Pirámide del Sol
(Teotihuacán)
Nada más alcanzar la explanada que se extendía frente a aquella enorme
pirámide pétrea, se detuvo asombrado al pie de la interminable escalera que
ascendía hasta su cima. En lo más alto y a diferentes niveles, pequeñas figuras
ascendían cansinas, uno a uno, los más de 250 escalones que él también habría
de subir si quería disfrutar de la privilegiada vista que sin duda se
disfrutaría desde allí arriba.
Todo en Teotihuacán era fascinante y su embrujo atrapó a Norte desde el
primer momento. Cuando partió, hacía apenas una hora de México DF, no podía
imaginarse lo que allí se encontraría. Las ruinas de una colosal urbe que en
sus mejores momentos albergó a más de cien mil almas y que se convirtió en una
de las mayores metrópolis prehispánicas de Mesoamérica.
Y es que todo en ella era un enigma, incluso el nombre que le dieron sus
fundadores sigue siendo un misterio 2000 años después. Su topónimo actual de Teotihuacán,
es en realidad el nombre con el que los mexicas la denominaron cuando se encontraron con la enorme ciudad en
ruinas, mucho tiempo después de que fuese abandonada. También se desconoce la
identidad étnica del pueblo que la erigió o las causas del colapso de su
civilización y de su posterior desaparición, quedando solo los vestigios de lo
que un día fue su magnífica ciudad. Teotihuacán era como un enorme barco encallado
entre las brumas del tiempo.
Y es que todo en ella era grandioso. Especialmente la Pirámide del Sol,
construida en torno al año 200 de nuestra era; un enorme poliedro de 63 metros
de altura y 223 metros de lado que se levanta
en medio de aquel valle desértico y que rivaliza con las pirámides más
grandes del mundo. Durante unos instantes Norte pensó en el enorme esfuerzo que
debió suponer su construcción para una sociedad que carecía de las herramientas
más elementales y se preguntó qué favores les habrían otorgado unos dioses merecedores de aquel esfuerzo titánico.
Y es que todo en aquella ciudad era solemne. Y se imaginó las ofrendas en
la Pirámide de la Luna; otra soberbia construcción que preside un conjunto de
12 pirámides escalonadas de menor tamaño que se distribuyen en torno a una gran
explanada ceremonial, la Plaza de la Luna, que debió dedicarse a rituales
religiosos. Y es que la Pirámide de la Luna delimita por el norte la Avenida de
los Muertos y constituye uno de los puntos más especiales de todo Teotihuacán.
Plaza y Pirámide de la Luna (Teotihuacán)
Y es que todo en ella era monumental. Sobre todo cuando Norte pudo
visualizar con cierta perspectiva la Calzada de los Muertos, una gran avenida
central de más de tres quilómetros de longitud
en torno a la cual se sitúan los edificios más importantes. Por ella discurrirían
muchas de las conmemoraciones rituales que para el pueblo Teotihuacano
asegurarían la prosperidad de la ciudad.
Y Norte trató de imaginar las sensaciones que sentirían los prisioneros,
avanzando humillados y aterrados hacia su sacrificio a lo largo de aquella
interminable avenida flanqueada por hermosos edificios policromados.
Prisioneros aturdidos que, con seguridad, jamás habían visto nada parecido en
su vida, asombrados por el tamaño y la riqueza de las construcciones y
aterrorizados por su destino.
Avenida de los muertos y Pirámide del Sol (Teotihuacán)
Y es que todo en ella era colorido. Las
paredes de los templos, también las de la Pirámide del Sol, habían estado revestidas
de estuco y color. Pero si algo llamó la atención de Norte fueron las pinturas
murales. Arrebatadoramente bellas, con sus coloraciones destacando de un modo
especial, quizás por los pigmentos, quizás por la propia armonía del conjunto o
la maestría de los artistas que las realizaron.
Alegoría del Tlalocan”. Detalle en la pintura
mural del Palacio de Tepantitla (Teotihuacán)
Y es que en aquella ciudad, los jaguares eran dioses que simbolizaban la
fertilidad del suelo. Y Norte pudo deleitarse con procesiones de criaturas
míticas como hermosos jaguares, adornados con conchas marinas y emplumados con
penachos de plumas de quetzal, que tocan caracolas marinas también con penachos
de plumas y que derraman gotas de agua en una hermosa alegoría a este elemento,
tan preciado en la zona.
Detalle de la pintura mural del Palacio de los
Jaguares (Teotihuacán)
Y es que todo en aquella ciudad era hermoso. Como el Templo de Quetzalcoatl,
decorado con enormes cabezas de serpientes con el cuerpo cubierto de plumas.
Una pirámide de siete niveles que todavía conserva muchas de sus cabezas
aferradas a ella y que a Norte le pareció la más bella de todo Teotihuacán.
La pirámide de la Serpiente Emplumada o
Quetzalcóatl (Teotihuacán)
Porque Quetzalcóatl es el dios más antiguo de América Central. Es el dios de la “serpiente emplumada”, era el dios de la
naturaleza, los vientos y la lluvia.
Quetzalcóatl. Museo del sitio arqueológico
(Teotihuacán)
Y es que Teotihuacán era el
lugar donde residen los dioses. «O mejor sería decir el lugar donde los hombres
se convierten en dioses » –pensó Norte
cuando se detuvo de nuevo delante de la inmensa Pirámide del Sol, dispuesto a
subir los más de 250 escalones hasta su cima.