sábado, 31 de enero de 2015

Camden


El sonido de la ducha lo sacó del estado de ensimismamiento en el que se encontraba. Recostado en el enorme sillón de cuero negro que presidía la estancia Norte pensaba, mientras miraba distraído el boletín meteorológico de la BBC, si había sido buena idea cambiar la cómoda habitación del Hotel Lancaster London al que acostumbraban a ir, por un apartamento en Gloucester Road. Era cierto que tenían a un paso la estación de metro y que el precio había bajado considerablemente, pero en realidad Francesca se había decidido tras oír la experiencia de unas amigas y no por las aparentes ventajas del tipo de establecimiento.

La idea no había acabado de convencerle a pesar de las muchas bondades que ella le había enumerado y que constantemente le recordaba. La tranquilidad de la zona, la amplitud del apartamento, lo bien comunicado que estaba con el centro y con el aeropuerto, su proximidad al Albert Museum,… no le parecían razones suficientes.  En un hotel habrían gozado de las mismas o mejores facilidades y, además, el Albert Museum era uno de los que menos le interesaban. Para colmo, a pesar del ambientador con aroma a lavanda que habían comprado en el Tesco de la esquina, el intenso olor a curry que impregnaba todo el edificio se obstinaba en reaparecer a los pocos segundos de haber pulverizado a conciencia la estancia.

Sobre el tresillo media docena de bolsas atestiguaban fehacientemente como había trascurrido el día. Todavía no sabía muy bien qué es lo que Francesca había podido encontrar de interés CamdenTown, un mercado alternativo donde se podía encontrar mucho cuero, botas Martens, todo tipo de tribus urbanas y música Punk, Rock, Metal o Brit Pop, todo ello muy lejos de los gustos de una refinada mujer italiana como ella.

Quizás fue lo que leyó, quizás lo que oyó, o simplemente que una de sus cantantes favoritas, Amy Winehouse, había vivido allí. El caso es que Francesca estaba absolutamente fascinada por ese barrio de Londres.

Norte entendía que el peregrinaje por los mercados londinenses formaba parte de las actividades que uno no se debía perder cuando viajaba allí. En el  Covent Garden, en Portobello Road, en el mercado de Old Spitalfields o  en el de Greenwich se podía encontrar de todo, desde ropa vintage hasta música de todo tipo, pasando por comida de cualquier lugar del mundo o antigüedades, pero precisamente el Camden era uno de los mercados más alternativos, posiblemente muy alejado de las cosas que a Francesca le podrían interesar.


Los edificios de ladrillos que jalonan ambos lados de Camden High Street, eran buena prueba de ello. En sus fachadas, en realidad aumentada, figuran los reclamos más atrevidos: tiendas de piercing, tattoos, prendas de cuero,… todo valía para atraer a los clientes.


Por fin la puerta del baño se abrió repentinamente y, entre nubes de vapor, surgió Francesca envuelta en un albornoz blanco.

- ¿Qué tiempo dan para esta noche? –preguntó ella al ver que estaba viendo el boletín meteorológico.

- Frío y algo de lluvia, no mucha. ¿Qué esperabas?, ¿una noche romana? –le respondió Norte con cierta ironía.

- Me estaba preguntando que ponerme. ¿Sabes ya a dónde vamos? –preguntó con una sonrisa en sus labios como hacía siempre que sus miradas se encontraban. Era como si no hiciese falta expresarlo con palabras, ambos sabían leer en sus rostros como si cada pliegue de la piel, cada gesto involuntario, como si el brillo de los ojos, fuesen las letras y los signos ortográficos que sustituían al lenguaje hablado.

- ¿Sabes que hice mientras comprabas como una loca toda la tarde?, … pues tomarme una cerveza en un lugar que me imagino que te va a gustar.

Una enorme sonrisa de dibujó en el rostro de Francesca a la espera de que le desvelaran el secreto.

