La subida se hacía más pronunciada por momentos y, a medida que ganaba
altura, aquí y allá, en los tramos en los que la vegetación lo permitía, como
retazos de una película, comenzaba a vislumbrar el espectáculo que se descubría
a sus pies. Hacia el Oeste, tras un telón de eucaliptos, el Océano Atlántico en
estado puro, difuminando su color azul hasta fundirse con el cielo en el
horizonte infinito. Y un poco más hacia el Sur, el lugar donde el río Miño se
pierde en las aguas del océano para diluirse poco a poco. Un lugar especial,
lleno de magia, tradición e historia. Un lugar donde las aguas dulces y las
saladas, del río y del océano, libran un pulso diario que se decanta a favor de
uno o de otro… al ritmo de las mareas.
Redujo la marcha de su automóvil para poder superar la fuerte pendiente y, de pronto tras una cerrada curva, una nueva panorámica se abrió ante sus ojos. Esta vez hacia el Este, pudo disfrutar de unas hermosas vistas del tramo final del río. Hasta donde alcanzaba la vista, el enorme curso de agua serpenteaba entre las tierras de A Guarda en España y las de Viana do Castelo en Portugal… y lo que en otros tiempos sirvió de frontera entre dos países que se miraban con recelo, constituye hoy en día un lugar de encuentro entre las gentes de ambas riberas.
Continuó la ascensión al Monte de Santa Tegra, disfrutando de las hermosas
vistas que a cada cambio de dirección le proporcionaba la sinuosa carretera
cuando de nuevo, tras una pronunciada curva, a ambos lados de la vía, surgieron
los restos pétreos de un castro celta. Un
sinfín de muros circulares pugnaban por el espacio, constreñidos por la muralla
que hacía de linde, de límite exterior de una ciudad que lo fue entre los
siglos I antes de Cristo y I después de Cristo, y que llegó a contar con más de
3.000 habitantes.
Norte sonrió al pensar que ya en las ciudades de la Prehistoria y en
concreto en la cultura castreña, el urbanismo también era una asignatura
pendiente. No obstante, tenía que reconocer que en cuestión de la belleza de
los emplazamientos que elegían eran alumnos aventajados,… aunque sus
preferencias viniesen determinadas más por cuestiones estratégicas o de defensa
que por aspectos estéticos.
Se detuvo unos durante unos instantes,
disfrutando de aquel bellísimo y desordenado conjunto de construcciones y
recordó de inmediato que las formas circulares de los castros celtas tenían un
motivo mitológico,… y hermoso, ya que todo el mundo sabía que al carecer de
esquinas, los espíritus no podían quedar retenidos en ellas.
No podía ser de otro modo –pensó Norte- en una tierra de meigas, seres
mitológicos y leyendas.