Feliz 2017!
miércoles, 28 de diciembre de 2016
jueves, 22 de diciembre de 2016
El dedo de Dios
Comprobó inquieto su reloj de pulsera para confirmar por enésima vez que la
hora que le marcaba el reloj del coche coincidía e instintivamente, aceleró.
Por sus cálculos apenas le faltaban más de cinco minutos para llegar a su
destino y, no obstante, en su rostro se reflejaba cierta tensión. Hacía ya un
buen rato que había amanecido y, desde entonces, la duda de si llegaría a
tiempo se hizo más y más evidente.
Todo había comenzado un año antes, visitando Santa Marta de Tera, en
Camarzana de Tera (Zamora), una bella iglesia románica construida a finales del
siglo XI, único resto que llegó hasta nosotros de un primitivo monasterio
mandado construir por Alfonso VI.
Nada más verla, Norte quedó prendado del conjunto de molduras taqueadas,
que recorrían sus muros, en una rítmica y sutil sucesión de arcos, contrafuertes
y capiteles que hacen de Santa Marta de Tera un bello ejemplo del
románico.
Recordaba cuando en su primera visita se encontró, en su portada Sur, con
una hermosa imagen pétrea, quizás la más antigua, de Santiago peregrino. Nada
más verlo, lo reconoció de inmediato. Aunque con una expresión un poco feroz,
quizás por sus enormes pupilas excavadas y una boca que dejaba ver sus dientes,
la imagen muestra un tratamiento magistral de la barba aguedejada y del morral
con la concha de Santiago.
Por fin, un enorme letrero en la autopista, le informó de la próxima salida
a Camarzana de Tera. De un rápido vistazo al reloj del coche comprobó la hora y
redujo la velocidad y se incorporó a la carretera
local que lo llevaría, en apenas un par de minutos, directamente a la amplia
explanada que había frente a la Iglesia.
«Ni automóviles ni peregrinos», pensó Norte sorprendido al no ver a nadie en
las inmediaciones, lo que le hizo sospechar que había llegado demasiado tarde.
Mientras se ponía una chaqueta de abrigo y tomaba su cámara de fotos del
maletero, dio un rápido vistazo a la cabecera de la iglesia, pero
desgraciadamente desde donde él se encontraba no era posible comprobar su
sospecha; así que, a la carrerilla, se dirigió hacia el palacio renacentista
construido a mediados del siglo XVI como residencia de los obispos de Astorga y
que ahora ejercía de museo jacobeo y de entrada a la iglesia románica.
- ¡Celes!,… ¡Celes!,… -gritó Norte,
empujando ligeramente la puerta entreabierta.
Celes, la amable cuidadora del templo, era la persona que unos meses antes
le había informado sobre el fenómeno que ocurría en aquel lugar cada año durante
los equinoccios de primavera y de otoño y, tras esperar unos instantes, se
dirigió a paso rápido hacia la portada occidental situada a los pies de la
iglesia.
Y de pronto se paró en seco. Desde donde él se encontraba divisó como un
hermoso rayo de luz penetraba a través de un pequeño óculo situado en la
cabecera de la iglesia, y comenzaba a iluminar el “Capitel del Alma salvada”.
Todavía asombrado por la oportunidad del momento en el que había llegado,
Norte se acercó despacio. Las pequeñas partículas de polvo, provistas de
vida propia, se movían a lo largo del intenso del haz de luz, como queriendo
señalar el camino hacia el hermoso capitel historiado que en ese momento
comenzaba a estar completamente iluminado.
Se quedó allí, inmóvil y en el silencio más absoluto, imaginando como una
pequeña comunidad en el siglo XI viviría el milagro de la luz; para
ellos, seguramente expresión máxima de
la divinidad. Era como si el dedo de Dios les enseñara desde el cielo y les
indicara el camino a seguir.
Y todo ello gracias a la maestría de unos hombres que, con herramientas
rudimentarias y con cálculos básicos hubieron de tener en cuenta desde la
orientación del ábside hasta la altura del capitel, pasando por la situación
del óculo o la incidencia de los rayos del sol en los equinoccios de primavera
y otoño.
«Un hermoso nombre para una bellísima obra» -pensó Norte al observar con
detenimiento el “Capitel del Alma salvada”, posiblemente una representación
alegórica de un alma que asciende a los cielos, en ese momento ya completamente
iluminado.
