Para muestra un botón…
jueves, 31 de julio de 2014
sábado, 26 de julio de 2014
La Petrecerea de moţ
Caminaban por la Piața Revoluției, justo frente al antiguo edificio del Comité Central del Partido Comunista. Desde allí, en 1989, Nicolae Ceauşescu, realizó un último y desesperado intento para calmar a los manifestantes antes de huir precipitadamente de Bucarest en un helicóptero. Una fuga rocambolesca que acabó con su captura y posterior ejecución. Norte no pudo menos que imaginarse aquella gran plaza, ahora vacía, abarrotada de rumanos reclamando libertad y al matrimonio Ceauşescu lanzando proclamas desesperadas desde el balcón de aquel edificio de corte oficialista que, no sabía muy bien porqué, le recordaba a la KGB.
̶
Calma, todavía faltan diez minutos, tenemos las entradas y prácticamente
ya hemos llegado ̶ le contestó Norte
señalándole el edificio del Ateneo Romano que ya se entreveía al fondo ̶ . Vuelve a
contarme la historia de la huida de los Ceauşescu.
El gesto de contrariedad de Ionela fue más que evidente. Y le
extrañó, ya que desde que la conocía jamás había tenido prisa, es más, el sosiego y serenidad de los que hacía gala, eran una de las muchas cualidades que Norte más apreciaba en ella…
a pesar de que, en muchas ocasiones, había tenido que esperar lo indecible a que acabara de
prepararse antes de salir. La cantidad de frascos con cremas, ungüentos y
afeites que utilizaba era ingente y Norte estaba convencido que tenía más de un
producto para cada parte de su cuerpo. En todo caso, en ella, eso era una
virtud que también él estimaba..
̶
Pero solo un par de minutos. Quiero estar en la sala cuando haga su
entrada el director ̶ le advirtió Ionela.
̶
Está bien, pero favor cuéntame cómo fue la fuga.
̶
Como te podrás imaginar yo no “fui
allí”,… era muy pequeña ̶ precisó a
la vez que en su rostro se dibujaba una sonrisa maliciosa ̶ mi
tío, que vivía aquí en Bucarest, sí que estuvo y fue él quien nos lo contó
infinidad de veces, de hecho creo que en cada una de las comidas familiares que
se celebraron desde entonces.
El rumano es una lengua densa y
exuberante llena de influencias orientales y oír hablar el español a Ionela, con ese acento y sonidos casi
idénticos al italiano, aderezados con influencias eslavas y algún que otro
error de léxico conformaban un resultado único que lo tenía absolutamente
fascinado.
̶
Pero ¿es cierto que Nicolae y
Elena Ceauşescu hablaron desde ese edificio? ̶
insistió Norte.
̶
Dicen que en esta plaza había unas 100.000 personas. En principio se
pensaba en un gran acto de exaltación de Nicolae
Ceauşescu y del PCR (Partido Comunista Rumano), sin embargo, poco a poco,
los vítores de los seguidores del régimen fueron sofocados por los abucheos y gritos
de una multitud furiosa. Mi tío Constantin
me contó ̶ continuó Ionela ̶ que casi desde el principio del discurso
comenzaron a increparle de tal manera que impidieron que continuara. Gritos de !Abajo
Ceauşescu!, !Timisoara!, ¡Libertad!,
!Muerte al comunismo!, así como el lanzamiento de piedras contra el edificio,
hicieron que la televisión estatal se viera obligada a cortar la transmisión.
Incluso en un momento concreto se escuchó por los altavoces como Elena le decía
a su esposo que les prometiera lo que fuera para intentar calmarlos,… sin darse
cuenta que el sonido estaba conectado. En fin, después su precipitada huida en
un helicóptero que los esperaba en la azotea, el secuestro de un coche a punta de
pistola por sus guardaespaldas y la posterior captura en un control de
carretera. El final, por favor, no me pidas que te lo cuente.