- Lo que no se es si trajiste ropa adecuada –le preguntó, elevando su ceja izquierda-. Se trata de un pub. El Hawley Arms, al parecer Amy Winehouse lo frecuentaba.

- No te preocupes por la ropa –contestó rápidamente, abriendo desmesuradamente sus ojos y sacando una cazadora de cuero negro de una de las bolsas que había sobre el sillón- eso no va a ser un problema.

domingo, 18 de enero de 2015

Esas cosas sencillas de la vida


Subió a buen ritmo la senda jalonada de árboles que unía el aparcamiento con Santa María del Naranco. Un intenso olor a tierra mojada impregnaba el ambiente después de la tormenta que había descargado sobre Oviedo hacía apenas un par de horas. Respiró profundamente en un intento de empaparse de ese aroma que de inmediato le produjo una enorme sensación de bienestar y que le hizo olvidar la elevada pendiente del camino. No sabría explicar el porqué, pero el caso es que para Norte, esa era una de las cosas sencillas de la vida, esas que dibujaban una sonrisa en su rostro y evocaban recuerdos felices.


Por fin, el camino desembocó en la parte baja de un enorme prado de un intenso color verde. En la parte alta, destacando sobre un cielo, que en ese momento mostraba retazos de un intenso color azul, se levantaban los casi 1.200 años de historia del Aula Regia que el rey Ramiro I mandó construir en el siglo IX. 


Y de nuevo el intenso olor a tierra mojada volvió a invadirle. Y es que la asociación era instantánea. Aroma, cerebro y emoción. Tres variables de una ecuación que se resuelve instantáneamente y que, sin embargo, resulta difícil de explicar.  Norte siempre pensó que era el resultado de una “conexión” con la naturaleza. Porque sensaciones similares se las producían la brisa marina en la cara, el ruido de las olas rompiendo en una playa o el olor a hierba recién segada.

Todavía le quedaban unos minutos hasta el comienzo de la visita guiada que había concertado, así que se dedicó a admirar el bello y armonioso edificio, prácticamente simétrico y con una gran sensación de verticalidad. Pero lo que a Norte le llamó la atención fueron los pequeños detalles. En la fachada oriental tres pequeñas ventanas, en ese momento iluminadas por el sol, destacaban por su sencillez.


Por fin, puntual, el guía los convocó para la visita al interior. Frente a las escaleras de acceso se congregaron los apenas media docena de visitantes que esperaban inquietos a que diese comienzo el pequeño viaje por la historia.

Si el exterior llamaba la atención, el interior superó todas sus expectativas. Fiel a su idea de no contaminar sus viajes con excesiva información, Norte se cuidó de buscar información gráfica en detalle sobre el edificio y, poco a poco, las metódicas y precisas explicaciones del guía dejaron de interesarle, abandonándose a la simple contemplación de la armoniosa estancia que era la planta superior.


Recordó entonces que muchas de esas cosas sencillas que le venían a la mente formaban parte del decálogo vital de Francesca. Y de pronto deseó tenerla allí, a su lado y disfrutar juntos del sol sobre sus rostros, de la brisa en su cara y del olor a tierra mojada. De recrearse con la simple contemplación de aquellas piedras milenarias cargadas de historia, que habían sido capaces de llegar hasta nosotros como testimonio de otras gentes, de otra forma de pensar y que formaban parte del entorno como si fuese un elemento más, como si la naturaleza las hubiese integrado como algo suyo.


Aprovechando la extensa explicación del guía, Norte salió a una de las balconadas exteriores y tomó su teléfono para enviar un wasap a Francesca. Simplemente escribió la última frase de su decálogo personal: “Sonreír al darte cuenta de que no necesitas nada más para ser feliz”.

sábado, 10 de enero de 2015

Volver


Nada más llegar se sorprendió al encontrarse la Placeta de los Carvajales completamente vacía, sin rastro de turista alguno. En todas las ocasiones en las que la había visitado, era la primera vez que se había visto en esta circunstancia, un poco insólita para uno de los rincones más visitados de una ciudad como Granada.

