Como si se tratase de una postrer caricia, de un último abrazo antes de que la negrura
de la noche lo invadiese todo, el sol se precipitó tras el horizonte, tiñendo el
cielo con una fascinante gama de infinitos rojos, amarillos y rosados.
Norte sabía que era el momento en el que se adentra en territorio ignoto,
una región desconocida y enigmática, en el que cada uno, a su manera, se aventura en un paisaje inventado en el que los sentimientos afloran…
… y donde la imaginación se convierte en protagonista.
Es el momento de caminar
descalzo, de sentir la calidez del día cada vez que los pies se hunden en la
arena todavía caliente de la playa de Maspalomas. Un lugar sin límites donde perdernos, aunque solo sea durante la fugaz eternnidad que dura el ocaso.
Pero, sobre todo, es un
escenario hecho a medida de cada uno, un escenario en el que, al mismo tiempo, nos convertimos en espectadores y protagonistas…
... es el rubor de la noche.