La tomó por la cintura y la atrajo
hacia sí percibiendo de inmediato la calidez de su cuerpo y el suave olor a
perfume a agua de rosas que despedía. Norte sintió haber insistido para que, a pesar de no haberlo vivido directamente, le
relatara un pasaje de la historia de su país que a Ionela no le gustaba. Un
juicio sumarísimo, sin muchas garantías judiciales, seguido de una ejecución
inmediata, todo ello grabado, emitido por la televisión pública rumana y ahora
colgado en internet, posiblemente no resulte nada edificante para las generaciones
de rumanos y rumanas que no lo vivieron directamente.
̶
Lo siento ̶ se disculpó,
arrepentido.
Continuaron caminando a buen
ritmo por la Piața George Enescu y en
apenas cinco minutos se encontraban frente al Ateneo Romano, el imponente
edificio neoclásico con ciertos toques románticos y sala de conciertos principal de la ciudad.
̶
¿No te dije que nos sobraba el tiempo?
̶ le regañó cariñosamente Norte,
comprobando la hora en su reloj ̶ son las siete en punto.
̶
¡Bien! ¿Sabes que lo que has dicho?
̶
Simplemente la hora, ¿ocurre algo?
̶ contestó sorprendido.
̶
¡Pues claro! Cómo es posible que no sepas que si miras el reloj cuando
es una hora en punto quiere decir que alguien te quiere; si lo miras un minuto
antes de la hora exacta significa que esa persona dejó de quererte pero te
quiso mucho; y si lo haces un minuto después significa que alguien te engaña.
Sorprendido, Norte no pudo menos
que reírse ante la ocurrencia de Ionela. Todavía
no tenía claro si se burlaba de él o, simplemente, como muchos de sus compatriotas, era supersticiosa.
̶
Y eso, ¿qué quiere decir?
̶
Pues eso, tonto. Que hay una persona que te quiere, … y no puede ser
otra que yo, ¿o no?
Entraron celebrando la gracia y,
después de atravesar un bellísimo hall, se dirigieron rápidamente hacia la sala
de conciertos, antes de que el director de la orquesta
hiciese su entrada.
La sala de conciertos tenía un aspecto imponente, decorada con un fresco, de
unos 3 metros de altura que rodeaba toda la base de la bóveda circular.
̶
¿Te gustan las pinturas? Su autor es Costin
Petrescu. Muestra los momentos más importantes de la historia de Rumanía, creo
que comienza con la conquista de Dacia por el emperador romano Trajano hasta la
creación de la Gran Rumanía en 1918.
Se sentaron apresuradamente en las butacas que
habían reservado, en una de las filas centrales. Verdaderamente la sala se veía
fantástica…
̶
Por cierto ̶ comentó Norte
tomándole la mano ̶ ¿no te tomarás en
serio esa superstición absurda de la hora y los minutos?
̶
Pero, ¿por quién me tomas? ̶
respondió un poco enojada ̶ pues claro
que no. En mi país estas pequeñas supersticiones están muy extendidas,
evidentemente mucho más en el mundo rural y entre los mayores, casi hasta el punto
de convertirse en tradiciones.
̶
La verdad es que tenéis muchas. Por ejemplo, ayer mismo leyendo una guía cuando volaba hacia aquí, me encontré un artículo sobre el tema y la verdad recuerdo que citaba unas cuantas, incluso una que me llamó la atención: la de cortarle a los bebés
el pelo por primera vez.
̶
Ah sí, la Petrecerea de moţ,
es una tradición muy bonita ̶ sonrió
como si de pronto en su mente se agolparan recuerdos felices de su niñez ̶ .
Consiste en que a los bebés se les corta el pelo por primera vez el día que cumplen un año. Todo comienza cuando la madrina toma un mechón de pelo y lo
ata con una cinta, lo pasa por un anillo y lo corta. Después lo pega a una
moneda de plata con cera de la vela que se empleó en el bautizo del niño y se
guarda. Finalmente se le coloca al bebé frente a una fuente con los objetos más
dispares como un bolígrafo, una calculadora, dinero, un libro, las llaves de un coche, etc y se deja
que el niño escoja según su predilección y según el objeto elegido se prevé su
futuro. Por ejemplo, si escoge un libro o un bolígrafo será buen estudiante.
̶
¿Y tú?, ¿qué elegiste?
