No le importó el calor ni el sol abrasador que se abatían sin piedad sobre
la ciudad de Valencia aquel mediodía del mes de septiembre. Quería esa luz
cegadora, deslumbrante, que pusiese de manifiesto la sencillez, pero también la
audacia de aquellos edificios. Hormigón armado, hierro, acero, cristal,...
combinados para poner de manifiesto un nuevo concepto de arte en la
arquitectura. Síntesis y expresión, llevados a su máxima manifestación.
A pesar de que la Ciutat de les Arts i les Ciènces tiene como objetivo la
divulgación científica y cultural, a Norte le interesaba mucho más en ese
momento su otra perspectiva. Esos casi dos quilómetros en el viejo cauce del
río Turia en los que se acomoda un conjunto arquitectónico que, como una ciudad
futurista, es la expresión misma de la energía que despliega la sociedad
contemporánea.
Mirase hacia donde mirase, el dinamismo de la elipse hablaba por si sola. A
Norte le gusta el sonido de la propia palabra, su intemporalidad,... la
suavidad de su concepto y su enorme expresividad.
Era esa ausencia de aristas, o quizás los volúmenes etéreos que conforman
cada uno de los edificios, lo que hacía más fascinante el deambular entre
ellos, dejándose llevar por las sensaciones.
Y allí estaba L’Hemisferic, con forma de ojo y cuyo interior alberga una
gran sala con pantalla cóncava…
… y el Museo de las Ciencias que, como un enorme esqueleto de ballena
varado al borde del mar, está dedicado a la ciencia, la tecnología y el medio
ambiente…
… y L’Umbracle, repleto de jara, romero, lentisco, madreselva, palmeras...
creciendo bajo hermosos arcos flotantes.
El edificio del Oceanográfico, que como un mar en miniatura alberga en su
interior una representación de los principales ecosistemas marinos...
Y el Palacio de las Artes ... dedicado a la música y a las artes escénicas
El Puente de l'Assut de l'Or
... y la inmensa plaza cubierta del Ágora
En todos ellos, se disfruta del movimiento plástico de las suaves curvas en
contraposición a la estética rectilínea. Es el lenguaje de la elipse.