Nada más llegar a la rotonda, una señal lo invitó a dejar su coche en uno
de los aparcamientos que se repartían en la parte externa de la muralla… y,
lejos de molestarle, a Norte se le dibujó una sonrisa en su rostro. Que el
tráfico estuviese restringido era una buena señal, un signo de que los
ciudadanos de esa ciudad se tomaban muy en serio el concepto del buen vivir y que,
además, lo practicaban en su vida diaria.
Y es que estar situada en una esquina de la Toscana, a un paso de adversarias
tan poderosas como Pisa, Florencia o Siena, era todo un reto para una pequeña
ciudad como Lucca; un desafío con el que sus habitantes han aprendido a
convivir a lo largo de su historia.
Nada más atravesar su muralla, Norte comenzó a comprender el secreto de Lucca,
esa gran desconocida. Para él, su mayor atractivo residía sin duda en su
armonía,… ese tipo de ciudad en la que se respira bienestar y satisfacción.
Un corto paseo por sus estrechas callejuelas le sirvió para adentrarse en
aquella pequeña ciudad de apenas 80.000 habitantes y disfrutar de ese precario
pero bello equilibrio que solo logran aquellos lugares que se mantienen en la eterna
encrucijada entre el campo y la ciudad.
Una ciudad rodeada de suaves colinas toscanas repletas de cipreses, vides y
olivos que se prolongan hasta integrarse dócilmente en los jardines que bordean
todo el perímetro de la muralla para, finalmente, en una suave transición, dar
paso al área urbana de traza medieval, sosegada y tranquila, repleta de
pequeñas plazas, palacios e iglesias, donde la impronta renacentista reclama
todo el protagonismo.
En aquella ciudad habían dejado su huella etruscos, celtas y, sobre todo,
romanos, en una sucesión cronológica que forjó un modo de ser y de vivir.
Quizás por esa razón, o tal vez porqué Lucca fue una república
independiente durante más de 500 años, o posiblemente debido a sus hijos
ilustres ̶ allí nacieron Giacomo
Puccini o Luigi Boccherini ̶ lo cierto es que Norte enseguida pudo
comprobar que era una ciudad de gustos y maneras refinadas. No en vano sus
habitantes, comerciaron con la seda rivalizando con las ciudades más poderosas
de la época y sus comerciantes construyeron sus moradas, en forma de villas
fascinantes, en plena campiña, a las afueras de la ciudad.
̶ ¡Uf! ̶ exclamó de pronto Norte. La fachada de la
catedral de San Martino apareció ante
él. Como si se tratara de un cofre con su tapa profusamente taraceada, la ornamentada
fachada del Duomo, una magnífica
muestra del románico-pisano, destacaba sobre la sencillez de las calles y los
edificios que lo rodeaban. Era sin duda un desvergonzado desafío al Duomo di Siena o a la mismísima Santa María del Fiore en Florencia, una
provocación que solo lugares como Lucca pueden permitirse.
Y lo cierto es que una sucesión de plazas e iglesias aguardaba a Norte,… así
que cuando se topó con la Iglesia de San
Frediano, con su sencilla fachada de bloques de mármol blanco que fueron
aprovechados del anfiteatro romano, no se sorprendió cuando descubrió el
mosaico dorado del siglo XIII que remataba la portada. Una elegante y
personalísima muestra del románico de Lucca.
Y por fin, manteniendo el desafío a las bellísimas obras de arte que
acumula la región Toscana, una de las iglesias más fascinantes de la región, San Michele in Foro, construída en el
siglo VII sobre las ruinas del antiguo foro romano, destacaba por su fachada
rindiendo un bello homenaje a la naturaleza por su rica decoración de plantas y
animales.
Y de nuevo la osadía,… la temeridad. Nada más ver la Torre Guinigi, Norte
recordó a Steven Pinker,… profesor en el Harvard
College, según el cual el arte es producto no solo de un simple placer
estético, sino también de la adaptación evolutiva de los humanos para
construirlos y, como no, de la aspiración a un estatus social.
Conocía la historia de la curiosa Torre del siglo XIV, coronada de siete
robles; la más alta y bella de Lucca para mayor honor y gloria de la poderosa
familia Guinigi. Y Norte sonrió socarronamente, … ya que, aunque Pisa posee una
de las Torres más bellas y famosas de la Toscana,…. no es menos cierto que
ninguna otra ciudad puede presumir de poseer una torre medieval rematada en un
pequeño bosque. Desde luego no podía menos que dar la razón al investigador
canadiense sobre la valoración que los humanos hacemos del arte.
Pero Lucca es un lugar donde, además se come bien. Y uno se regocija haciéndolo con los cinco sentidos. Así que cuando atravesó la puerta oriental y se encontró con la Plaza del Anfiteatro que, ¡cómo no!, mantiene el óvalo del antiguo anfiteatro romano del siglo I, Norte supo que había llegado el momento de sentarse e imitarlos,… practicando el buen vivir. Así que buscó una mesa a la sombra y comprobó la hora en su teléfono,… era el momento de tomarse un cappuccino y acompañarlo con buccellato di Lucca,… un dulce que nada tenía que envidar al Panforte sienés ni a la Schiacciata alla Fiorentina.