domingo, 24 de febrero de 2019

La montaña sagrada


Desde el Pico de las Nieves, a casi 2000 m de altura, el Roque Nublo destacaba como una inmensa antorcha en la noche más oscura. Tanto que durante unos instantes Norte se quedó allí, absorto, contemplando e intentando comprender la belleza apocalíptica de aquel paisaje. Un lugar arrebatadoramente bello, fruto del fuego y de los violentos y sucesivos episodios volcánicos que se produjeron en la isla. Después, los procesos erosivos durante miles de años modelaron esos materiales para que finalmente la naturaleza, la creadora total, rematara la tarea  contribuyendo con su armónica pincelada terrenal.  


Y lo hizo con un manto de pinares, de retamas, de alhelíes y tajinastes que recubren la tierra polvorienta, castigada por el fuego y el tiempo. Una naturaleza que humaniza esa superficie extraterrestre hasta hacerla más tangible, aportándole esa dimensión humana.


Y, de nuevo, a medida que ascendía, la vegetación cedió el protagonismo al paisaje atormentado de coladas y piroclastos erosionados que lo devolvieron a ese ámbito sagrado, allí donde moran los dioses, en donde las leyendas aborígenes situaban el lugar donde se reúnen sus divinidades.


Y para certificarlo, a sus pies, como si se tratase del guardián del lugar sagrado, el Roque del Fraile, un pitón basáltico con forma de monje petrificado que mira directamente al Roque Nublo, el lugar sagrado.


Es allí, a más de 1.700 metros de altura, a los pies de ese coloso, donde Norte percibió que todo quedaba  a sus pies en un tótum revolútum de difícil comprensión. Las nubes, las aves y unos paisajes tan hermosos que no parecían de este mundo.


Porqué allí, sobre una formidable explanada que sirve de altar pétreo, le levanta el Roque Nublo que, como una gigantesca ara de más de 80 metros de altura, corona la espectacular atalaya. Es la montaña sagrada, digno hogar de Dioses.


sábado, 2 de febrero de 2019

El desierto rayado


Como si de un inmenso zoom se tratara y a medida que la pequeña avioneta CESSNA se elevaba y ganaba altura, Norte comenzó a mejorar la perspectiva del terreno que sobrevolaban. La intensidad del cielo azul contrastaba con el desierto reseco, pedregoso y sin resto alguno de vegetación que se mostraba a sus pies. Mientras tanto, el sol incidía con ira sobre los cristales del aeroplano creando miles de pequeños destellos que, como un caleidoscopio gigantesco, cegaban por momentos su visión.

En esos instantes se sentía como un aventurero que por fin ve cumplido uno de sus anhelos más deseados. No en vano había tenido que conducir desde Lima durante casi 500 km por la carretera Panamericana; un recorrido que lo había llevado a conocer la Reserva de Paracas, Pisco y otros muchos lugares del país Andino.

Mientras ganaban altura Norte observaba con cierta ansiedad a través de las ventanillas intentando inhibirse de los bruscos movimientos del aparato y deseando descubrir en el relieve los geoglifos de las Pampas de Jumana que habían dado fama mundial a Nazca, en el Departamento de Ica (Perú).


Lo primero que le llamó la atención fueron los cauces resecos de antiguos torrentes y los profundos cañones labrados por las aguas en tiempos pretéritos, en uno de los lugares más secos de la Tierra, con una pluviometría que no supera los 4 mm al año. Hasta que, de pronto, un chasquido en sus auriculares dio paso a un mensaje del piloto, al tiempo que la avioneta se ladeaba ligeramente hacia ese lado para facilitar la visión.

̶ Fíjese a su derecha,… ¿ve la línea?

Norte dirigió su mirada hacia donde le indicaba el piloto y no tardó en reconocer una enorme figura trapezoidal perfectamente definida sobre las arenas del desierto. La nitidez de sus bordes y el color amarillento que contrastaba con el color rojizo del desierto resaltaba de tal manera que a él le recordó de inmediato a una pista de aterrizaje.


Tras unos instantes sobrevolando el enorme geoglifo el aeroplano volvió a recuperar la horizontalidad y un chasquido le alertó de nuevo. Casi al instante volvió a oír la voz metálica a través de sus auriculares.

̶ Fíjese ahora a su izquierda,… 

Tras contener una arcada provocada por la repentina maniobra del piloto para mantener la estabilidad del aparato, Norte divisó una enorme figura antropomorfa dibujada en la ladera de una colina.

̶ Es el Hombre Búho,… al que algunos denominan el astronauta.

En el rostro de Norte se dibujó una leve sonrisa al pensar que esa figura que recordaba vagamente a un astronauta con su escafandra, junto con el hecho de que los dibujos tan solo se pudiesen distinguir con claridad desde el cielo, alimentasen las teorías pseudoarqueológicas que explicaban esos dibujos como mensajes para seres extraterrestres.

Y de nuevo, tras un brusco cambio de rumbo, volvió a oír un nuevo aviso.

̶ Allá abajo se puede distinguir la araña. Es uno de los más conocidos dibujos de Nasca tiene unas dimensiones de caso 50 m y está dibujado de un solo trazo. Se cree que fue realizado como ofrenda a los dioses para evitar las sequías.


Norte observó con detenimiento un confuso conjunto de líneas hasta que, de pronto, distinguió con claridad la hermosa figura de una araña bellamente trazada sobre la superficie del desierto. 

Desde allí arriba le parecía imposible que esos armónicos dibujos fuesen simples surcos en el suelo que la ausencia de lluvias ayudaron a a conservar durante cientos de años. Pero lo cierto era que, gracias a las características geológicas de la región, los nazcas solo tuvieron que apartar la capa superior de guijarros de color rojizo para dejar al descubierto la capa amarillenta que subyace bajo ella, empleando simples estacas y cordeles. Y el resultado era ese hermoso conjunto de figuras geométricas, zoomórficas y de vegetales, trazados hace más de 1.500 años, que se distribuían sobre una extensión de más de 450 Km2


Tras otro repentino cambio de dirección el aeroplano puso rumbo hacia un nuevo geoglifo. Esta vez se trataba del cóndor, una figura de más de 135 metros que representa una de las principales divinidades de la cultura nazca. Allá abajo la enorme figura destacaba como si se tratase de la sombra proyectada del enorme ave sobre la superficie del desierto. 

«Algunos artistas deciden pintar sobre tela, o sobre madera, otros prefieren hacerlo en cartones, muros o sobre la piel en el caso de los tatuajes,…pero rayar el desierto de un modo tan hermoso y armónico solo puede tener sentido si se trata de una ofrenda a los Dioses» ̶ pensó Norte mientras el aeroplano describía un enorme arco para visualizarlo con detalle.

Y para Norte, esa era la interpretación que más le convencía para explicar las Líneas de Nazca, esa que atribuye esos dibujos a ritos ceremoniales de los nazcas relacionados con la gestión del agua, el preciado líquido que les permitió vivir y prosperar en ese desierto.


Y de nuevo el familiar chasquido en un sus auriculares le advirtió que se encontraba sobre otra hermosa formación. Y esta vez se adelantó a las explicaciones del piloto. La avioneta comenzó a describir un amplio viraje hacia la derecha y pudo distinguir con toda claridad un hermoso colibrí dibujado sobre las arenas del desierto. De nuevo las dimensiones armónicas de esas rayas sobre el desierto, … quizás una ofrenda a un Dios de la lluvia.