̶
Yo nada -respondió sonriendo-, era muy presumida y me madre no consintió que me cortasen mis hermosos cabellos y, mucho menos, que me rapasen.
miércoles, 23 de julio de 2014
Ateneul Român, sala de conciertos de Bucarest...
... y sede de la Filarmónica "George Enescu" compositor, violinista, pedagogo, pianista, director de orquesta y exhiliado en París huyendo de la Rumanía comunista: "Pienso en mi tierra constantemente. Amo a mi pueblo con toda mi alma y en todo momento. En cuanto me recupere de mi enfermedad sólo desearé una cosa: regresar a mi país".
Rapsodia Rumana nº 1: http://www.youtube.com/watch?v=bZ1X8ieSjOM
Rapsodia Rumana nº 1: http://www.youtube.com/watch?v=bZ1X8ieSjOM
domingo, 20 de julio de 2014
La ventana indiscreta
Dio un nuevo sorbo a la descomunal jarra de cerveza que le habían servido y se revolvió inquieto en la silla, valorando la posibilidad de levantarse y continuar su paseo o quedarse un rato más, fisgoneando en las vidas ajenas. Finalmente Norte decidió seguir observando a la gente que pasaba por delante de la terraza de la cafetería situada en Staroměstské náměstí y así darse un tiempo extra que le permitiera acabar airoso la cerveza.
Se arrellanó en la cómoda silla de paja y se dispuso a dejar transcurrir el tiempo. A su izquierda, en la línea de mesas inmediatamente anterior a la suya y parapetado tras el seto que separaba la zona de la terraza de la plaza, un joven fotografiaba a los viandantes ayudado por el potente teleobjetivo de su cámara.
Norte sonrió al pensar que la situación le recordaba a la película “La ventana indiscreta” de Alfred Hitchcock, aunque en este caso ¿quién sería James Stewart?, ¿el fotógrafo o él?
Observó con detenimiento, intentando vislumbrar alguno de las fotografías que, tras el disparo, se veían en la pantalla de la cámara y comprobó que todas, sin excepción, correspondían a primeros planos de viandantes. Jóvenes, adultos, parejas, grupos,… no parecía haber ningún criterio que no fuese el de fotografiar personas anónimas que pasaban por allí. Era como un francotirador apostado a la espera de una víctima. Vestía un largo abrigo de color azul y sobre la mesa descansaba un sombrero de fieltro de color negro, adornado con una fina cinta de color cuero. Allí, mimetizado, observaba expectante a los viandantes al acecho de su próxima pieza.
Y es que la verdad, Praga se prestaba a ello. La magia de la Ciudad Vieja, la exuberancia barroca de la Malá Strana o la distinción art nouveau de la Ciudad Nueva, aderezados con miles de turistas de todo el mundo, constituían un entorno perfecto para perderse en una ciudad maravillosa.
«Será un cazador de tendencias…» ̶ pensó Norte recordando un artículo que había leído hacía tan solo un par de días ̶ «… o seguramente un turista aburrido que se entretiene haciendo fotos mientras descansa tomándose una cerveza».
Instintivamente tomó su cámara y repasó sus fotos, comprobando que, en efecto, también él había fotografiado multitud de pequeños rincones. Y en muchos de ellos lo había hecho por una situación concreta. Tan solo un instante antes de sentarse en la terraza había presenciado una acalorada discusión de una pareja frente a la Casa de las tres rosas blancas, justo en las hermosas verjas que rodean la fuente gótica. No pudo comprender lo que decían pero, en todo caso, estaban ya en esa fase de una discusión en la que no se disimula. Finalmente Norte desvió su mirada avergonzado cuando la chica se percató de que los estaba observando.
Levantó la vista y, sorprendido, comprobó que su James Stewart particular había desaparecido. Sobre la mesa una jarra de cerveza vacía y un pequeño plato con la cuenta. Norte observó con detenimiento los alrededores, la plaza, incluso miró hacia el interior de la cafetería. Ni rastro del curioso personaje.
