A medida que se aproximaba, el
encuadre mejoraba. La hermosa puerta de entrada que daba paso al casco
antiguo y las torres de la catedral se
fueron alineando como dos astros en el firmamento hasta que la conjunción fue
total. Fue entonces cuando se detuvo. Desde la margen opuesta del río Arlanzón,
aprovechando un pequeño hueco entre los árboles que crecían en la ribera, pudo
disfrutar de una majestuosa perspectiva del Arco de Santa María coronado por
las agujas de unas torres que ascendían infinitas hasta el cielo gris de la
primavera castellana.
Durante unos minutos se quedó
allí, admirando el monumental conjunto hasta que el sonido pertinaz de su
teléfono móvil lo devolvió a la realidad. Por enésima vez el infernal aparato
le recordaba que, en este mundo que le había tocado vivir, aislarse y
desconectar era una misión imposible.
Fue entonces cuando recordó la
insistencia con la que Francesca le exhortaba a un cambio de vida, a un
reseteado que le permitiera liberarse de sus propias autolimitaciones y darle
un vuelco a su existencia. Tanto que con excesiva frecuencia, la recomendación
acabada invariablemente en una suerte de pequeña discusión.
Atendió la llamada, consciente de
que ese no era el camino del cambio, y cruzó el arco de Santa María para darse
de bruces con la Plaza del Rey San Fernando, enmarcada por una de las más
bellas catedrales góticas de España.
Nada más acercarse al monumental
edificio Norte se percató de la diferencia. Tan grande era el contraste, que era
como comparar un antiguo episodio del NODO, con sus difusas y tristes imágenes
en blanco y negro, con el color y la nitidez de una moderna película grabada en
alta definición.
Lo que estaba viendo era una
hermosa y cuidada catedral y, lo que él recordaba, era una visión en blanco y negro
de un templo descuidado y un entorno dejado, con vehículos aparcados por todas
partes. De pronto se sintió más animado, sorprendido por el enorme cambio que
había sufrido el casco antiguo y la catedral de Burgos.
Trató de hacer memoria y le fue
imposible situar la época en la que había visitado por última vez esa ciudad. Por
la transformación, debió de ser hacía ya mucho tiempo. En todo caso, una vez
más se alegró que su trabajo le hubiese permitido viajar hasta allí.
De pronto, las nubes comenzaron a
desdibujarse por la fuerza del sol, dejando al descubierto grandes retazos de
un cielo azul intenso, conformando un telón de fondo majestuoso a las torres y
al cimborrio de la catedral que parecían tejidas sobre él.
De nuevo, cuando se dirigía al
interior de la catedral, una llamada de su teléfono móvil hizo que se detuviera
justo en medio de la plaza. Durante unos instantes dudó si responder para
finalmente rechazarla, posiblemente en un intento de reafirmación personal de
no adicción al trabajo.
Sobre una gárgola de la catedral
una cigüeña emprendía el vuelo, quizás como simbolismo emblemático de los
grandes viajes. Norte sonrió, apagó el teléfono y se dispuso a disfrutar de sus
apenas dos horas de libertad antes de comenzar sus ocupaciones laborales.