Atravesó la plaza y se dirigió directamente a la barandilla que limita la plaza por el lado que mira hacia la fortaleza nazarí. Su posición, en la parte baja del Albaicín, hacía que desde allí se divisase un skyline que a Norte le gustaba especialmente ya que además, la perspectiva ocultaba el Palacio de Carlos V

La panorámica era especialmente hermosa. De un manto verde de vegetación que trepaba por las laderas de la colina, surgían el conjunto amurallado y el Generalife, todo ello enmarcado en un primer plano por los tejados de las casas de uno de los barrios granadinos más emblemáticos.


Se sentó en uno de los bancos de piedra y encendió un cigarrillo. No podía recordar cuantas veces había visitado aquella ciudad y, sin embargo jamás se sentía decepcionado.

Se había levantado muy temprano, tanto que ahora, al medio día, notaba una agradable sensación de somnolencia al sentir el calor del sol en su rostro. No haber tenido la previsión de reservar la entrada con antelación le había obligado a un buen madrugón y después a hacer cola durante casi dos horas; todo con el único objetivo de hacerse con una de las pocas entradas que se ponen a la venta cada día en las taquillas de la Alhambra.

Pero eso le había proporcionado una visita inolvidable. Ser uno de los primeros en entrar le había permitido disfrutar, casi en solitario, de cada uno de los rincones de aquel bellísimo lugar. A medida que sol comenzaba a iluminar cada una de las estancias, al tiempo que los jardines hispanoárabes iniciaban su despertar diario al recibir los primeros rayos de sol, Norte fue redescubriendo cada uno de los lugares del recinto nazarí.


No encendió la audioguía. Ni siquiera se molestó en intentar comprender las complejas explicaciones sobre épocas constructivas y diferentes estilos que venían descritos en el folleto que le habían proporcionado con la entrada. Norte deambuló por el recinto, sin ningún rumbo fijo; como un viajero errante volvió a descubrir un bellísimo conglomerado de fortificaciones, patios, jardines y estancias fundidos en perfecta armonía con el medio natural que los rodeaba. 

Se imaginó a Washington Irving en 1829, recorriendo aquellas estancias, admirando la belleza compositiva de cada patio y recopilando las fascinantes historias de un lugar cargado de historia. 

Y de pronto, una fuente y una docena de leones. Recordó de inmediato la leyenda de la princesa Zaira enamorada de Granada y su cruel y malvado padre y de cómo la joven y bella princesa, gracias a su talismán, convirtió a éste y a sus once guardias en leones de piedra.


Y los jardines,… un placer para los sentidos. Un lugar donde el sutil juego de las luces y las sombras coquetea con el murmullo del agua y el dulce perfume de las flores, conformando espacios de armonía y belleza únicos.


Le dio la última calada al cigarrillo y sonrió. Y es que para él, volver a un lugar que ya conocía, del que ya había disfrutado con anterioridad, tenía el aliciente de poder recrearse de nuevo con sus calles, sus gentes, sus monumentos, de “saborearlo” con el sosiego de lo ya conocido, sin la ansiedad de tener la obligación de conocer ni el deber de visitar.

domingo, 4 de enero de 2015

El principio… al final



Las historias tienen un principio y un final. En la mayoría de las ocasiones se cuentan desde su inicio, de un modo correlativo desde el punto de vista cronológico. Pero también, en algunas ocasiones las historias se comienzan por el final.

Hace unos meses Norte nos relató parte de sus vivencias en Rumanía de la mano de Ionela (http://www.elbailedenorte.com/2014/07/la-petrecerea-de-mot.html) . Fue un instante, un momento,… Ahora,  Norte nos narra el comienzo de aquella historia.
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- ¡Joder! -exclamó Norte en cuanto se encontró con una pequeña cola de visitantes para entrar en el recinto del monasterio. Contrariado, valoró si había sido una buena idea viajar hasta Rumanía. Lo había elegido entre apenas media docena de países del este europeo, con la esperanza de conocer lugares auténticos y diferentes, visitarlos sin darse de bruces con cientos de turistas invadiéndolo todo, … ¿o eso era ya, misión imposible en un mundo globalizado?


