domingo, 28 de septiembre de 2014

La cápsula del tiempo


La puerta se entreabrió y, a medida que sus ojos se acostumbraban a la penumbra, las sombras comenzaron a materializarse; de modo muy tenue al principio, para concretarse en formas conforme transcurría el tiempo.


Primero un conjunto de columnas, austeras, sin ningún ornamentación, en las que se apoyan arcos apenas decorados y, entre los cuales, la luz jugaba a esconderse… ¡como le recordaba a una mezquita! Después una gran pilastra central rematada en un conjunto nervaduras que sustentaban la bóveda… ¡una palmera!


Dentro, un silencio denso, espeso, que perpetuaba el ambiente sellado, casi sepulcral de la estancia, como si de una cápsula del tiempo se tratase. Tanto que Norte se sintió como si, de pronto, fuese teletransportado al siglo XI con solo cruzar aquella pequeña puerta, rematada con un arco de herradura como único ornamento. Pensó que en cualquier momento aparecería uno de aquellos cristianos mozárabes que, huyendo de las persecuciones de Al-Andalus, se asentaron a lo largo de las tierras de frontera, al Norte del Duero y del Ebro.

Después, las pinturas ... o lo que quedaba de ellas. Elefantes, dromedarios, osos, lebreles rampantes, santos y escenas bíblicas. Algunos apenas visibles, otros todavía con colores llenos de fuerza y, sobre todo, cargados de simbolismo, como los “Toros afrontados”, representación de la ira de Dios para los expertos y para Norte la sobriedad de aquellas gentes, enfrentada al derroche cromático y representativo de las tierras del sur.


Y Norte comprendió que San Baudelio de Berlanga, era el resultado de una reacción química entre dos compuestos, la consecuencia del encuentro de dos culturas antagónicas que, a pesar de sus profundas diferencias, habían sabido encontrar un camino de expresión común.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

“Calatañazor, donde Almanzor perdió el tambor”


Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Allí, en lo más alto de la peña en la que se encaramaba Calatañazor, un viento frío y seco que recorría todo el páramo le obligó a parapetarse tras uno de los derruidos muros de lo que quedaba de un castillo del siglo XIV.

A sus pies una extensa llanura de campos arados, orlada de viejos sabinares, destacaba  sobre un horizonte gris plomizo en el que, a pesar del frío, dos enormes buitres evolucionaban en el aire sin mover una sola de sus plumas, como si estuviesen suspendidos desde el cielo por invisibles hilos.

Se quedó allí un buen rato, contemplando absorto el hermoso paisaje que le regalaba aquella región soriana en otoño, acompañado solo por el ruido del viento impenitente que se colaba por cada resquicio de su ropa.

Era precisamente por esas tierras dónde, las crónicas y la tradición popular, situaban la supuesta batalla de Calatañazor, catalizadora de la derrota definitiva de Almanzor. Y aunque existen muchas dudas sobre el verdadero desenlace de la batalla, lo cierto es que los reinos cristianos la aprovecharon para espolear y dar ilusión a un pueblo aterrorizado por las incursiones árabes y dar un impulso definitivo a la reconquista. Y una sonrisa se dibujó en el rostro de Norte al pensar que la importancia de los medios de comunicación no era un invento reciente. Y también se dio cuenta del acierto del “lema publicitario” de la época, digno de las mejores agencias de comunicación actuales: “Calatañazor, donde Almanzor perdió el tambor”, en alusión al fin de su estrella de la suerte.


Habían pasado más de quince años desde que había ido a aquel lugar por primera vez y se sentía francamente sorprendido del trabajo de restauración que se estaba realizando. Las numerosas casas semiderruidas que había visto en su primera visita  habían sido reconstruidas, invitando a callejear y perderse por las callejuelas medievales, jalonadas de una arquitectura popular de barro y madera, iglesias románicas y un entorno natural único.


