Cuenta la leyenda que allá por el siglo X, los monjes que habitaban en el
Monasterio de San Lourenzo de Carboeiro, desesperados por lo despacio que
avanzaban las obras para la construcción de su majestuosa iglesia, decidieron
que quizás éstas progresarían más rápido si llegaban a un pacto con el diablo.
Norte elevó su ceja izquierda, a la vez que una sonrisa socarrona se
dibujaba en su rostro mientras guardaba con cuidado el folleto turístico que
relataba la leyenda. Estaba en Galicia, una tierra donde nada es lo que parece,
un territorio ajeno al paso del tiempo, donde el mito se enreda en la realidad,
donde la magia y la fascinación caminan de la mano. Un lugar que Norte conocía
muy bien y que, a pesar de ello, seguía sorprendiéndolo.
Nada más cruzar “A ponte do Demo”, un hermoso puente que salva las aguas
del río Deza justo antes de llegar al cenobio, una amplia sonrisa volvió a
iluminar su rostro. Por que imaginarse a una pequeña comunidad de monjes gallegos, entablando negociaciones con el mismísimo demonio para establecer las condiciones del acuerdo, resultaba
ciertamente divertido.
De inmediato visualizó la escena y
se imaginó a un viejo y curtido abad gallego, tratando de tú a tú a un desconcertado
Satanás, que intentaba arrancar por todos los medios el acuerdo a aquel monje del
que no sabía si subía o bajaba, o mejor dicho, si cruzaba el puente o no, y que
lo máximo que obtenía de él era un lacónico “depende”, un rasgo de indecisión
que se le achaca corrientemente a los gallegos que permanece inalterado a
través de los siglos y que no es más que la prueba de que los gallegos ponían en práctica a diario la teoría de la relatividad mucho antes que el famoso físico alemán Albert Einstein la enunciara.
Es evidente que finalmente las negociaciones llegaron a buen término porque definitivamente acordaron que Lucifer levantaría una hermosa iglesia entre un
viernes y un domingo, todo un reto incluso para el rey del Averno que, sin duda
alguna, hoy en día despertaría la envidia de muchas modernas empresas constructoras.
A cambio, el diablo se llevaría a sus dominios las almas de los difuntos
que falleciesen entre la misa del domingo y las vísperas, una condición que
afortunadamente hoy en día no es necesaria para firmar la hipoteca de tu casa,…
¿o sí?
Y, de nuevo, Norte imaginó al abad con su “retranca”, ese mezcla de sarcasmo e ironía que los gallegos dominan a
la perfección y que puede acabar con la paciencia del más tenaz e incansable
interlocutor. No era ni más ni menos que la demostración del continuo coqueteo
de los gallegos tienen con el ingenio y la mordacidad, unas capacidades que la mayoría de los nacidos en esta tierra conocen y practican.
Y lo cierto es que, tal y como habían pactado, ese domingo el abad se encontró con el más hermoso y bello monasterio jamás construido. Satán había cumplido su parte del acuerdo.
Debido a la avaricia de la nobleza y del arzobispado, que se habían negado a
financiar su proyecto y para que la comunidad no desapareciese, ésta se había visto obligada a recurrir al diablo, a firmar un pacto con él. A Norte le parecía
imposible que aquel buen hombre no pensase en las consecuencias y se imaginó
que habría ideado un plan para burlar al maligno.
Y lo cierto es que así era. El abad tenía un as en la
manga y además, como buen gallego, de una buena dosis de astucia a prueba de las peores
vicisitudes…, el monasterio contaba entre sus posesiones más valiosas un
milagroso salterio, el “Ciprianillo”, capaz de mantener a raya al mismísimo rey
de las tinieblas.
Finalmente los monjes ordenaron a los fieles entrar en la flamante iglesia
y celebraron la misa dominical, y para cuando esta terminó y los asistentes se
disponían a salir, el abad continuó con la celebración de
vísperas ante el asombro de los fieles.
El diablo, insaciable prestamista sin escrúpulos que esperaba pacientemente
la salida de los parroquianos para cobrarse sus víctimas, comprendió de pronto
el engaño de los monjes e intentó entrar a reclamar las almas de los creyentes,
pero el poder del salterio de San Cipriano se lo impidió. Se había consumado la
treta urdida por la pequeña e ingeniosa comunidad de monjes.
«Es qué no hay nada peor que decirle a un gallego que no puede, … joder, te llevarás una sorpresa» -pensó Norte rememorando
un popular anuncio de una cadena de supermercados gallegos.
Derrotado y avergonzado, el demonio salió del monasterio y justo en medio
de “A ponte de Demo”, el mismo lugar donde se había celebrado el singular
acuerdo, prometió una represalia digna de él.
Lamentablemente, algunos siglos después, un obispo de Toledo, seguramente
desconocedor de la historia, mandó trasladar el salterio a Toledo. Y dado que
la venganza se sirve en plato frío y el monasterio carecía de la protección del
libro sagrado, fue entonces cuando Satanás desató una terrible tormenta que
dejó en ruinas el monasterio, cumpliendo su promesa.
Norte, incrédulo, observaba con detenimiento la foto del folleto
informativo que representaba el estado ruinoso del monasterio en la década de
los setenta del pasado siglo, tras décadas de abandono y espolio, mientras
comprobaba las obras de restauración que habían consolidado y recuperado, casi
en su totalidad, el monasterio.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que posiblemente Satán no había
valorado la obstinación y la tenacidad de los gallegos, especialmente su
capacidad de trabajo, quizás una de sus características más universales, junto
con la de negar con absoluta determinación de que en Galicia no llueve más que
en otros lugares y que lo que en realidad ocurre es la existencia de un oscuro complot de
los meteorólogos, empeñados en mostrar esta hermosa tierra bajo una nube
permanente.
Porque si algo es cierto, es que Galicia es tierra de tradiciones y mitos
que se enredan en las brumas del tiempo; lugares mágicos donde habitan las
brujas y meigas que flirtean a diario con los gallegos. Porqué, con seguridad,
sienten morriña por su tierra, pero tienen
absolutamente claro que las meigas no existen,… no obstante habelas hailas.