En realidad, aparentemente la práctica totalidad de las personas que esperaban eran rumanos que, seguramente aprovechado que era un día festivo, se habían decidido a hacer un poco de turismo. Con la despreocupación de un día de asueto por delante, familias enteras con representación de varias generaciones se disponían, como él, a visitar el Monasterio de Sinaia.


La perspectiva de compartir la visita con niños corriendo y alborotando por todas partes o la imposibilidad de realizar una foto sin que en ella aparecieran montones de personas hizo que, por un momento, Norte estuviese a  punto de abandonar y buscar otro destino. No obstante, en el último instante decidió que sería absurdo saltarse un lugar como aquel solo porque se encontró con mucha gente. ¿Acaso no le había ocurrido en otras ocasiones?, ¿no era cierto que él también era un turista? No sin cierto disgusto, decidió ”hacer de tripas corazón” y continuar con su visita.

Justo delante de él, una mujer, esperaba pacientemente y en silencio a que se desatascara el pequeño tapón que se había formado en el portalón de entrada. Norte se fijó en ella. Un fugaz intercambio de miradas resignadas, corroboró que en su cara se reflejaba cierta contrariedad cada vez que un niño la molestaba con sus carreras y juegos, como le ocurría a él.

La proximidad física obligada por la improvisada cola que se había organizado, hizo que percibiera el agradable aroma de su predecesora. En sucesivas oleadas que fueron llegando a su nariz, Norte creyó reconocer una mezcla de rosas, jazmín y manzana, que de inmediato le sugirió la primavera.

De pronto no pudo evitar fijarse en ella. Morena y de pelo rizado, vestía a la moda occidental. De sus hombros colgaba un bolso de piel granate del que sacó una pequeña guía de Rumanía. Mientras esperaban, la abrió por la página que tenía marcada. La edición en rumano sorprendió a Norte quién, en cierta medida, se había hecho a la idea de que, como él, aquella mujer era extranjera.

Nada más superar el pequeño atasco que se había formado, la gente se desperdigó por el recinto y Norte se dirigió, tras los pasos de ella hacia la zona menos transitada, no tanto por seguirla sino buscando la tranquilidad necesaria para disfrutar del lugar.

- ¿Me está persiguiendo? –le preguntó de pronto ella sonriente, tras un breve recorrido.

Sorprendido por la pregunta, realizada en un correcto español matizado con una ligera entonación eslava que lo fascinó, Norte tardó unos segundos en reaccionar.

- Disculpe, en absoluto. Creo que los dos buscamos lo mismo, alejarnos un poco de la gente y, por lo que parece este es la parte que la mayoría de los visitantes han decidido dejar para el final.


- Los rumanos somos así. Hoy es día festivo y salimos en familia a celebrarlo. Así que si esperaba visitar este monasterio o cualquier otro monumento con tranquilidad, creo que será mejor que lo deje para otro día. La alternativa, armarse de paciencia.

Poco a poco, Norte se fue recuperando de su sorpresa. Ante él una muchacha, más joven que él, que hablaba con una fluidez extraordinaria el español.

- Por cierto, ¿cómo supiste que era español?

- La palabrota que soltaste antes no me dejó lugar a dudas –le respondió ella al instante-. Por cierto, he estado leyendo algo mientras esperábamos y en esta zona se encuentra la Iglesia de la Dormición, rodeada de las dependencias monacales. Aquí pone que es la zona más recogida y la iglesia más antigua de las dos –continuó ella, mostrándole la guía que tenía en sus manos.


- Hablas muy bien mi idioma. ¿Lo aprendiste en España?

- ¡Oh!, no. Solo he estado en tu país dos o tres veces. Ya sabes,… Madrid, Barcelona, Toledo…, es un país que me encanta, así que hace un par de años comencé a estudiar su idioma. ¿De qué lugar eres tú? –preguntó ella dando por hecho que era español.