Siguió pasando sus fotos para detenerse en un hermoso primer plano de la Princesa Libuse, fundadora de la dinastía Premysl. Una bella imagen art nouveau que preside el número 22 de Karlova ulice. Recordó que en el momento de fotografiarla, un pequeño grupo de turistas ya entrados en años, atendían un poco aburridos las explicaciones que uno de ellos les daba. Se trataba posiblemente del líder del grupo, el jubilado que había preparado durante semanas el viaje, y que ahora los atormentaba con un torrente de información que apenas despertaba interés ellos, deseosos quizás de sentarse cómodamente frente a un buen codillo asado y una cerveza.
Se detuvo de nuevo cuando en la pantalla de la cámara apareció un bello plano del Cementerio Judío. Una sucesión de antiguas lápidas, distribuidas sin orden aparente, eran el testigo mudo de trescientos años de enterramientos de miles de judíos. Sobre ellas, cientos de pequeños guijarros y deseos escritos en papel, arropadas por un profundo silencio, mantenían viva la esencia del pueblo hebreo.
Por fin, le dio el último trago a su cerveza, se levantó y se dirigió, caminando lentamente hacia Malá Strana, dejando atrás el Palacio de Goltz Kinsky, posiblemente el palacio rococó más bonito de Praga, y durante un tiempo sede de una academia en la que estudió Franz Kafka entre 1893 y 1901.
Tenía su destino muy claro. Era uno de sus rincones favoritos en Praga y aunque su sentido inicial se había desvirtuado en los últimos años seguía, siendo un lugar único que se reinventaba día a día.
No le llevó demasiado tiempo cruzar el Puente de Carlos y, en unos minutos, estaba frente a él: el Muro de Lennon, clamor de libertad sofocado y vuelto a renacer una y otra vez. Casualmente un guitarrista interpretaba en ese momento Imagine.
Esperó al final del tema, depositó una moneda en la funda de la guitarra y se volvió para continuar su camino. En ese instante se percató que un hombre con abrigo azul y sombrero de fieltro lo fotografiaba con un potente teleobjetivo.
sábado, 19 de julio de 2014
martes, 15 de julio de 2014
domingo, 13 de julio de 2014
El viejo bereber
El viejo Land Rover venció, no sin dificultad, el enésimo repecho y, renqueante, comenzó a descender en busca del próximo obstáculo. Desde que había partido de Agadir, hacía ya un par de horas, Norte circulaba por una sinuosa y estrecha carretera que se abría paso a través de un terreno seco y polvoriento en el que subsistían, ajenos a la eterna sequedad e impasibles al viento del desierto, algunos matorrales rastreros y los imperecederos árboles del argán.
Con la excepción de algún rebaño
de camellos o de cabras, algún que otro vehículo y algunas casas perdidas en la
lejanía, viajaba en la soledad más absoluta, disfrutando de un paisaje
sobrecogedor. «Es tal como me lo describió Usem» ̶
pensó Norte, recordando la descripción que, hacía tan solo cuatro
semanas, un joven camarero bereber le
había hecho de la zona cuando le contó que estaba a punto de realizar un viaje
a Marruecos.
En un par de ocasiones se había
detenido a admirar de cerca a alguno de aquellos árboles obstinados en sobrevivir
en condiciones extremas y no pudo menos que sorprenderse de la belleza de sus
troncos retorcidos y nudosos, modelados por años de sequías y vientos impenitentes.
Y le pareció un justo premio para un árbol capaz de resistir semejantes
penalidades, el producir unos frutos de los que se extrae un aceite con tantas propiedades
medicinales.
A su izquierda, el Atlántico se
estrellaba una y otra vez contra la costa, en un incesante intento de
conquistar cada centímetro de playa, desgastando aquellos acantilados, meteorizándolos
y erosionándolos hasta convertirlos en finos granos de arena.
En las zonas menos abrigadas de
la carretera, Norte disfrutaba de la brisa marina cargada de una humedad salina
que aliviaba en parte el calor que comenzaba a apretar ya a primeras horas de
la mañana. Finalmente, a lo lejos, divisó una pequeña población con humildes casas
abigarradas al abrigo de un pequeño promontorio de la costa y sonrió. Sin duda se
trataba de Imsouane, el pequeño pueblo
de pescadores en el que podría cerrar el ciclo y cumplir su promesa. Se dio
cuenta que, por primera vez en mucho tiempo se sentía bien, orgulloso por
corresponder al favor que le había pedido Usem.
