domingo, 15 de septiembre de 2019

Crete Senesi … quizás uno de los más bellos lugares del mundo


Todavía recordaba cuando había oído por primera vez ese extraño nombre, Crete Senesi. Fue ya hace algunos años cuando su amigo Julio le dijo que había estado en uno de los lugares más bellos que había visto en su vida. Claro que, ese viejo amigo acostumbraba a darse de bruces con el lugar más bello de la tierra cada vez que viajaba; así que Norte no le hizo mucho caso en ese momento y un recuerdo vago, … como un aroma sutil que se evoca pero que no se identifica, quedó flotando en su memoria, … hasta que, de improviso, ese recuerdo se avivó mientras revisaba la ruta en automóvil que tendría que hacer al día siguiente.
Tenía que viajar de Siena a Arezzo, así que cuando consultó la ruta en el navegador, algo le llamó de inmediato la atención, era sin duda el extraño pero evocador nombre del lugar del que le habían hablado años antes.
Porque Crete Sinesi es el nombre de una zona de la Toscana repleta de suaves colinas tapizadas de hermosos campos y tupidos bosquetes que conforman un bello mosaico cromático. Tierras de labor serpenteadas por ondulantes caminos bordeados de cipreses y salpicados por pequeñas localidades como Buonconvento, Asciano o Monteroni d´Arbia. Es la imagen más conocida de la región que, en primavera y buena parte del verano conforman esas bellas estampas toscanas que nos dejan atónitos.
Pero es quizás durante el invierno cuando a Norte le parece más bello. Tal vez la pobreza del suelo constituido por arcillas sienesas con su característica coloración grisácea que solo permite el cultivo de cereales de forraje y girasoles, o quizás el manejo que los habitantes de la zona han realizado durante cientos de años, han dado como resultado uno de los más bellos lugares del mundo, … y quizás su amigo Julio tuviese razón.







domingo, 1 de septiembre de 2019

La atalaya mágica


«Cuando la vegetación desaparece y las aristas ganan protagonismo, un reino pétreo, mineral, … salvaje surge ante nuestros ojos» ­ pensaba Norte, visiblemente emocionado por el espectáculo que contemplaba.
Para un simple aficionado al senderismo como él, aquella cumbre era como pasar de jugar en una liga regional a hacerlo en la Champions. Todo allí arriba era abrumador; la altitud, las pendientes imposibles, las condiciones climáticas, todo se transformaba en cifras superlativas que no hacían más que acrecentar la belleza desgarradora del Schilthorn, … una hermosísima atalaya mágica desde donde se divisan los picos más famosos de los Alpes.
Con toda probabilidad, de no ser por el teleférico en el que realizó la mayor parte de la ascensión, Norte se hubiese indigestado con los 2.970 metros de altitud de aquel coloso y jamás hubiese podido disfrutar de unas vistas privilegiadas. Un teleférico que debe salvar los más de 2.000 metros de desnivel haciendo el trayecto en cuatro etapas, cada cual más espectacular, lo que permite a los viajeros menos profesionales optar por hacer alguno de los tramos a pie y no desfallecer en el intento.


A medida que ascendía, Norte sentía como el horizonte se ensanchaba y él empequeñecía por momentos, … hasta llegar a la cima.
Necesitó varios minutos para recuperar el resuello, mientras de reojo visualizaba allá abajo la estación de Birg en la que se había bajado e intentaba interiorizar la, para él, gesta que acababa de realizar. En la distancia la panorámica de los más de 200 picos en una vista de 360º que no dejaba de asombrarle.

Jirones de nubes atrapadas en las cumbres añadían una pincelada apocalíptica a un lienzo irrepetible, … un cuadro que solo la naturaleza puede realizar. A un lado las cumbres del Eiger (3.970 m), Mönch (4.107 m) y Jungfrau (4.158 m), … y más allá el Mont-Blanc (4.810 m), rodeado de bellos glaciares. Toda una sucesión de cumbres que aturdía solo con mirarlas.



Cautivado por la escenografía, como si estuviese en un estado hipnótico, Norte no sabría decir el tiempo que se mantuvo allí, admirando el hermoso telón de fondo que la naturaleza le había regalado. Quizás tanto que comenzó a sentir los efectos del viento glacial que azotaba la cumbre del Schilthorn, así que recogió su mochila, guardó la cámara y se dirigió a tomar un café al Piz Gloria. Porqué allí, en la misma cima a casi 3000 m de altura, lo esperaba el restaurante giratorio que fue escenario del película de James Bond “Al servicio secreto de su majestad”.