Nada más despedirse del Sr. Zhang, cerró la puerta tras él y enfiló por largo
pasillo que lo llevaría directamente a los ascensores. A pesar del cansancio que
arrastraba desde hacía días, Norte no pudo dejar de sorprenderse por la bonita
puesta de sol que se estaba produciendo allí afuera. Tras la enorme cristalera
que recubría toda la fachada del moderno rascacielos, el ocaso ganaba protagonismo
al día y una bella luz amarillenta inundaba hasta el último rincón de la Bahía
de Hong Kong.
Desde que había llegado, el anochecer era para él en mejor momento del día.
El calor sofocante parecía mitigarse ligeramente y eso le permitía abandonar el
frescor artificial de los edificios y salir a la calle buscando esa brizna de aire
fresco que a veces venía de la bahía.
Nada más abrirse las puertas, Norte salió al amplio hall del edificio en el
que el acero y el cristal eran los protagonistas. Tras unos segundos de duda,
localizó el letrero que le indicaba la salida y se unió al torrente de personas
que, como él, habían finalizado su jornada de trabajo.
Mientras se dirigía hacia la puerta de salida, se sacó la corbata y la
blazer y se dispuso a salir al exterior; allí donde el aire acondicionado que
lo había amparado durante todo el día no alcanzaba, allí donde la elevada
humedad y temperatura se aliaban para hacer difícil la vida a las personas.
Tan pronto las puertas se abrieron, una bocanada de aire caliente lo
envolvió anunciándole que todavía era demasiado pronto para que las
temperaturas aflojaran y, durante unos instantes dudó si tomar un taxi o
regresar en barco, atravesando la bahía.
Miró su reloj, sonrió y se echó su chaqueta al hombro, comenzando caminar
tras las docenas de personas que se dirigían hacia el embarcadero situado a no
más de 10 minutos. Desde que lo había utilizado, hacía ya un par de
días, no había dejado de emplearlo siempre que podía, pero es que además la llegada de la
noche hacía de la corta travesía un momento mágico.
Las embarcaciones de la histórica Compañía Star Ferry cubren la línea de la
isla de Hong Kong a la península Kowloon, en una corta pero fantástica travesía
de apenas 15 minutos durante las cuales, especialmente a esas horas, se puede disfrutar
de uno de los más bellos skyline del mundo.
Tras esperar unos minutos para dejar bajar los pasajeros del ferry que
acababa de atracar, Norte se acomodó en uno de los asientos y se dispuso a
disfrutar del espectáculo.