Aparcó en una polvorienta
explanada al lado del puerto, justo en el momento en que comenzaban a regresar
las pequeñas embarcaciones artesanales. Como en cualquier puerto pesquero del mundo, independientemente de su
tamaño o la tipología de las embarcaciones, el desembarco de las capturas es
uno de los momentos más dinámicos y ajetreados ya que, además de realizarse el
traslado del pescado al lugar de venta, es donde se contrasta la pesca de unos
y otros, es el momento de determinar la valía del patrón y la habilidad de los
tripulantes y, sobre todo, da una idea muy aproximada del valor que adquirirá
el pescado en la venta.
Un gran número de pequeñas
embarcaciones de pesca artesanales de color azul se alineaban, perfectamente
ordenadas, a lo largo de la rampa de subida y, en torno a ellas un enjambre de
pescadores, compradores y curiosos se movía inquieto, atareados transportando
cajas con el pescado capturado, varando las embarcaciones o, simplemente,
realizando operaciones de mantenimiento.
Caminó confiado entre aquella
muchedumbre, destacando como un faro en medio de la noche, entre un mar de
turbantes, taqiyas, capuchas de
chilabas y gorras del Real Madrid o del Barcelona. El sombrero de paja, con el
que Norte se resguardaba del sol impenitente que lo abrasaba, despertó de
inmediato la curiosidad los lugareños, extrañados al verlo vagar por el puerto
y no por los lugares de reunión de los surfistas, posiblemente la única razón
por la que un occidental visita la localidad de Imsouane. A los oídos de Norte llegaban
retazos de conversaciones incomprensibles en árabe y en algún dialecto bereber
y, más raramente, algún término en francés se cruzaba, destacando sobre la
pronunciación gutural de los idiomas nativos.
Caminó hasta el moderno edificio
de la lonja, donde se estaba realizando la subasta del pescado. Un numeroso
grupo de compradores, armadores y curiosos se arremolinaba en torno a una
cancha central donde se exponía la mercancía. El producto de la pesca, como si
de un puzle multicolor se tratara, se exhibía organizado por especies, a la
espera de que el subastador comenzara la puja a viva voz.
Había cambiado el programa de su viaje al Atlas durante la larga conversación que mantuvo con el joven camarero bereber. Todo surgió cuando se estaba tomando un café en Madrid mientras ojeaba la guía sobre Marruecos que acababa de comprar. Una sonrisa franca de Usem se dibujó en su rostro y cada vez que tenía un instante libre se acercaba proporcionándole informaciones, consejos,… hasta que finalmente, al acabar su turno, se sentó con Norte.
Más tarde, durante la cena, Norte
escuchó un relato apasionante sobre la familia de Usem. En la sociedad bereber, el sentido del honor familiar, de
difícil comprensión para la mentalidad europea, y la defensa de la integridad
del grupo hacen que las relaciones humanas sean consideradas bajo estos dos
condicionantes, dando lugar a trances familiares que desembocan en situaciones
que obligan, en algunos casos, al repudio de algunos de sus miembros. Y ese era
el caso de su nuevo amigo.
Norte se comprometió hacer llegar
al padre de Usem una carta y dinero
de manera discreta y así fue como decidió comenzar su viaje por las
estribaciones de la gran cadena montañosa marroquí, justo por la localidad de Imsouane.
En el interior de la mochila de piel
que llevaba colgada al hombro, Norte portaba la misiva para Amestan, padre de Usem. Ahora solo tendría que buscar el momento adecuado para
hacérsela llegar.
Tras más de una hora de espera, aprovechando que salía un momento de la cancha de subasta, se acercó discretamente y lo saludó.
̶
Bonjour, êtes-vous M. Amestan?
El rostro cansado del anciano se volvió hacia él y, tras unos instantes de desconcierto, asintió con un leve gesto.
̶ J'ai une lettre pour vous de
Usem ̶ le dijo, entregándole lo más discretamente
posible el sobre.
