio rococó más bonito de Praga, y durante un tiempo sede de una academia en la que estudió Franz Kafka entre 1893 y 1901.


Tenía su destino muy claro. Era uno de sus rincones favoritos en Praga y aunque su sentido inicial se había desvirtuado en los últimos años seguía, siendo un lugar único que se reinventaba día a día. 

No le llevó demasiado tiempo cruzar el Puente de Carlos y, en unos minutos, estaba frente a él: el Muro de Lennon, clamor de libertad sofocado y vuelto a renacer una y otra vez. Casualmente un guitarrista interpretaba en ese momento Imagine.


Esperó al final del tema, depositó una moneda en la funda de la guitarra y se volvió para continuar su camino. En ese instante se percató que un hombre con abrigo azul y sombrero de fieltro lo fotografiaba con un potente teleobjetivo.

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