viernes, 22 de junio de 2018

Lucca, il grande sconosciuto


Nada más llegar a la rotonda, una señal lo invitó a dejar su coche en uno de los aparcamientos que se repartían en la parte externa de la muralla… y, lejos de molestarle, a Norte se le dibujó una sonrisa en su rostro. Que el tráfico estuviese restringido era una buena señal, un signo de que los ciudadanos de esa ciudad se tomaban muy en serio el concepto del buen vivir y que, además, lo practicaban en su vida diaria.

Y es que estar situada en una esquina de la Toscana, a un paso de adversarias tan poderosas como Pisa, Florencia o Siena, era todo un reto para una pequeña ciudad como Lucca; un desafío con el que sus habitantes han aprendido a convivir a lo largo de su historia.


Nada más atravesar su muralla, Norte comenzó a comprender el secreto de Lucca, esa gran desconocida. Para él, su mayor atractivo residía sin duda en su armonía,… ese tipo de ciudad en la que se respira bienestar y satisfacción.

Un corto paseo por sus estrechas callejuelas le sirvió para adentrarse en aquella pequeña ciudad de apenas 80.000 habitantes y disfrutar de ese precario pero bello equilibrio que solo logran aquellos lugares que se mantienen en la eterna encrucijada entre el campo y la ciudad.

Una ciudad rodeada de suaves colinas toscanas repletas de cipreses, vides y olivos que se prolongan hasta integrarse dócilmente en los jardines que bordean todo el perímetro de la muralla para, finalmente, en una suave transición, dar paso al área urbana de traza medieval, sosegada y tranquila, repleta de pequeñas plazas, palacios e iglesias, donde la impronta renacentista reclama todo el protagonismo.


En aquella ciudad habían dejado su huella etruscos, celtas y, sobre todo, romanos, en una sucesión cronológica que forjó un modo de ser y de vivir.

Quizás por esa razón, o tal vez porqué Lucca fue una república independiente durante más de 500 años, o posiblemente debido a sus hijos ilustres   ̶ allí nacieron Giacomo Puccini o Luigi Boccherini ̶   lo cierto es que Norte enseguida pudo comprobar que era una ciudad de gustos y maneras refinadas. No en vano sus habitantes, comerciaron con la seda rivalizando con las ciudades más poderosas de la época y sus comerciantes construyeron sus moradas, en forma de villas fascinantes, en plena campiña, a las afueras de la ciudad.


̶  ¡Uf!  ̶ exclamó de pronto Norte. La fachada de la catedral de San Martino apareció ante él. Como si se tratara de un cofre con su tapa profusamente taraceada, la ornamentada fachada del Duomo, una magnífica muestra del románico-pisano, destacaba sobre la sencillez de las calles y los edificios que lo rodeaban. Era sin duda un desvergonzado desafío al Duomo di Siena o a la mismísima Santa María del Fiore en Florencia, una provocación que solo lugares como Lucca pueden permitirse.

Y lo cierto es que una sucesión de plazas e iglesias aguardaba a Norte,… así que cuando se topó con la Iglesia de San Frediano, con su sencilla fachada de bloques de mármol blanco que fueron aprovechados del anfiteatro romano, no se sorprendió cuando descubrió el mosaico dorado del siglo XIII que remataba la portada. Una elegante y personalísima muestra del románico de Lucca.


Y por fin, manteniendo el desafío a las bellísimas obras de arte que acumula la región Toscana, una de las iglesias más fascinantes de la región, San Michele in Foro, construída en el siglo VII sobre las ruinas del antiguo foro romano, destacaba por su fachada rindiendo un bello homenaje a la naturaleza por su rica decoración de plantas y animales.


Y de nuevo la osadía,… la temeridad. Nada más ver la Torre Guinigi, Norte recordó a Steven Pinker,… profesor en el Harvard College, según el cual el arte es producto no solo de un simple placer estético, sino también de la adaptación evolutiva de los humanos para construirlos y, como no, de la aspiración a un estatus social.

Conocía la historia de la curiosa Torre del siglo XIV, coronada de siete robles; la más alta y bella de Lucca para mayor honor y gloria de la poderosa familia Guinigi. Y Norte sonrió socarronamente, … ya que, aunque Pisa posee una de las Torres más bellas y famosas de la Toscana,…. no es menos cierto que ninguna otra ciudad puede presumir de poseer una torre medieval rematada en un pequeño bosque. Desde luego no podía menos que dar la razón al investigador canadiense sobre la valoración que los humanos hacemos del arte.