Con rapidez lo tomó y se lo guardó en uno de los bolsillos de su raída bata azul y continuó su camino, para apenas un instante después, girarse con gesto triste y preguntar.
̶
Merci, Usem est en bonne santé?
̶ Oui, il va bien.
El anciano asintió esbozando una sonrisa y se alejó con paso cansino, con su mano en el bolsillo donde había guardado el sobre.
viernes, 4 de julio de 2014
La cara del santo hace el milagro
Un par de agudos pitidos lo sobresaltaron y, de un brinco, se puso a salvo en la acera. Un “mototortillero” a punto de arrollarlo pasó a su lado a gran velocidad, justo en el paso de peatones.
̶
¡Cuidado! ̶ le increpó Norte.
̶ ¡Jódete pendejo! ̶ Le respondió el joven acelerando, al
tiempo que le ponía los cuernos ofensivamente enseñándole sus dedos índice y
pulgar.
Acababa de llegar a Campeche y
todavía no le había dado tiempo a adaptarse a las normas básicas que todo
viandante debe tener muy presentes, así que se propuso ser un poco más
cuidadoso y poner los cinco sentidos cada vez que atravesara una calle o se
acercara a menos de 20 metros de un lugar por el que pudiese circular un
vehículo a motor. Aunque, sonriendo, pensó que también necesitaría una buena
dosis de buena suerte y algo de protección divina.
Cruzó la calle, esta vez
asegurándose de que no venía ningún vehículo y entró en la diminuta tienda que
había visto unos instantes antes desde el otro lado de la calle. “Antojitos el
Trébol” ocupaba escasamente una docena de metros cuadrados en el bajo de una de
las hermosas casas coloniales que jalonaban la calle Colón, muy cerca del hotel
donde se había alojado.
A las siete de la tarde el calor
comenzaba a dar una tregua, quizás ayudado por una leve brisa procedente del
mar, sin embargo en el interior del diminuto local, la temperatura todavía se
mantenía sofocante. Los estantes atiborrados de chucherías, apenas dejaban
espacio para un pequeño mostrador tras el cual se parapetaba el tendero que
respiraba al rítmico frescor que le proporcionaba cada vuelta de un viejo ventilador
situado, en un precario equilibrio, sobre una pila de revistas.
̶
Agua, por favor.
̶
¿También viene por lo del Sagrado Corazón? ̶ preguntó el vendedor al tiempo que ponía
sobre el mostrador una botella de agua helada.
̶
Perdone, no le comprendo ̶ respondió sorprendido Norte mientras pagaba.
̶
Me refiero al milagro, a la imagen del Sagrado Corazón que apareció en
el cemento del suelo de una casa, dos cuadras más arriba. Mucha gente viene hoy a comprar agua para
bendecirla.
̶
No, no me había enterado.
̶ No se habla de otra cosa ̶ continuó, mientras le enseñaba el titular del periódico local ̶ . Fíjese
lo que dice la mujer del afortunado que la descubrió: “Ya lo hemos limpiado y hasta le pasé el trapeador para ver si se
quitaba pero nada, sólo se borra por un momento y solito vuelve a aparecer,
creo que es un milagro, mi esposo está enfermo y sin trabajo e inclusive la
imagen está mirando hacia su cama lo que indica que Jesús está a su lado”.
̶
Pues no, no sabía nada. Espero que ese pobre hombre recupere la salud y
encuentre trabajo. ̶ Respondió sonriente Norte mientras pagaba,
pensando que, en apenas una hora, él sí esperaba que se obrara un verdadero
milagro.
Se dirigió, caminando lentamente,
en dirección al Parque de la Independencia, frente a la Catedral de Nuestra Señora de la Purísima Concepción. La cálida luz del atardecer producía un
efecto mágico sobre las fachadas de las casonas coloniales alineadas a
ambos lados de la calle, acentuando todavía más su colorido. Sus cornisas,
ribeteadas con contrastados diseños geométricos, destacaban sobre el cielo
azul, nítido, sin rastro alguno de nubes; ese cielo que invita al optimismo,
que hace pensar que ningún nubarrón acecha por el horizonte.
