viernes, 16 de febrero de 2018

Era,... como tocar el cielo al atardecer


A medida que el sol se precipitaba tras el horizonte y la luz disminuía, Norte aceleró el paso. Apenas quedaban unos minutos para el ocaso y no quería perderse uno de los mejores momentos del día; eses instantes de total armonía con la naturaleza en los que nos invade esa maravillosa sensación de paz interior.

Caminaba sobre una mullida alfombra de acículas en un frondoso bosque de pino canario del Parque Natural de Tamadaba, en el municipio grancanario de Agaete. A más de 1.000 metros de altura, sobre el mar de nubes que tapizaba el horizonte, sintió un cúmulo de sensaciones que todavía se mantienen en su recuerdo: el silencio, solo interrumpido por el ligero crujir de las acículas secas bajo sus botas; la suave brisa que removía las ramas de los árboles y acentuaba el aroma acre e intenso de los pinos; y el color,... ese color cálido y aterciopelado del horizonte al atardecer, una explosión de rojos, anaranjados y rosados.


Unos instantes antes de que el sol se desvaneciera en las sombras de la noche, trepó hasta un roquedo que colgaba del acantilado y, desde ese balcón de privilegio, Norte pudo disfrutar de la silueta majestuosa del Teide, en la isla de Tenerife recortada sobre el horizonte, como flotando sobre un mar de nubes. 


Era uno de los espectáculos más bellos de la naturaleza. Era,... como tocar el cielo al atardecer.

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