Nada más entrar se percataron de la suerte que habían tenido. Justo en ese instante
salía un numeroso grupo de turistas de la capilla lateral de la Iglesia de
Nuestra Señora y, tras el pequeño revuelo que se produjo en la puerta, un recogido
silencio inundó todo el recinto.
Llevaban todo el día esperando.
Habían decidido que el mediodía sería el mejor momento para visitarla, con la
esperanza de que el número de turistas fuese menor a esas horas y, al
parecer, había acertado. La luz penetraba por cada una de las ventanas
laterales, formando unas potentes estelas luminosas que incidían en
el suelo de la iglesia, dándole un aspecto casi mágico.
La mañana había transcurrido lentamente,
callejeando por la “ciudad decorado” y disfrutando del sol en una de las
terrazas de la
Grote Markt. A pesar
de que Norte no era partidario de viajar a esos lugares tan visitados, admirar
de cerca la creación de Miguel Ángel, tenía un precio y ese no era otro que
soportar las riadas de turistas ávidos de fotografiar cada una de las piedras
de aquella ciudad.
Se sentaron en la primera fila de
bancos. Desde allí apenas 5 metros les separaban de ella y, como siempre que
admiraba una escultura del genial artista, se volvía a sorprender de la calidez
que lograba transmitirle a un frío trozo de mármol de Carrara.
- No, de frente no –le advirtió
ella-. Debemos situarnos a la izquierda. Desde allí captaremos la verdadera
expresión de su mirada.
Sorprendido, Norte le hizo un
gesto invitándola a que le explicara el enigma.
- En realidad la Madonna y el
Niño fue diseñada para Siena, pero dos mercaderes de Brujas que estaban
haciendo negocios en Florencia la compraron y la trajeron aquí en un mercante.
- ¿Y eso que tiene que ver para
admirarla desde un determinado lugar? –preguntó curioso, atrapado por una extraña fascinación que le
había causado nada más entrar y verla destacando en el centro del altar.
- La obra está pensada para observarla
desde una determinada posición –respondió de inmediato ella-. No de frente como
parecería natural, sino desde la izquierda... y además desde una posición un
poco mas baja. No es un capricho del artista.
Es que Miguel Ángel diseñó la obra para Siena, y allí iba a estar
colocada a unos 8 metros de alto, y para ser contemplada desde este ángulo.
En efecto, Norte se dio cuenta
entonces que, cuando se contemplaba la figura de frente, tanto la Virgen como
el Niño parecían ausentes, mirando hacia el suelo. Pero en cuanto cambió de
posición descubrió que a quién realmente estaban mirando era a él.
- Fíjate en la mano izquierda de
la Virgen –continuó Francesca-. Es un gesto natural, no lo retiene, no impide
que se vaya, simplemente mantiene el contacto con él antes de que, según dicen
los expertos, Jesús comience su misión
en la tierra.
Cuando más la contemplaba, más se
deleitaba. Tomó la mano de Francesca y deslizó las yemas de sus dedos por su
piel.
- ¿Te has fijado en la
desproporción de las imágenes? –continuó ella-. El niño es más grande que lo
que correspondería a uno de esa edad, pero en realidad es una genialidad de
Miguel Ángel, que diseñó la obra para situarla a esa altura e
incorporando este truco óptico para acentuar la perspectiva y resaltar la
figura del niño.
A cada instante que pasaba se
sentían más y más atrapados por
“La Madonna de Brujas”. La belleza clásica del
rostro de la virgen, resaltado por los pliegues del manto que lo enmarcan y
alargan, por sus manos, representadas de tal modo que parecen estar a punto de
realizar un leve movimiento. El resultado es la transformación de un frío trozo
de mármol en una obra de arte que produce una extraña, pero deliciosa,
fascinación.