Muchas veces Norte había pensado que ocurriría si le faltase alguno de los cinco sentidos. ¿Qué habría ocurrido si careciese de la vista?,¿cómo podría admirar todo aquello?. La mejor y más precisa descripción sería incapaz de igualar, ni siquiera remotamente a lo que sus retinas captaban a cada instante con sus infinitos matices de color.

¿Cómo podría completar aquel cuadro sin integrar el zumbido del viento?, ¿sin la sensación de tocar aquellas piedras centenarias?, …  Y de pronto se dio cuenta de la importancia de cada uno de ellos y de la inmensa suerte que había tenido al recibir ese regalo. Y no se estrañó que Orson Welles o Julián Marías se dejasen seducir por Calatañazor.


domingo, 21 de septiembre de 2014

Bajo el sol de la Lovaina


La plaza, repleta de terrazas y atestada de estudiantes disfrutando de una cerveza, los hizo sonreír y quizás disfrutar, todavía más, de la Stella Artois y la tibieza del sol primaveral en sus rostros.

Hacía escasamente una hora que habían llegado en un  tren desde Bruselas y, tras un corto paseo, se habían dado de bruces con el Ayuntamiento, un hermoso edificio de estilo gótico flamígero, de aspecto similar a un gran relicario y en torno al cual se articulaba la Grote Markt .

Norte ya había visitado Lovaina en otras ocasiones pero, nunca con un tiempo tan bueno. Un sol radiante lucía en todo su esplendor, sirviendo de excepción a la mala fama que el clima tiene en Bélgica; así que se colocó sus gafas de sol, se arrellanó en su silla y se dejó acariciar por  la calidez de los rayos solares.  Para  Francesca era su primera visita y lo que más le sorprendió, al margen de aspectos como el arquitectónico o el histórico, fue precisamente el ambiente universitario que impregnaba todos y cada uno de los rincones de la ciudad.


Y recordó su época de estudiante universitaria, en Bolonía, en la Emilia-Romagna italiana, y no pudo menos que compararse con todos aquellos chicos que llenaban las terrazas bajo el sol de la Lovaina (Leuven)

viernes, 19 de septiembre de 2014

La magia del atardecer


A pesar de la prisa que llevaban, se detuvieron un instante en el Puente de Saint Michel. Allí se toparon con una extraordinaria panorámica de Graslei (Muelle de las Hierbas) donde, una pequeña muchedumbre tomaba el sol a lo largo del antiguo puerto medieval. Tras ella, un hermoso telón de fondo. Una hilera de edificios singulares, como la Casa Gremial de los Medidores de Grano, la Casa Gremial de los Marineros Libres o el Almacén de Trigo… iluminadas por el sol del atardecer.


Sin cruzar una sola palabra, se miraron y una sonrisa se dibujó en sus rostros y Francesca y Norte descendieron las escaleras que los llevaron directamente al muelle para disfrutar de ese momento mágico.  

domingo, 14 de septiembre de 2014

Una extraña fascinación


Nada más entrar se percataron  de la suerte que habían tenido. Justo en ese instante salía un numeroso grupo de turistas de la capilla lateral de la Iglesia de Nuestra Señora y, tras el pequeño revuelo que se produjo en la puerta, un recogido silencio inundó todo el recinto.

Llevaban todo el día esperando. Habían decidido que el mediodía sería el mejor momento para visitarla, con la esperanza de que el número de turistas fuese menor a esas horas y, al parecer, había acertado. La luz penetraba por cada una de las ventanas laterales, formando unas potentes estelas luminosas que incidían en el suelo de la iglesia, dándole un aspecto casi mágico. 

La mañana había transcurrido lentamente, callejeando por la “ciudad decorado” y disfrutando del sol en una de las terrazas de la Grote Markt. A pesar de que Norte no era partidario de viajar a esos lugares tan visitados, admirar de cerca la creación de Miguel Ángel, tenía un precio y ese no era otro que soportar las riadas de turistas ávidos de fotografiar cada una de las piedras de aquella ciudad. 


Se sentaron en la primera fila de bancos. Desde allí apenas 5 metros les separaban de ella y, como siempre que admiraba una escultura del genial artista, se volvía a sorprender de la calidez que lograba transmitirle a un frío trozo de mármol de Carrara.