Sin embargo Norte sentía crecer
la opresión en el pecho a cada minuto que pasaba. Se reprochaba haber aceptado
la invitación, al fin y al cabo ¿qué había hecho para merecer semejantes
atenciones? A pesar de haberse puesto un fresco traje de hilo de color arena,
comenzó a sudar ligeramente, quizás producto de la tensión y del malestar que
comenzaba a atenazarle.
Todavía recordaba cuando recibió
la llamada telefónica de un funcionario del Estado de Campeche. La
presentación, el lisonjero resumen que hizo de los supuestos servicios
prestados a la comunidad y, por último, la propuesta del reconocimiento en un
acto público un mes después. Lo sorprendió hasta tal punto que aceptó el
ofrecimiento. Después, las dudas, el arrepentimiento y finalmente la desazón.
¿Cuántas veces, desde entonces, se maldijo así mismo por acceder?
Comenzó a escribir un millar de
veces unas palabras de agradecimiento y, en otras tantas ocasiones, desechó
cada una de las ideas que se ocurrieron. A medida que el tiempo transcurría,
cada día que pasaba, Norte veía como los resultados eran peores. La inmediatez
de una fecha, cada vez más cercana lo atenazaba de tal manera que finalmente
desistió. El largo viaje de más de diez horas en avión fue la confirmación definitiva
de que sería incapaz de escribir esas palabras con sentimiento, ese discurso sentido con el que ,desde
hacía días, había soñado ganarse al público.
Había rechazado el amable ofrecimiento de la organización para recogerlo en el hotel. Quería ir caminando,
en un último y desesperado intento de encontrar un soplo de inspiración. Finalmente
se había rendido a la evidencia y decidió encomendarse a la improvisación. Eso
que él quería ver como si realmente fuese producto de la espontaneidad o de la
naturalidad, no trataba más que encubrir su propia incapacidad.
Buscó la sombra que
proporcionaban las galerías de la plaza del zócalo y se perdió por las calles
de la ciudad, dejándose llevar por el frescor que proporcionaban las zonas más umbrías,
en un intento de encontrar la serenidad de espíritu que necesitaría en menos de
una hora.
De pronto, al doblar una esquina,
Norte se encontró con una pequeña muchedumbre congregada frente a una humilde casa. El
murmullo procedente de los rezos se elevaba monótono en cada uno de los
misterios del rosario. Mujeres de rodillas sobre la acera sostenían en sus
manos velas, imágenes de santos, estampas y rosarios. A la puerta de la casa
unas monjas Vicentinas, tocadas con un liviano hábito de color crema,
organizaban con precisión monástica, la peregrinación que hacia el interior de
la vivienda se había formado.
Sin pensarlo Norte se acercó y,
sin saber muy bien porqué, se colocó en la cola de acceso a la vivienda. En
apenas diez minutos se hallaba en una sencilla estancia enmarcada por paredes
de bloques de cemento. Un camastro en la esquina y una pequeña silla de madera,
que hacía las veces de mesilla de noche, atiborrada de velas, imágenes de
santos y crucifijos componían el lugar de culto. En el suelo unas manchas de
humedad conformaban una difusa imagen
que él ni remotamente podría relacionar con la representación del Sagrado
Corazón.
A un lado de la escena, la
familia Boo Monilla. Cuatro niñas y un chamaco de entre tres y siete años de
edad, miraban sorprendidos para la multitud que había invadido su hogar tras
las faldas de su madre, mientras su padre declaraba elocuentemente a unos
periodistas: “Me quedé sin trabajo por
una semana y pensaba en mi familia y lo de mi enfermedad, pero gracias a Jesús
que me visitó sé que todo será diferente, mañana me vienen a ver por un trabajo
y tengo mucha fe que se cumplirá mi petición”.
En ese instante Norte salió de la
estancia y se alejó convencido de que no podría defraudar a aquellas gentes que le
querían agradecer el haber creído en su comunidad.
A lo lejos, frente al Teatro Franciscode Paula Toro, se agolpaba expectante otra pequeña muchedumbre, esta
vez con un ánimo más festivo. Norte respiró hondo, se abotonó la chaqueta y se
dirigió con paso pausado, sabiendo por fin, lo que diría en sus palabras de
agradecimiento.
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