La mañana transcurría
parsimoniosa, lenta, como apesadumbrada. El cielo plomizo, decorado con nubes
grisáceas, daba al entorno agreste y austero de la Sierra do Xurés, un aspecto
acerado y frío que acentuaba si cabe, todavía más, la grandiosidad del paisaje
que lo rodeaba.
Llevaba
casi dos horas ascendiendo por una senda exigente que lo llevaría directamente
a su destino, la Mina das Sombras. Una antigua explotación minera de
wolframio a 1.200 m de altitud, perdida en un rincón del Parque Natural Peneda
-Xurés, en Ourense, … a tan solo unos cientos de metros de la frontera con
Portugal.
Todavía resoplando
por el esfuerzo, Norte se detuvo unos instantes para recuperar el aliento y
disfrutar de la simple contemplación del entorno. Todo a su alrededor latía con
el acompasado ritmo de la naturaleza. Esa cadencia pausada que hacía de los brezales
que tapizaban las laderas con su intensa floración fucsia, un hermoso y
colorido lienzo.
Por todas
partes, allí donde la vegetación fue incapaz de arraigar, afloraban las
formaciones graníticas, restos que el hielo depositó hace 15.000 años cuando
las lenguas glaciares descendían por estos valles, modelando el terreno como
solo la naturaleza y el tiempo son capaces de hacer.
En ese
mundo de escarpadas laderas, gargantas de ríos imposibles y fantasmagóricos
bolos graníticos conviven especies como el lobo, el águila real o la cabra
montés. Y para su observación Norte es sabedor de que solo es necesario tener
un poco de suerte … y mucha paciencia.
Continuó
ascendiendo trabajosamente por la pedregosa senda que los mineros utilizaron
antaño para subir los materiales necesarios para la explotación y para bajar
los sacos de mineral a lomos de las bestias. Un camino espantoso en el que
todavía se pueden imaginar las penalidades de aquellos hombres dispuestos a
arrancar de las entrañas de la tierra el preciado material.
Y es que,
en plena postguerra de la contienda civil española, cuando el hambre, la
pobreza y la miseria se apoderaron del país, algunos pueblos medraron arrimados
a los yacimientos de un mineral que serviría para la guerra de otros.
Fue entonces cuando Norte recordó que el
wolframio es un mineral muy escaso pero con importantes aplicaciones bélicas, empleado para endurecer las aleaciones de acero, lo que lo hace insustituible
para revestimientos de cañones y mejora de los blindajes, … un fin mucho menos honroso
que los filamentos incandescentes de las bombillas para los que se usaba en
tiempos de paz.
Mientras, a medida
que se acercaba a la explotación, los restos de antiguas construcciones comenzaron
a aparecer. Aquí y allá los últimos vestigios de la presencia humana luchaban
por no desaparecer engullidos por la vegetación que de un modo inexorable
recuperaba, en una suerte de lenta pero eficaz ofensiva, una a una todas las
plazas perdidas.
La demanda de este escaso mineral en la II Guerra Mundial por aliados y alemanes favoreció la escalada de precios acentuando el contrabando de pequeñas cantidades por la población local. Fue entonces, en el momento que Norte se asomó a la bocamina, cuando se imaginó a los mineros ocultando el mineral para después comercializarlo clandestinamente y así sacar adelante a sus familias.
Padecimientos, persecuciones y hambruna en la postguerra española que ahora yacen sepultadas por la naturaleza, pero vivas en la memoria de la población que todavía recuerda las penalidades que sirvieron para la guerra de otros.