- No, de frente no –le advirtió ella-. Debemos situarnos a la izquierda. Desde allí captaremos la verdadera expresión de su mirada.

Sorprendido, Norte le hizo un gesto invitándola a que le explicara el enigma.

- En realidad la Madonna y el Niño fue diseñada para Siena, pero dos mercaderes de Brujas que estaban haciendo negocios en Florencia la compraron y la trajeron aquí en un mercante.

- ¿Y eso que tiene que ver para admirarla desde un determinado lugar? –preguntó curioso,  atrapado por una extraña fascinación que le había causado nada más entrar y verla destacando en el centro del altar.


- La obra está pensada para observarla desde una determinada posición –respondió de inmediato ella-. No de frente como parecería natural, sino desde la izquierda... y además desde una posición un poco mas baja. No es un capricho del artista.  Es que Miguel Ángel diseñó la obra para Siena, y allí iba a estar colocada a unos 8 metros de alto, y para ser contemplada desde este ángulo.

En efecto, Norte se dio cuenta entonces que, cuando se contemplaba la figura de frente, tanto la Virgen como el Niño parecían ausentes, mirando hacia el suelo. Pero en cuanto cambió de posición descubrió que a quién realmente estaban mirando era a él.

- Fíjate en la mano izquierda de la Virgen –continuó Francesca-. Es un gesto natural, no lo retiene, no impide que se vaya, simplemente mantiene el contacto con él antes de que, según dicen los expertos,  Jesús comience su misión en la tierra.

Cuando más la contemplaba, más se deleitaba. Tomó la mano de Francesca y deslizó las yemas de sus dedos por su piel.

- ¿Te has fijado en la desproporción de las imágenes? –continuó ella-. El niño es más grande que lo que correspondería a uno de esa edad, pero en realidad es una genialidad de Miguel Ángel, que diseñó la obra para situarla a esa altura e incorporando este truco óptico para acentuar la perspectiva y resaltar la figura del niño.


A cada instante que pasaba se sentían más y más atrapados por “La Madonna de Brujas”. La belleza clásica del rostro de la virgen, resaltado por los pliegues del manto que lo enmarcan y alargan, por sus manos, representadas de tal modo que parecen estar a punto de realizar un leve movimiento. El resultado es la transformación de un frío trozo de mármol en una obra de arte que produce una extraña, pero deliciosa, fascinación.  

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Ribeira sacra vs Robledal sacro



La Ribeira Sacra, una zona que comprende las riberas del río Sil y del Miño,  es conocida por su riqueza natural, histórica y biológica. Tradicionalmente el topónimo "Ribeira Sacra" (en latín "Rivoira Sacrata") se explica por la gran cantidad de monasterios existentes en la zona. Sin embargo, en el documento fundacional del Monasterio de Santa María de Montederramo (1124) se lee claramente "Rovoyra" y no "Rivoira"; lo cual se aparta de "Ribera" y podría tener el siginificado de "Robledal", del latín "Rubus". En todo caso la confusión del monje benedictino parece que estaba destinada a convertirse en una realidad. 
   
Pero Ribeira Sacra es también conocida por ser la zona de cultivo de una de las denominaciones de origen vitivinícolas más singulares de Galicia. Las cepas de "mencia" y otras variedades cultivadas en terrazas, con pendientes muy acusadas, hacen que muchas de sus explotaciones se encuadren en lo que se denomina viticultura heroica.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Los aromas del otoño



Tras salir de Parada de Sil, a medida que avanzaba por la sinuosa carretera, tras cada curva, Norte percibía con más intensidad los matices que anunciaban el otoño, esos sutiles aromas que hacían aflorar las vivencias que, sin ser consciente de ello, atesoraba de esa estación. El olor dulce y casi etílico de las uvas maduras, la humedad que ayuda a descomponer las hojas, los colores amarillentos y rojizos que parecen teñir la vegetación. Recordó entonces un párrafo del libro… y se percató de la semejanza de las sensaciones.

