Nunca entenderé la manera que tiene de demostrarme que está enfadada; sobre todo esa puta manía que tiene de pelearse sin hablar … y es que nada más salir de casa de Elvira y Gerardo comprendí que esos silencios,… esas miradas,… esos gestos no presagiaban nada bueno.
Desconcertado, repasé mentalmente lo ocurrido durante la cena, intentando encontrar la causa. Y es que para mi todo había estado fantástico. Habíamos disfrutado de una velada muy divertida en su nueva casa recién decorada con un estilo funcional y minimalista, en la que por todas parte se veía el sello de Elvira siempre empeñada en reducir las cosas a lo esencial y deshacerse de todo lo superfluo. Todos los espacios rezumaban equilibrio y simplicidad para los que habían empleado una paleta de colores neutra que acentuaba esa limpieza general que se respiraba en la casa.
Pero es que además Elvira y Gerardo se habían currado el menú armonizando productos de la tierra con denominación de origen y preparaciones vanguardistas que destilaban la experiencia gastronómica más hedonista.
Y es que algo sucedió durante la cena en lo que no había reparado y escapaba a mi comprensión, ya que nada más subirnos al coche para volver a casa fue cuando todo empezó a torcerse.
―¿Te pasa algo? ―pregunté a sabiendas de que por el momento solo se trataba de una pequeña escaramuza.
―No se. Tu sabrás ―me respondió al instante con ese tono seco y ácido, como de asco, que ella dominaba como nadie, comenzando abiertamente las hostilidades.
«Pero como pude ser tan estúpido» ―pensé. Tenía claro que la primera regla en una cena con amigos y tu pareja era estar atento a las “señales”, nada de relajarse.
―¿Quieres que hablemos? ―pregunté de nuevo, arrepintiéndome casi al instante de haberlo hecho.
―Ahora,… ahora querrás arreglarlo. ―y comenzó un desconsolado gimoteo acompañado de gruesos lagrimones.
―Pero ¿porqué lloras?
―No estoy llorando, simplemente exagero en los tonos más agudos con alguna lágrima ocasional ―me respondió, esta vez con un gesto de sufrimiento casi agónico que me hizo sentir el ser más vil y despreciable bajo las estrellas,…
―¿Es por ….? ―volví a preguntar, e instantáneamente su desaprobadora mirada me recorrió de arriba a bajo … Era como cuando en plena noche me despierto y la encuentro allí, mirándome fijamente en la oscuridad mientras duermo, seguramente reprochándome en silencio Dios sabe qué torpeza yo había cometido ese día, hacía un año o quizás un lustro.
Ya no había marcha atrás. No podía dejar ahí la pregunta, como un calderón suspendido eternamente en una partitura. Tendría que arriesgarme si quería arreglar aquel desencuentro antes de que se convirtiera en algo de lo que seguro me arrepentiría en las próximas semanas. Solo pensar en convivir con una Puri “molesta” me aterrorizaba.
―Te ha gustado la velada, ¿verdad? ―me espetó repentinamente, y de inmediato me percaté. Era una “pregunta trampa” , una de esas de las que nadie ni nada te puede salvar y contestes lo que contestes ya puedes darte por jodido.
―Eh... ―logré murmurar, en un intento de ganar tiempo. Mi cerebro bullía de actividad buscando una salida. Era consciente de que ya se habían encendido todas las alarmas.
―Así que te encantó esa tortilla deconstruida de patatas de Coristanco con huevos ecológicos que nos prepararon ¿no?
―Eh... ―acerté a contestar.
―Si yo te pongo la tortilla así, en una taza con las patatas flotando en el huevo sin cuajar me echas de casa. Y luego Elvira, para rematar, nos suelta la cursilada de que “nutrir es amar”.
«1 a 0 » ―pensé, se había adelantado en el marcador.
El semáforo se puso en verde y durante toda la avenida un silencio incómodo se instaló entre nosotros aunque yo sabía que ella estaba rearmándose, en su CPU estaba repasando palabra por palabra toda la velada que por supuesto tenía escaneada; … estaba seguro que de un momento a otro llegaría una nueva andanada.
―Y la casa, … la casa parece que te encantó también, ¿verdad? ―volvió a lanzar en cuanto nos detuvimos en el siguiente semáforo.
―Eh... ―murmuré de nuevo.
―Han hecho una casa que más parece una nevera industrial que un hogar. Nos viene con el cuento de una “vida sencilla” y luego nos cuenta que la butaca en la que estabas sentado les había costado 7.000 euros. Pero eso es minimalismo y sencillez , ¿verdad? y no postureo.
«2 a 0 » ―pensé, el marcador comenzaba a ser de escándalo.
De nuevo el semáforo se puso en verde y, de nuevo, el ambiente se llenó de una tensión que podría recargar un móvil.
―Y la buena de Elvirita, Doña Perfecta, estaba muy guapa hoy,…. ¿no es cierto? ―me espetó de nuevo, esta vez antes de llegar a un nuevo semáforo.
―Eh... ―farfullé, consciente de que la emboscada había terminado y no me quedaba mas salida que la rendición total y absoluta, … porque el que calla otorga, y el que otorga pierde.
―Fíjate, la mosquita muerta, presumiendo de esas tetas plásticas antigravedad. Y luego nos suelta que no lo hace por los demás, … que lo hace por sentirse a gusto consigo misma. Y tú, como un bobo, dándole la razón sin quitar ojo de su canalillo.
«3 a 0 » ―me reproché apenado y comprendí que había perdido el partido y la liga,… ¡por goleada!