Nada más entrar Norte se percató de su error. ¿Cuántas veces
habría pasado a su lado, camino de la meseta?,… y tan solo se
encontraba a unos cientos de metros,… ni tan siquiera estaban
ocultas a la vista; el hermoso perfil de sus muros derruidos se
adivinaba desde la carretera.
Con una belleza pétrea que exuda calma y equilibrio, el Monasterio
de Santa María de Carracedo se obstina en permanecer en pie en una
cruenta lucha que cada día libra para que su historia no se
desvanezca con el paso del tiempo.
Cada piedra, cada rincón, recuerda la antigua presencia humana, con
una armonía silenciosa que nos traslada al silencio monacal, de
renuncia a la vida mundana y entrega a la oración de los monjes que
vivieron entre sus muros y recorrieron esas estancias.
Con un halo de serenidad y fascinación, su pasado se pierde en las
brumas del tiempo. Su historia está repleta de acontecimientos que,
desde el siglo X, han permitido a los benedictinos primero y más
tarde a la Orden del Cister vivir en comunidad con el retiro, la
pobreza y el trabajo en el campo como una manera de acercarse a lo
divino.
Y Norte todavía pudo percibir toda la magia que encierra el lugar
bajo la espectacular serenidad que contagian sus muros derruidos.
Cada estancia, cada claustro, cada pasillo a Norte le pareció un
enclave único, con esa esencia de paz, belleza y espiritualidad
geometría del silencio que solo el tiempo puede proporcionar.