sábado, 24 de junio de 2017

La isla de hielo y fuego



«Islandia tiene mucho de un realismo helador, un realismo mágico que hace de esa isla que flota en el Océano Atlántico, entre Groenlandia y el continente europeo, un lugar de una estremecedora grandiosidad»  ̶ pensaba Norte mientras contemplaba los hermosos témpanos de hielo azul turquesa  desprendidos  del glaciar Vatnajokull.


Un glaciar inmenso que produce paisajes extraordinariamente bellos, como solo la naturaleza nos sabe mostrar. Un paisaje que se reinventa a cada instante, mostrándonos una hermosa e infinita combinación de glaciares, montañas, morrenas , lagos y volcanes.


Pero Islandia es también una tierra de contrastes, … un lugar donde la tierra arde.  Una tierra repleta de calderas de lodo, fumarolas, fuentes termales y géiseres…


Fuentes termales que brotan de las entrañas de la tierra… surtidores intermitentes de agua caliente.


La fisonomía pasmosamente bella y quizás cruel de las montañas es el lugar por donde discurre el hielo azul y frío de los glaciares, ya en forma líquida en su camino hacia el mar.


La sensación que se siente cuando se oye el estruendo que produce el río Hvitá al precipitarse aguas abajo no es más que la antesala de la emoción que produce al llegar a Gullfoss y contemplar caer toda esa cantidad de agua al vacío y perderse en un cañón estrecho y profundo.


En Skógafoss el agua se despeña desde la meseta central hasta la llanura costera en un salto limpio, nítido y, sobre todo, conmovedoramente bello.


Y cuando nos imaginamos que la naturaleza ha agotado su imaginación y que ya no nos puede asombrar de ningún modo,  Svartifoss nos sorprende y el agua se abre camino, esta vez entre bellas columnas basálticas negras.


Y allí donde la naturaleza da una pequeña tregua, los islandeses han aprendido a sobrevivir en un medio arisco y helador, en un pulso constante con la naturaleza.  


Y donde la naturaleza hace suyo todo lo que se le acerca y lo incorpora al paisaje como solo ella sabe hacer.



Y si todo ello no fuera suficiente un océano inmenso rodea a este lugar y sus playas de arena negra y aguas frías marcan el límite exterior de una naturaleza salvaje y despoblada.

sábado, 17 de junio de 2017

La plaza del conocimiento


A pesar de que las bibliotecas no eran un espacio desconocido para él y que, a lo largo de su vida, había trabajado y disfrutado al amparo de anaqueles repletos de libros en muchos lugares, en cuanto se sentó en aquella sala, Norte se dio cuenta de que era un amor a primera vista,... pese a ello, no sabría decir el porqué de ese enamoramiento en el primer encuentro. 

Se hallaba en un país altamente tecnológico, en plena era digital y en un ámbito, el de la información, que rápidamente se incorporó a la New Media Age y, sin embargo, la Boston Public Library, con su estructura de biblioteca tradicoinal, ejerció una enorme fascinación sobre él. 

Quizás haber sido la primera biblioteca pública municipal de los EEUU era un honor que sin duda haría enorgullecer a cualquiera y si además se puede presumir de ser la primera biblioteca pública que permitió, allá por el año 1854, el préstamo de libros para llevarlos a casa, convierte a la Boston Public Library en un lugar de reputado prestigio.


O acaso los 15 millones de volúmenes o los más de 350.000 mapas antiguos y obras de Rembrandt, Durero, Goya o Toulouse-Lautrec, que habitan en su interior constituyan un argumento difícil de rebatir.


Todo ello acogido en un hermoso edificio de estilo neorenacentista en el que sobresalen la sala de lectura Bates Hall, la escalinata principal, los leones de mármol o la galería de muros pintados,… tal vez fuese por todo ello, pero el resultado fue que Norte se sintió seducido desde el primer instante. 


Porque Boston huele a libro y como en una enorme Ágora, en Copley Square, la Boston Public Library fue denominada como “palacio para el pueblo”. Un lugar en donde, con la lectura se infunde el placer de la lentitud, donde la curiosidad se impone como parte importante de la búsqueda del conocimiento, donde la creatividad y la sorpresa por lo desconocido campan a sus anchas,… es la plaza del conocimiento.




sábado, 10 de junio de 2017

Suspendida sobre el vacío


Cuando le preguntaban cómo se había enganchado a viajar, Norte siempre reaccionaba igual. En su rostro se formaba algo que recordaba a una sonrisa y, de inmediato, respondía que no lo sabía pero que, en todo caso, viajar le permitía habitar en otro mundo durante unas horas.

A decir verdad siempre pensó que esa respuesta se podría aplicar a muchos ámbitos de la vida, por ejemplo, leer, o mejor dicho al gusto por la lectura. Porque, al fin y al cabo, no había mucha diferencia ya que cuando viajaba vivía sensaciones parecidas a cuando leía y cada momento del viaje se asemejaba al capítulo de un libro.

Así que cuando a lo lejos divisó Frías, cabalgando sobre el Cerro de la Muela, Norte supo que había caído en sus manos una magnífica lectura de la que a buen seguro iba a disfrutar.


Y es que si había algo que caracterizaba a la pequeña ciudad de Frías era que parecía suspendida sobre el vacío, como guardando un precario equilibrio.


El Puente Medieval  sobre el río Ebro, ejerce de eterno centinela y vía de comunicación entre la meseta castellana y el norte de la Península Ibérica.


Sus casas colgantes de entramado de madera se aferran estoicamente al terreno desde hace siglos, en un ejercicio de equilibrios imposibles.


La Torre del Castillo de los Velasco, toda una experiencia de vértigo, con el abismo a sus pies.



Pero cuando uno se adentra en el pequeño pueblo con título de ciudad, todo se hace más amable, más humano, y quizás por ello Frías se encuentra en la exclusiva lista de los pueblos más bonitos de España.


Es entonces cuando se puede saborear el penúltimo capítulo de ese hermoso libro que uno comienza cuando, desde la distancia, divisa Frías.