jueves, 24 de marzo de 2016

Hijos del viento


Todavía resoplando por el esfuerzo, comprobó que subir hasta aquella atalaya rocosa que se alzaba justo al comienzo de la playa de Area Longa, había valido la pena. Desde allí podía disfrutar de una hermosa panorámica de la entrada de la Ría de Muros-Noia y, como telón de fondo, el Monte Louro, formando parte de esa maravillosa escenografía que conforma el principio o el fin, según se mire, de la Costa da Morte.

Nada más verlo,  Norte recordó las numerosas leyendas que conocía sobre aquel lugar y sonrió al pensar que en Galicia, la magia y la racionalidad coquetean asiduamente en un juego de seducción que a nadie extraña. Ningún gallego dudará jamás de la existencia de la mítica ciudad sumergida bajo las someras aguas de la laguna de las Xarfas situada a los pies del Monte Louro, ni vacilará al afirmar con absoluta rotundidad sobre la existencia de secretas cuevas dos mouros, repletas de tesoros, que horadan su interior o, simplemente, presumirá de que aquel promontorio granítico de apenas 250 metros de altura, fue el lugar donde el patriarca encalló el arca tras el diluvio universal. Ni más ni menos.


Aprovechando la bajamar, continuó caminando por la playa en dirección a una pequeña península rocosa que se adentraba en el azul intenso del Océano Atlántico. Desde aquella distancia Norte comenzó a vislumbrar los restos de un muro defensivo y construcciones circulares que rivalizaban con el hermoso maremágnum de piedra granítica que la naturaleza, pacientemente, se había encargado de modelar.


Nada más acercarse a la primera de las murallas pudo apreciar su desordenado urbanismo, con una  distribución aparentemente caótica de las viviendas circulares, levantadas hacía más de 2000 años por la tribu celta de los Presamarcos en el Castro de Baroña (Portosín – Galicia).

Ese desarrollo constructivo siempre le había resultado estéticamente muy sugestivo, formando  parte de una cultura, la castrexa, con rasgos propios y distintivos que han hecho que la huella celta siga presente en Galicia y que el tiempo no ha podido borrar.


Se detuvo durante unos instantes para admirar el conjunto. Para él la belleza de aquel lugar radicaba en una hermosa fusión de naturaleza y esfuerzo humano a partes iguales y, aunque consciente de que aquellas gentes habían decidido vivir allí por razones más pragmáticas como la facilidad para defenderse o la abundancia de pescados y mariscos, a él le gustaba imaginar que en la elección de la zona de su asentamiento, habían pesado otras motivaciones, como la belleza del lugar con el mar batiendo incesantemente sobre las rocas y el viento azotando sin descanso cada centímetro cuadrado del poblado.

Quizás por ello se le atribuye la paternidad de los celtas a Rudra, Dios del viento y la tempestad. Quizás por ello los celtas eran soldados aguerridos que preferían la muerte a la derrota y, tal vez por ello, se les denominaba “hijos del viento”.

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