 - Bueno –sonrió Norte elevando su ceja izquierda– no podría decirte un lugar en concreto, aunque tengo raíces portuguesas y españolas, he vivido en muchos lugares diferentes-. Por cierto mi nombre es Norte.

- ¿Norte?, no conozco ese nombre.

- No es un nombre, más bien es un apodo, es una historia un poco larga –sonrió de nuevo-. Y tú, ¿cómo te llamas?

- Mi nombre es Ionela, y este sí es un nombre de origen rumano que tiene una fuerte significación religiosa que podría traducirse por “la gracia de Dios” o algo parecido en tu idioma.  Por cierto, creo que deberíamos continuar; en un rato tendremos aquí a toda la gente que se quedó en la Biserica Mare (Iglesia Grande).


Continuaron caminando y, tras atravesar una bella puerta accedieron a un recogido recinto interior al que todavía no habían llegado apenas visitantes. Rodeado de los aposentos de los monjes de la Iglesia ortodoxa, en el centro se situaba una pequeña iglesia con bellos capiteles y cargada de pinturas murales. 


- Es la zona más recóndita y humilde del monasterio pero a mí es la que más me gusta – le aclaró Ionela-. Vine una vez aquí hace ya algún tiempo y, ya por aquel entonces, fue la zona que más me gustó.

- ¿Pero en el monasterio todavía viven monjes? –preguntó Norte mientras caminaban por el recinto interior que albergaba la Biserica Veche (Iglesia Vieja).


- No estoy segura de cuantos hay. En la guía pone que unos veinte, pero en su origen eran solo doce, como los apóstoles. Aunque es posible que esto sea un secreto de estado –respondió irónicamente Ionela.

- ¿Cómo puede ser el número de monjes que habitan Sinaia un secreto? –volvió a preguntar Norte, convencido de que el curioso sarcasmo rumano que percibió en su respuesta ocultaba algo más que un simple comentario.

- En mi país vemos conspiraciones por todas partes. Tanto, que detrás de cada desgracia, de cada decisión política o de una catástrofe natural, los rumanos los explican por la existencia de una “mano negra” en forma de acuerdo secreto entre partidos políticos, espionaje de otro país o de oscuros negocios entre grandes magnates.
   
Norte sonrió y la invitó a sentarse en uno de los bancos del jardín, al resguardo del viento que por momentos comenzaba a molestar.

- Me imagino que eso es debido a los más de sesenta años en los que mi país fue un nido de espías. Eso contribuyó a la desconfianza de los rumanos sobre las verdaderas razones de cualquier decisión política. Fíjate que, incluso en la actualidad, los partidos políticos prefieren reunirse en secreto antes de hacerlo públicamente.

- Imagino que eso pasa en muchos lugares –le respondió Norte pensando en que desgraciadamente esa costumbre era bastante habitual de muchas organizaciones democráticas a la que se les suponía, entre otros principios, el de la transparencia.

 - Recuerdo, hace unos años –continuó cada vez más animada– como un vicepresidente del partido liberal acudió a una de esas reuniones secretas en una lujosa Villa de Lac convocado por su partido. Nada más entrar, tras cierta sorpresa de los servicios de seguridad, se le indicó que él no estaba en la lista y que tendría que marcharse. Por supuesto –terminó Ionela casi sin poder contener la risa- se había equivocado de villa y había acudido a una reunión, también secreta, del partido de la oposición.
Norte no paró de reírse en un buen rato, imaginándose la situación. El vicepresidente intentando mantener la dignidad, los servicios de seguridad perplejos, y la coincidencia de las dos convocatorias de reuniones secretas.

- Por cierto, ya casi es el mediodía y tengo hambre. Tenía previsto visitar los castillos de Peles y Pelisor, ¿qué te parece si comemos antes? –le propuso, absolutamente fascinado por la mujer con la que se acababa de encontrar.