Abandonó la carretera principal y
continuó por una pista de tierra reseca y polvorienta. El ambiente fresco y
vivificador del interior del vehículo que había alquilado en Joao Pessoa
(Paraiba-Brasil), contrastaba con la temperatura del exterior. En varias
ocasiones Norte había intentado apagar el aire acondicionado y abrir las
ventanillas para disfrutar de esa sensación de libertad que da conducir sintiendo el
viento en el rostro. Pero los negros nubarrones que cubrían el horizonte daban
una sensación engañosa. Fuera, los más de 35 ºC no dejaban lugar a dudas, así
que decidió que mejor sería soportar el ruido atronador del ventilador del
equipo de aire acondicionado.
Después de casi tres horas de
viaje, se encontraba apenas a unos minutos de su destino y una sensación extraña le invadió. Hacía tan solo
veinticuatro horas que había oído hablar de aquel pequeño lugar perdido en un
país inmenso como Brasil. Quizás fuese la intensidad con la que Luzía, una
nordestina con profundas raíces en el Sertão, le había descrito el lugar la
noche anterior. Tal vez la continua búsqueda de lugares auténticos, alejados de
los circuitos turísticos clásicos, que Norte perseguía con obsesión. O
posiblemente la intuición de que aquel relato contado durante una aburrida cena
oficial de un lugar inhóspito en medio de la nada, valía la pena.
Tras unos kilómetros por la
pista de tierra, detuvo la camioneta. Había llegado. Frente a él una enorme
superficie pétrea, coronada por un mar de piedras del tamaño de una casa, destacaba sobre el horizonte cargado de
enormes nubarrones negros.
La belleza desoladora del “Lajedo do Pai Mateus” lo sorprendió. Durante unos minutos admiró impresionado las
formaciones rocosas intentando comprender los mecanismos de la naturaleza para
obtener aquel resultado. Finalmente, se decidió y salió del coche.
Una bocanada de aire caliente y
seco le golpeó la cara nada más abrir la puerta del coche. Aun así, el ambiente
tórrido de aquella planicie reseca y semidesértica no lo desanimó y siguiendo un
sendero se dirigió hacia la base. Desde allí ascendió directamente hasta lo más
alto de aquella elevación rocosa y, de pronto, pudo disfrutar del impresionante
paisaje nordestino: una enorme llanura en la que crecían matorrales y plantas
espinosas adaptadas a las duras condiciones de sequedad del lugar.
Rodeado de enormes moles
graníticas de varias toneladas de peso, Norte se dio cuenta de su verdadera dimensión. Formadas en el
precámbrico, hacía ya más de 500 millones de años, desde entonces venían sufriendo
un proceso constante de erosión por la acción del sol, del viento y de la
lluvia, dando lugar a esferas de piedra que se mantenían, en un equilibrio
precario, sobre la roca.
A lo lejos divisó una gran piedra
con una forma extraña. Desde esa distancia parecía un enorme casco y Norte
recordó las explicaciones de Luzía. La historia formal, la que hablaba del uso
del lugar como centro ceremonial, 10.000 años atrás, por los pueblos indígenas
prehistóricos. Pero a Norte le gustaba más la leyenda que daba nombre al lugar.
También ella se la había contado y no cabía la menor duda que la “Pedra do
Capacete” era aquella. Bajo ella, en el siglo XVIII, vivió un ermitaño y
curandero conocido como “Pai Mateus”. Muchas personas habían sido curadas por
él y, a cambio, solo admitía un poco de comida para subsistir.
Caminaba entre aquellas moles
graníticas cuando sintió la primera gota en su rostro. Casi sin tiempo para
amparase bajo ellas, comenzó a llover y, en unos segundos la superficie de las
rocas requemadas por el sol abrasador y sedientas de agua fue bañada por las gruesas
gotas de lluvia de la tormenta.
Bajo la misma roca, tres sonrientes
brasileños que esperaban resignados a que el aguacero remitiera le hicieran un
sitio a Norte y uno de ellos con cara de circunstancias le explicó que: “Chuva e alegria no Sertão” (La lluvia es
alegría en el Sertão)
Y Norte recordó de nuevo el evocador relato de Luzía sobre el “Sertão”.
Tierras vastas y pobres. Tierras de sequías que hacen emigrar a la gente hacia otras zonas. Pero también tierras donde late el corazón del Brasil más creativo.