Y es que todo el universo del hombre en la época medieval se movía en torno
a Dios y los templos estaban en armonía con las estaciones del año. La
manifestación del espíritu de Dios se manifestaba también con la cuidada
planificación de la construcción de las iglesias. La orientación de los ábsides
hacia el Este permite que los rayos de sol del amanecer penetren por los
ventanales de los ábsides,.. es la representación de la resurrección de Cristo.
sábado, 10 de diciembre de 2016
Sobre el abismo, mejor volar que andar
A medida que su vehículo ascendía por la carretera que serpenteaba a través
de los campos nevados, Norte comprendió que había sido un acierto acercarse a
San Leo; un pequeño burgo medieval que le habían recomendado visitar en la
Emilia Romagna.
Desde la distancia el imponente peñasco rocoso, iluminado por la fría luz
de invierno, acentuaba todavía más los muros de la inexpugnable fortaleza que se
elevaban en un equilibrio imposible sobre el abismo a más de 500 metros de
altitud, dominando el valle del Marecchia, un territorio preñado de
acontecimientos históricos que harían enmudecer a la mismísima Rímini.
Nada más atravesar el arco de entrada al burgo, Norte se dio de bruces con una
hermosa localidad digna de ser uno de los “borghi
piu' belli d'Italia”. Tal como le había adelantado Marchelo, el locuaz
recepcionista que le había informado en su hotel de Rímini, la pintoresca
comuna, aparte de su calles de trazado medieval, contaba con la Rocca, una
impresionante fortaleza, la Catedral, una
Iglesia parroquial (pieve) y algunos palacios renacentistas como el Palacio
Mediceo, residencia de los Condes Severini-Nardini o el Palacio Della Rovere.
Aparcó su automóvil en la plaza presidida por uno de los monumentos más
emblemáticos de San Leo. En ese instante, los últimos rayos de sol incidían
sobre la fortaleza que la familia Montefeltro mandó reformar en el siglo XV,
transformándola en uno de los edificios militares renacentistas más hermosos de
toda Italia, y que por conquistarla lucharon Malatesta o César Borgia.
Localizada en lo más alto de una colina rocosa, en 1631 se transformó en
prisión hasta principios del siglo XX y fue famosa precisamente porque en ella,
Giuseppe Balsamo más conocido como el Conde de Cagliostro, fue encarcelado por
la Inquisición hasta su muerte por herejía. Cortesano en las cortes de Luis XV
y Luis XVI de Francia este carismático, tramposo y bohemio personaje que tenía
fama de alquimista, rivalizó con Casanova
en sus conquistas, con quien dicen competía, y también se le consideraba un
sanador de enfermedades incurables además de su capacidad para hacerse
invisible.
Caminó por las calles desiertas, disfrutando del bello atardecer que aquel
día invernal le había regalado, hasta dar con la Catedral, un admirable ejemplo
de templo románico-lombardo y una de las más bellas iglesias románicas que se
conservan en Italia.
Junto a ella, una alta torre-campanario de origen bizantino, era el único
resto que, junto con el Duomo, permanecía de la antigua ciudad sacra que allá
por el siglo XII estaba conformado además por el Palacio Episcopal, la
residencia de los Canónicos y posiblemente el Baptisterio.
A pesar del frío intenso, volvió sobre sus pasos, para admirar la pieve de Nuestra Señora de la Asunción, la iglesia más antigua de San
Leo y de toda la región; en ella se daba esa bella fusión entre arte, historia
y leyenda que tanto entusiasmaba a Norte.
Porqué según la tradición, Leone, un cortador de piedra de origen dálmata
que trabajó en Rímini, fue el constructor de la Iglesia y fundador de la
comunidad de San Leo, favoreciendo la difusión del cristianismo por la región
que concluiría con la creación de la diócesis de Moltefeltro y él su primer obispo.
Y es que lo que realmente le despertó el interés a Norte fueron la historia
y las leyendas que rodean este lugar y que, a lo largo de la historia, se
vieron enriquecidas por visitantes ilustres como San Francisco de Asís o la mención
expresa al lugar que aparece una de las obras maestras de la literatura
italiana. Porque Dante Alighieri cita este a este lugar en uno de sus versos
del cuarto canto de La Divina Comedia: “Cuando vayas a San Leo, mejor vuela que
no andes”… posiblemente en referencia a la situación privilegiada que desde lo
alto del Mons Feretrius tiene San Leo.
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