viernes, 14 de febrero de 2020

Como una refinada y placentera existencia


«¿En qué lugar había leído que quizás ese placentero estado de bienestar que muchos asocian a la felicidad es provocada por el éxito o por la congruencia personal entre lo anhelado y lo alcanzado?» ̶ se preguntaba Norte mientras recorría aquellas maravillosas estancias y trataba de imaginar como fue  el día a día de los señores que residieron en esa villa romana.

Y es que durante el Bajo Imperio se produjo una etapa de decadencia de la vida urbana que hizo que los aristócratas romanos se trasladasen a sus haciendas agrícolas y ganaderas y las transformaran en hermosas villas con todo el lujo y ostentación dignos de la mejor “domus” de la ciudad.

La Hispania no fue una excepción y por todo su territorio se crearon grandes latifundios en los que levantaron hermosas villas hispanorromanas en las que los nobles y sus familias llevaban una refinada y placentera existencia rodeados de lujo y suntuosidad.

Así que, cuando Norte se perdió en el enorme yacimiento arqueológico de La Olmeda, quedó fascinado por los bellos mosaicos que cubrían los suelos de la villa y que servían para facilitar la vida de sus moradores allá por los siglos III y IV de nuestra era.

Interminables cenefas, imposibles geometrías y hermosas escenas de caza y de mitología, conformadas por miles de teselas de hermosos colores, ornamentaban muchas de las estancias con un único propósito: mostrar el éxito y la riqueza de su propietario, quizás con el vano pero bello propósito de representar la felicidad.









sábado, 1 de febrero de 2020

El bosque sumergido


Antes de salir de la cafetería del hotel donde se alojaba en Puerto Montt ya lo había decidido, así que apuró su café matinal y volvió directamente a su habitación para buscar más información que la que le había proporcionado Carlos, el amable camarero que le había atendido durante el desayuno.

Se encontraba en la Región de los Lagos, al sur de Chile y precisamente una de las cosas que quería hacer era disfrutar de los escasos bosques que quedaban de una especie excepcional, el “alerce patagónico” (Fitzroya cupressoides) único representante del género Fitzroya, cuyos bosques sufrieron una tala intensiva durante la primera mitad del siglo XX y que llevaron a la especie al borde de la extinción.


Y a medida que indagaba sobre el asunto, más se percataba que visitar Punta Pelluco merecía la pena. Todo se conjugaba para vivir una hermosa experiencia…. la limitada distribución geográfica de esa especie arbórea, originaria del bosque húmedo templado valdiviano del sur de Chile y Argentina; la longevidad de la especie, algunos árboles vivos se han datado con más de 3600 años de edad; su intensa explotación que casi lo lleva a la extinción; o su uso en tejuelas de madera para recubrir las iglesias chilenas configuraban algunos sólidos argumentos para Norte.






Salió de Puerto Montt hacia el balneario de Pelluhuín, entre Pelluco y Coihuín, a tan solo 5 Km de distancia, dispuesto a disfrutar de un espectáculo natural único y, en apenas 15 minutos y tras preguntar por su destino a un par de viandantes Norte llegó a una pequeña caleta.

Nada más estacionar su vehículo se quedó unos instantes sentado, un poco sorprendido y, sobre todo, decepcionado. Había buscado el nivel de la marea en una tabla en internet y constató que, en efecto, ante él quedaba al descubierto una parte importante del arenal. En ese sentido no se había equivocado … sin embargo una duda le asaltó de inmediato, la bajamar, al no ser de una gran amplitud, ¿sería suficiente para poder disfrutar de lo que había venido a ver?

Ante él se abría una playa como otras muchas del litoral chileno que, en ese momento, mostraba algunas rocas diseminadas por el húmedo arenal, pero ni rastro del bosque fosilizado de alerces patagónicos que había venido a ver, el destino por el que había cambiado sus planes y trastocado su programación.

Bajó del automóvil confundido, pensando quizás que se había equivocado de lugar cuando algo le llamó la atención y, de pronto todo cobró sentido. Bajó rápidamente a la playa y corrió por la arena húmeda hacia una de las rocas,… y enseguida comprendió.

Ante él tenía un enorme tocón de uno de los alerces. En realidad lo que quedaba a la vista eran los cuellos (tocones) de los árboles e imaginaba que sus raíces hundidas en el sustrato mientras que la parte aérea había desaparecido.






Ahora lo entendía. Estaba ante los restos fósiles datados en más de 42.000 años de antigüedad que fueron sepultados por una erupción volcánica y que miles de años después, el 22 de mayo de 1960, fueron dejados al descubierto por el mayor terremoto documentado en la historia (9,7º en la escala de Richter).




Levantó la vista y se fijó que un poco más allá había otro,… y otro más allá,… hasta un centenar, algunos todavía bajo el agua. Estaba en medio de un bosque, un bosque sumergido de alerces patagónicos, una rareza paleobotánica única.







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