viernes, 26 de agosto de 2016

El lugar donde viven los dioses

Pirámide del Sol (Teotihuacán)

Nada más alcanzar la explanada que se extendía frente a aquella enorme pirámide pétrea, se detuvo asombrado al pie de la interminable escalera que ascendía hasta su cima. En lo más alto y a diferentes niveles, pequeñas figuras ascendían cansinas, uno a uno, los más de 250 escalones que él también habría de subir si quería disfrutar de la privilegiada vista que sin duda se disfrutaría desde allí arriba.

Todo en Teotihuacán era fascinante y su embrujo atrapó a Norte desde el primer momento. Cuando partió, hacía apenas una hora de México DF, no podía imaginarse lo que allí se encontraría. Las ruinas de una colosal urbe que en sus mejores momentos albergó a más de cien mil almas y que se convirtió en una de las mayores metrópolis prehispánicas de Mesoamérica.

Y es que todo en ella era un enigma, incluso el nombre que le dieron sus fundadores sigue siendo un misterio 2000 años después. Su topónimo actual de Teotihuacán, es en realidad el nombre con el que los mexicas la denominaron  cuando se encontraron con la enorme ciudad en ruinas, mucho tiempo después de que fuese abandonada. También se desconoce la identidad étnica del pueblo que la erigió o las causas del colapso de su civilización y de su posterior desaparición, quedando solo los vestigios de lo que un día fue su magnífica ciudad. Teotihuacán era como un enorme barco encallado entre las brumas del tiempo.

Y es que todo en ella era grandioso. Especialmente la Pirámide del Sol, construida en torno al año 200 de nuestra era; un enorme poliedro de 63 metros de altura y 223 metros de lado que se levanta  en medio de aquel valle desértico y que rivaliza con las pirámides más grandes del mundo. Durante unos instantes Norte pensó en el enorme esfuerzo que debió suponer su construcción para una sociedad que carecía de las herramientas más elementales y se preguntó qué favores les habrían otorgado unos dioses merecedores de aquel esfuerzo titánico.

Y es que todo en aquella ciudad era solemne. Y se imaginó las ofrendas en la Pirámide de la Luna; otra soberbia construcción que preside un conjunto de 12 pirámides escalonadas de menor tamaño que se distribuyen en torno a una gran explanada ceremonial, la Plaza de la Luna, que debió dedicarse a rituales religiosos. Y es que la Pirámide de la Luna delimita por el norte la Avenida de los Muertos y constituye uno de los puntos más especiales de todo Teotihuacán.

Plaza y Pirámide de la Luna (Teotihuacán)

Y es que todo en ella era monumental. Sobre todo cuando Norte pudo visualizar con cierta perspectiva la Calzada de los Muertos, una gran avenida central de más de tres quilómetros de longitud  en torno a la cual se sitúan los edificios más importantes. Por ella discurrirían muchas de las conmemoraciones rituales que para el pueblo Teotihuacano asegurarían la prosperidad de la ciudad.

Y Norte trató de imaginar las sensaciones que sentirían los prisioneros, avanzando humillados y aterrados hacia su sacrificio a lo largo de aquella interminable avenida flanqueada por hermosos edificios policromados. Prisioneros aturdidos que, con seguridad, jamás habían visto nada parecido en su vida, asombrados por el tamaño y la riqueza de las construcciones y aterrorizados por su destino. 

Avenida de los muertos y Pirámide del Sol (Teotihuacán)

Y es que todo en ella era colorido.  Las paredes de los templos, también las de la Pirámide del Sol, habían estado revestidas de estuco y color. Pero si algo llamó la atención de Norte fueron las pinturas murales. Arrebatadoramente bellas, con sus coloraciones destacando de un modo especial, quizás por los pigmentos, quizás por la propia armonía del conjunto o la maestría de los artistas que las realizaron.

Alegoría del Tlalocan”. Detalle en la pintura mural del Palacio de Tepantitla (Teotihuacán)

Y es que en aquella ciudad, los jaguares eran dioses que simbolizaban la fertilidad del suelo. Y Norte pudo deleitarse con procesiones de criaturas míticas como hermosos jaguares, adornados con conchas marinas y emplumados con penachos de plumas de quetzal, que tocan caracolas marinas también con penachos de plumas y que derraman gotas de agua en una hermosa alegoría a este elemento, tan preciado en la zona.

Detalle de la pintura mural del Palacio de los Jaguares (Teotihuacán)

Y es que todo en aquella ciudad era hermoso. Como el Templo de Quetzalcoatl, decorado con enormes cabezas de serpientes con el cuerpo cubierto de plumas. Una pirámide de siete niveles que todavía conserva muchas de sus cabezas aferradas a ella y que a Norte le pareció la más bella de todo Teotihuacán.

La pirámide de la Serpiente Emplumada o Quetzalcóatl (Teotihuacán)

Porque Quetzalcóatl es el dios más antiguo de América Central.  Es el dios de la  “serpiente emplumada”, era el dios de la naturaleza, los vientos y la lluvia. 

