viernes, 19 de agosto de 2016

El románico perfecto


No hacía mucho tiempo, alguien le había dicho “que el cansancio del camino no te impida pensar” y sin embargo cuando partió de Hontanas no pensó en los más de treinta quilómetros que ese día le quedaban por delante. Treinta quilómetros de caminos polvorientos, de interminables y monótonas pistas agrícolas y de rectilíneas carreteras secundarias que atravesaban el ondulado paisaje de Tierra de Campos. Treinta quilómetros de un horizonte jalonado por palomares de barro y paja cocidos al sol, de castillos y de hermosas iglesias románicas que despuntan en la lejanía. Treinta quilómetros de sol; de un sol abrasador e insoportable. El mismo sol que llevaba castigando impenitentemente a Norte desde hacía varios días y que, muy a su pesar, le acompañaría durante varios días más.

Tampoco pensó en los más de cuatrocientos cincuenta quilómetros que había de recorrer en los próximos días hasta alcanzar su meta. Y tampoco le sirvió de mucho recordar los  trescientos cincuenta y cuatro quilómetros que llevaba caminado desde que ya hacía casi quince días había partido de Saint Jean Pied de Port.

Se acercaba al meridiano de su viaje. En realidad se acercaba a la mitad desde el punto de vista matemático; porque desde el punto de vista emocional, si pudiese denominarse así, esa sensación de que finalmente alcanzaría la meta a pesar del calor, del frío o de la lluvia; de las ampollas en sus pies o del dolor de espalda que a veces le obligaba a parar y apretar los dientes, ese reto lo había superado hacía ya varios días. Ahora sentía que estaba plenamente resuelto a terminar “su camino” que, en su caso, no era otro que llegar a Santiago de Compostela.

Los últimos quilómetros del día, ya con Frómista a la vista, habían transcurrido apaciblemente, acompañado por el leve murmullo de las aguas reposadas y sosegadas del Canal de Castilla. Un silencio solo interrumpido por el cadencioso sonido del caminar de un par de peregrinos con los que, en un juego interminable de silencios y miradas dibujó, sin decirlo, una constelación de palabras.

Por qué si algo había aprendido Norte durante el camino fue a caminar en silencio, acompañado de una deliciosa soledad que le hacía sentir una seductora sensación de libertad. Por qué si algo recordó Norte durante el camino fue todo lo que ya sabía pero la vida le había hecho olvidar. Y por qué si algo Norte experimentó durante el camino fue la solidaridad, ese apoyo incondicional a los semejantes con una ilimitada capacidad de entrega que pudo comprobar a diario a lo largo de su viaje.

Se detuvo unos instantes para admirar el conjunto de cuatro esclusas consecutivas que se encuentra a las puertas de Frómista, un punto excepcional donde se cruzan el Canal de Castilla y el Camino de Santiago, un lugar de encuentro de caminos: el camino de sirga y el camino francés.


Norte no dejó de pensar en la huella indeleble que ambos caminos habían dejado y continúan dejando. Por un lado, el singular trazado fluvial del Canal de Castilla que recorre las provincias de Burgos, Palencia y Valladolid, diseñado como vía fluvial para el transporte de mercancías y como medio de comunicación que lleva influyendo en el paisaje y en las costumbres de sus vecinos (canaleros) desde que se construyó a mediados del siglo XVIII. Y, por otro, el Camino de Santiago, convertido en un notorio fenómeno cultural y espiritual,… en una verdadera autovía del conocimiento, desde que, allá por el siglo IX se comenzara a transitar.

Y por fin Norte se encontró con una de las joyas del camino: la Iglesia deSan Martín de Tours en Frómista. Para él, el románico perfecto. Porque, a pesar de la drástica y muchas veces cuestionada restauración que se hizo a finales del siglo XIX, al contemplar este templo de formas serenas y equilibradas, de una gran hermosura ornamental, se podía comprender el objetivo de sus constructores como un medio de alabanza a Dios. 


Paseó por el exterior, disfrutando de los más de trescientos canecillos que ocupan todo el contorno exterior del tejado del templo con un gran número de figuras con diseños vegetales, geométricos, seres humanos y animales, también monstruos mitológicos y personajes con representaciones eróticas y obscenas. A diferentes alturas y recorriendo todo el perímetro de la iglesia, un sencillo pero hermoso ajedrezado que complementaba a la perfección con las sobria ornamentación románica, contribuía a esa sensación de serenidad que transmitía nada más verla. 


Porque, a pesar de que el arte románico no es refinado, a Norte no dejaba de sorprenderle su sensibilidad primitiva y rural, el empleo de formas y volúmenes muy sencillos que no tenían como objetivo la estética del edificio sino la exaltación religiosa y la ofrenda a Dios.

Y fue precisamente en el interior de San Martín cuando Norte comprendió que en ese mundo rural, con un pueblo inculto y analfabeto al que era necesario instruir, se hacía una enseñanza en muchas ocasiones con un mensaje más centrado en el temor a Dios que en la comprensión de su doctrina. Y sus cincuenta capiteles eran una buena prueba de ello y además de la representación de pasajes bíblicos o mensajes moralistas también estaban presentes el miedo, el castigo y monstruos mitológicos para asustar a las gentes. 


Pero, a pesar del cansancio, Norte no pudo dejar de saborear su embrujo, el hechizo de un templo fascinante que nos muestra la belleza de sus proporciones y sus formas serenas y equilibradas, que hacen de San Martín de Tours el románico perfecto.

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