domingo, 14 de septiembre de 2014

Una extraña fascinación


Nada más entrar se percataron  de la suerte que habían tenido. Justo en ese instante salía un numeroso grupo de turistas de la capilla lateral de la Iglesia de Nuestra Señora y, tras el pequeño revuelo que se produjo en la puerta, un recogido silencio inundó todo el recinto.

Llevaban todo el día esperando. Habían decidido que el mediodía sería el mejor momento para visitarla, con la esperanza de que el número de turistas fuese menor a esas horas y, al parecer, había acertado. La luz penetraba por cada una de las ventanas laterales, formando unas potentes estelas luminosas que incidían en el suelo de la iglesia, dándole un aspecto casi mágico. 

La mañana había transcurrido lentamente, callejeando por la “ciudad decorado” y disfrutando del sol en una de las terrazas de la Grote Markt. A pesar de que Norte no era partidario de viajar a esos lugares tan visitados, admirar de cerca la creación de Miguel Ángel, tenía un precio y ese no era otro que soportar las riadas de turistas ávidos de fotografiar cada una de las piedras de aquella ciudad. 


Se sentaron en la primera fila de bancos. Desde allí apenas 5 metros les separaban de ella y, como siempre que admiraba una escultura del genial artista, se volvía a sorprender de la calidez que lograba transmitirle a un frío trozo de mármol de Carrara.

- No, de frente no –le advirtió ella-. Debemos situarnos a la izquierda. Desde allí captaremos la verdadera expresión de su mirada.

Sorprendido, Norte le hizo un gesto invitándola a que le explicara el enigma.

- En realidad la Madonna y el Niño fue diseñada para Siena, pero dos mercaderes de Brujas que estaban haciendo negocios en Florencia la compraron y la trajeron aquí en un mercante.

- ¿Y eso que tiene que ver para admirarla desde un determinado lugar? –preguntó curioso,  atrapado por una extraña fascinación que le había causado nada más entrar y verla destacando en el centro del altar.


- La obra está pensada para observarla desde una determinada posición –respondió de inmediato ella-. No de frente como parecería natural, sino desde la izquierda... y además desde una posición un poco mas baja. No es un capricho del artista.  Es que Miguel Ángel diseñó la obra para Siena, y allí iba a estar colocada a unos 8 metros de alto, y para ser contemplada desde este ángulo.

En efecto, Norte se dio cuenta entonces que, cuando se contemplaba la figura de frente, tanto la Virgen como el Niño parecían ausentes, mirando hacia el suelo. Pero en cuanto cambió de posición descubrió que a quién realmente estaban mirando era a él.

- Fíjate en la mano izquierda de la Virgen –continuó Francesca-. Es un gesto natural, no lo retiene, no impide que se vaya, simplemente mantiene el contacto con él antes de que, según dicen los expertos,  Jesús comience su misión en la tierra.

Cuando más la contemplaba, más se deleitaba. Tomó la mano de Francesca y deslizó las yemas de sus dedos por su piel.

- ¿Te has fijado en la desproporción de las imágenes? –continuó ella-. El niño es más grande que lo que correspondería a uno de esa edad, pero en realidad es una genialidad de Miguel Ángel, que diseñó la obra para situarla a esa altura e incorporando este truco óptico para acentuar la perspectiva y resaltar la figura del niño.


A cada instante que pasaba se sentían más y más atrapados por “La Madonna de Brujas”. La belleza clásica del rostro de la virgen, resaltado por los pliegues del manto que lo enmarcan y alargan, por sus manos, representadas de tal modo que parecen estar a punto de realizar un leve movimiento. El resultado es la transformación de un frío trozo de mármol en una obra de arte que produce una extraña, pero deliciosa, fascinación.  

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