Quetzalcóatl. Museo del sitio arqueológico (Teotihuacán)

Y es que Teotihuacán era el lugar donde residen los dioses. «O mejor sería decir el lugar donde los hombres se convierten en dioses »  –pensó Norte cuando se detuvo de nuevo delante de la inmensa Pirámide del Sol, dispuesto a subir los más de 250 escalones hasta su cima. 

viernes, 19 de agosto de 2016

El románico perfecto


No hacía mucho tiempo, alguien le había dicho “que el cansancio del camino no te impida pensar” y sin embargo cuando partió de Hontanas no pensó en los más de treinta quilómetros que ese día le quedaban por delante. Treinta quilómetros de caminos polvorientos, de interminables y monótonas pistas agrícolas y de rectilíneas carreteras secundarias que atravesaban el ondulado paisaje de Tierra de Campos. Treinta quilómetros de un horizonte jalonado por palomares de barro y paja cocidos al sol, de castillos y de hermosas iglesias románicas que despuntan en la lejanía. Treinta quilómetros de sol; de un sol abrasador e insoportable. El mismo sol que llevaba castigando impenitentemente a Norte desde hacía varios días y que, muy a su pesar, le acompañaría durante varios días más.

Tampoco pensó en los más de cuatrocientos cincuenta quilómetros que había de recorrer en los próximos días hasta alcanzar su meta. Y tampoco le sirvió de mucho recordar los  trescientos cincuenta y cuatro quilómetros que llevaba caminado desde que ya hacía casi quince días había partido de Saint Jean Pied de Port.

Se acercaba al meridiano de su viaje. En realidad se acercaba a la mitad desde el punto de vista matemático; porque desde el punto de vista emocional, si pudiese denominarse así, esa sensación de que finalmente alcanzaría la meta a pesar del calor, del frío o de la lluvia; de las ampollas en sus pies o del dolor de espalda que a veces le obligaba a parar y apretar los dientes, ese reto lo había superado hacía ya varios días. Ahora sentía que estaba plenamente resuelto a terminar “su camino” que, en su caso, no era otro que llegar a Santiago de Compostela.

Los últimos quilómetros del día, ya con Frómista a la vista, habían transcurrido apaciblemente, acompañado por el leve murmullo de las aguas reposadas y sosegadas del Canal de Castilla. Un silencio solo interrumpido por el cadencioso sonido del caminar de un par de peregrinos con los que, en un juego interminable de silencios y miradas dibujó, sin decirlo, una constelación de palabras.

Por qué si algo había aprendido Norte durante el camino fue a caminar en silencio, acompañado de una deliciosa soledad que le hacía sentir una seductora sensación de libertad. Por qué si algo recordó Norte durante el camino fue todo lo que ya sabía pero la vida le había hecho olvidar. Y por qué si algo Norte experimentó durante el camino fue la solidaridad, ese apoyo incondicional a los semejantes con una ilimitada capacidad de entrega que pudo comprobar a diario a lo largo de su viaje.

Se detuvo unos instantes para admirar el conjunto de cuatro esclusas consecutivas que se encuentra a las puertas de Frómista, un punto excepcional donde se cruzan el Canal de Castilla y el Camino de Santiago, un lugar de encuentro de caminos: el camino de sirga y el camino francés.


Norte no dejó de pensar en la huella indeleble que ambos caminos habían dejado y continúan dejando. Por un lado, el singular trazado fluvial del Canal de Castilla que recorre las provincias de Burgos, Palencia y Valladolid, diseñado como vía fluvial para el transporte de mercancías y como medio de comunicación que lleva influyendo en el paisaje y en las costumbres de sus vecinos (canaleros) desde que se construyó a mediados del siglo XVIII. Y, por otro, el Camino de Santiago, convertido en un notorio fenómeno cultural y espiritual,… en una verdadera autovía del conocimiento, desde que, allá por el siglo IX se comenzara a transitar.

Y por fin Norte se encontró con una de las joyas del camino: la Iglesia deSan Martín de Tours en Frómista. Para él, el románico perfecto. Porque, a pesar de la drástica y muchas veces cuestionada restauración que se hizo a finales del siglo XIX, al contemplar este templo de formas serenas y equilibradas, de una gran hermosura ornamental, se podía comprender el objetivo de sus constructores como un medio de alabanza a Dios. 


Paseó por el exterior, disfrutando de los más de trescientos canecillos que ocupan todo el contorno exterior del tejado del templo con un gran número de figuras con diseños vegetales, geométricos, seres humanos y animales, también monstruos mitológicos y personajes con representaciones eróticas y obscenas. A diferentes alturas y recorriendo todo el perímetro de la iglesia, un sencillo pero hermoso ajedrezado que complementaba a la perfección con las sobria ornamentación románica, contribuía a esa sensación de serenidad que transmitía nada más verla. 


Porque, a pesar de que el arte románico no es refinado, a Norte no dejaba de sorprenderle su sensibilidad primitiva y rural, el empleo de formas y volúmenes muy sencillos que no tenían como objetivo la estética del edificio sino la exaltación religiosa y la ofrenda a Dios.

Y fue precisamente en el interior de San Martín cuando Norte comprendió que en ese mundo rural, con un pueblo inculto y analfabeto al que era necesario instruir, se hacía una enseñanza en muchas ocasiones con un mensaje más centrado en el temor a Dios que en la comprensión de su doctrina. Y sus cincuenta capiteles eran una buena prueba de ello y además de la representación de pasajes bíblicos o mensajes moralistas también estaban presentes el miedo, el castigo y monstruos mitológicos para asustar a las gentes. 


Pero, a pesar del cansancio, Norte no pudo dejar de saborear su embrujo, el hechizo de un templo fascinante que nos muestra la belleza de sus proporciones y sus formas serenas y equilibradas, que hacen de San Martín de Tours el románico perfecto.