Pero Lucca es un lugar donde, además se come bien. Y uno se regocija haciéndolo con los cinco sentidos. Así que cuando atravesó la puerta oriental y se encontró con la Plaza del Anfiteatro que, ¡cómo no!, mantiene el óvalo del antiguo anfiteatro romano del siglo I, Norte supo que había llegado el momento de sentarse e imitarlos,… practicando el buen vivir. Así que buscó una mesa a la sombra y comprobó la hora en su teléfono,… era el momento de tomarse un cappuccino y acompañarlo con buccellato di Lucca,… un dulce que nada tenía que envidar al Panforte sienés ni a la Schiacciata alla Fiorentina.

sábado, 9 de junio de 2018

Las huellas del pasado


No era la primera vez que le ocurría y, sin embargo, le seguía sorprendiendo. En apenas 20 km había dejado atrás la maravillosa gama de azules que le había regalado el Mar Mediterráneo, había olvidado las aglomeraciones del turismo de sol y playa, y se había adentrado en una comarca fascinante, donde las montañas de pendientes escarpadas y grandes desniveles toman el protagonismo. Allí donde el azul intenso y sereno del mar da paso a un inigualable decorado de montañas recubiertas por de un hermoso tapiz compuesto de una infinita gama cromática de verdes.

Carrascales, pinares de repoblación, frutales, olivos, almendros,… resultado de los usos a los que se le ha dado a la tierra a los largo de la historia, compiten con las laderas pedregosas y afloramientos calizos dando lugar a un conjunto de una belleza arrebatadora.


Y de pronto, una pincelada aparentemente disruptiva le llamó la atención. En medio de aquel bello y agreste paisaje, aquí y allá, distribuida sin una lógica aparente, la huella del hombre aparecía humanizando el paisaje. Y lo hacía de manera armoniosa, Norte pensó que incluso de una manera ejemplar. Racimos de casas blancas se apropian puntualmente del espacio, enriqueciéndolo de tal manera que de inmediato esa interacción entre paisaje y comunidad adquiría todo el protagonismo.


Era la Sierra de Aitana, en la Marina Baixa de la provincia de Alacant, un conjunto montañoso que da cobijo a un puñado de poblaciones en las que todavía se pueden percibir las huellas del pasado. Un pasado muchas veces no tan lejano y que de algún modo deberá aprender a convivir con los cambios rápidos y profundos de la sociedad actual. Y quizás su mayor exponente es El Castell de Guadalest, un pueblo-fortaleza que permanece encaramado a unas peñas desde el siglo XIII.


Mientras atravesaba el túnel horadado en la roca que permitía el paso a la localidad, Norte pensó en las muchos desafíos a los que quizás una comunidad debe enfrentarse cuando decide convertir el paisaje, y con él su localidad, en una plataforma económica,… en una forma de vivir. Y no estaba pensando en los retos administrativos o urbanísticos, sino en los dilemas que se deben abordar y que la mayor parte de las veces significan cambios radicales en el modo de vida.


Trató, como siempre, de inhibirse a todos aquellos elementos que de algún modo le causaban disonancia y comenzó a subir por las empinadas calles hasta dar con una gran plaza central en cuyo lateral se abría una hermosísima vista a la sierra y a las aguas azul turquesa del embalse.

En ese instante todas sus objeciones se desvanecieron. La dificultad para encontrar aparcamiento, las veces que fue literalmente abordado para ofertarle unas fotos turísticas atravesando el túnel de entrada, las numerosas tiendas de recuerdos,... todo pasó a un segundo plano y Norte se limitó a deleitarse con el paisaje que le proporcionaba ese entorno único.


Continuó subiendo y, a medida que lo hacía y se alejaba de la zona más masificada, comenzó a descubrir la sensibilidad práctica que los antiguos pobladores desplegaban en su escenario cotidiano; pequeñas pinceladas que revelaban la intensa relación que mantenían con el medio que los rodeaba.


Para Norte nada se hacía al azar, todo respondía a un plan muy sencillo,… un plan que respondía a dos premisas: simplicidad y practicidad,… a las que él añadiría la de la armonía con el medio. Por ello, a pesar de la componente turística y material que todo lo inundaba, pensó que el paisaje, nos revela como las hojas de un libro, la memoria, las huellas del pasado