viernes, 15 de mayo de 2020

El discreto encanto del jardín escondido


Quizás no fuese el jardín del Palacio de los marqueses de Fronteira en Benfica con sus setos de boj exquisitamente recortados y su fantástico muro recubierto de azulejos, o el jardín sagrado del Bom Jesús en Braga, con su extraordinaria escalinata; tal vez fuese irrelevante si se compara con la monumentalidad de las caprichosas e imposibles terrazas del jardín de la Casa de Mateus en Vila Real; y por supuesto nada equiparable con los jardines del Palacio Nacional de Queluz muy cerca de Lisboa.



Desde luego el jardín del Palacio dos Biscaínhos era mucho más modesto, mucho más pequeño y, sobre todo, mucho más discreto, tanto que muchas veces pasaba desapercibido para los turistas que recorrían las calles de aquella pequeña ciudad. Quizás la mesura que, en todos los sentidos, destilaba el lugar fuese precisamente lo que a Norte más le atrajo de aquel jardín barroco escondido en el centro de la ciudad de Braga.


Sus parterres, con los setos de boj, y sus formas geométricas rivalizan con grutas artificiales, pérgolas, fuentes y esculturas en un juego de seducción en el que la vegetación protagoniza el papel principal.

Es el jardín barroco reinterpretado por la cultura portuguesa en el que se aglutinan las influencias italianas y francesas con pinceladas y propuestas propias como la utilización de los azulejos.


Y si todo ese artificio no fuese suficiente, el jardín se engalana con ejemplares soberbios como el tulipanero de Virginia y los rincones con camelias que dejan adivinar la arquitectura de los edificios del palacio.


Y en la planta baja del edificio, la decoración estriada de los suelos y el mimo en la decoración de los establos pone de relieve la importancia de los caballos en el día a día de los moradores de la casa.



Mientras tanto, los azulejos retoman el protagonismo decorando escaleras y paredes en una especie de lenta y modesta transición que trasladó a Norte a la hermosa y serena escenografía barroca desplegada en los salones y las habitaciones del palacio.

Un bello palacio residencial barroco en el que se combina la racionalidad con el gusto por las formas geométricas de su discreto y encantador jardín escondido.




La ciudad guardada


«Quizás la etiqueta de ser la ciudad elegida para las concentraciones del partido nacional socialista obrero alemán no ayudase mucho a hacerse una idea de Núremberg» -sopesaba Norte a medida que se adentraba en el casco antiguo y descubría con sorpresa la ciudad medieval Patrimonio de la Humanidad.

Llevaba un buen rato callejeando sin un rumbo definido y le costaba decantarse por alguno de los lugares con los que se iba encontrando. No había consultado ninguna guía, ni había investigado en la red lo más interesante de la ciudad. Simplemente había dejado su exiguo equipaje en el hotel que había reservado en el centro y había salido a descubrir la ciudad.

Solo sabía de su pasado imperial y que precisamente esa etiqueta regia de la ciudad quizás explicase la predilección que Adolf Hitler mostraba por ella y que le valió para ser elegida como lugar para celebrar los congresos del partido nazi y, tal vez por todo ello, fue arrasada por los bombardeos durante la segunda Guerra Mundial. Más tarde los aliados la escogieron para ser la sede de los juicios por los crímenes y abusos contra la humanidad cometidos en nombre del Tercer Reich Alemán.

Pero ese pasado reciente no podía ensombrecer de ningún modo su historia. Y es que en el año 1219 Núremberg fue declarada Ciudad Imperial Libre, con una intensa actividad comercial lo que le permitió configurarse como una ciudad-estado que solo rendía cuentas al emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Sus avanzadas técnicas en la elaboración de instrumentos científicos de alta calidad contribuyeron decisivamente al desarrollo de la cartografía en Europa que, más tarde, dieron lugar a que la ciudad fuese la sede de una de las editoriales cartográficas más importantes del mundo.

Sus hermosas y coloridas casas de entramado de madera, sus bucólicos puentes sobre el río Pegnitz, las enormes plazas, las espectaculares iglesias, campanarios, torres fortificadas y en lo más alto su poderoso castillo con sus magníficas vistas,… una ciudad guardada por unas fantásticas murallas de 5 Km de longitud construidas para salvaguardar a sus moradores. Todo ello destruido y reconstruido con mimo por unos habitantes orgullosos de su ciudad en lo que podría definirse como nacimiento, muerte y renacimiento de una ciudad imperial.