 “… Atravesé hermos bosques de castaños y rebollos conduciendo por estrechas carreteras que se adaptaban con precisión al terreno, en un ejercicio de completa mimetización con el medio. Por momentos, a mi izquierda, se podía intuir la enorme depresión producida por el río Sil, donde los bancales con los viñedos creciendo en milimétrica alineación esperaban la vendimia, para la que apenas faltaban unos días. Las parcelas geométricas, con esquinas en ángulo recto semejaban pequeñas islas en un océano de piedra y vegetación dándole a aquellas laderas un aspecto único.” 

(La Mujer que miraba las estelas de los aviones. A. Rodríguez, 2014)

miércoles, 3 de septiembre de 2014

La otra perspectiva


Por fin, la entrada a un camino forestal le permitió encontrar un espacio para aparcar. Una carretera estrecha, llena de curvas y prácticamente sin arcén lo había llevado hasta allí, el primero de los destinos que tenía programado. 

Había llegado a la hora prevista, así que sin perder un instante tomó el libro y, con la seguridad de quién sabe a dónde va, caminó por un sendero polvoriento y pedregoso. El viento azotaba con fuerza allí arriba, levantando pequeñas nubes de tierra y sacudiendo la vegetación en cada ráfaga, enfatizando todavía más la belleza del paisaje.

Conocía el lugar. Había estado allí con anterioridad, pero después de leer el libro que tenía en sus manos había decido volver y contemplarlo desde aquella otra perspectiva que le sugería el autor. Así que después de disfrutar un buen rato del espectáculo paisajístico, Norte de acomodó al abrigo de  unas rocas y abrió el libro por la página que tenía marcada…

“… Finalmente, tras una tarde llena de fotografías de lugares mágicos, justo cuando el sol comenzaba su atropellada carrera para ocultarse tras el horizonte, aparqué en las inmediaciones de un camino que, serpenteando durante apenas trescientos metros por la ladera, conducía a una pequeña explanada que me mostraba una espectacular vista de un meandro del río Sil.


Me encontraba en el mirador de Trabancas y ante mí, el río discurría encajado entre inmensas moles graníticas, describiendo un impresionante  meandro labrando a lo largo de los siglos, y al que el agua embalsada no había logrado quitarle un ápice de belleza. Las escarpadas laderas mostraban, enfatizadas por la luz del sol, un relieve escarpado y agreste que hacía destacar todavía más la rala vegetación que, a retazos, se empeñaba en crecer allí donde un puñado de tierra le dada una oportunidad.

A pesar de conocer el lugar, seguía sobrecogiéndome como la primera vez que lo vi. Durante un buen rato me quedé allí, absorto, dejando que mis sentidos se impregnaran de buena parte de la mágica esencia de aquel lugar. Quería que mis retinas captaran la fuerza de aquel paisaje. Deseaba poder interiorizar aquella sinfonía, compuesta por el sonido del viento y de multitud de pájaros e insectos, exenta de cualquier contaminación artificiosa de ruidos de la civilización. Ambicionaba sentir los aromas que impregnan cada molécula del aire que respiraba. Codiciaba poder captar con las yemas de mis dedos la naturaleza de aquellas superficies rocosas que afloraban por dondequiera que mirase.  


Trascurrió un buen rato contemplando aquel espectáculo natural que ningún arquitecto podría ni siquiera igualar, hasta que comenzó a oscurecer. Calculé que apenas me quedaba media hora de luz y comencé a fotografiar el lugar. Pero no importaba, estaba seguro de que lo había captado de tal forma que ni siquiera los cables de una línea alta tensión que pasaba a mi izquierda podrían interferir en el resultado final del cuadro. Casi podía imaginarlo rematado allí sobre el caballete de mi estudio de Pontevedra.”
(La mujer que miraba las estelas de los aviones - A. Rodríguez, 2014)

Y, como el protagonista de la novela, Norte encendió un cigarrillo y esperó a que anocheciera lentamente.