domingo, 8 de junio de 2014

Rosalila (II)


La sensación de frescor apenas duró. En cuanto se secó, en tan solo un par de minutos, un bochorno insoportable volvió a hacer que su piel volviera a transpirar copiosamente. Salió rápido del baño buscando el frescor que a intervalos producía un enorme ventilador situado en el techo y repentinamente se encontró mejor, tumbado en la cama bajo aquel bendito invento que le devolvía a la vida a cada giro de sus aspas. Lentamente cerró los ojos y se adormeció.

Un poco aturdido, como si le costase salir del profundo sueño en el que se había sumido, Norte fue recuperando la consciencia y recordó el larguísimo viaje desde Guatemala, su visita a Copán y su regreso a la habitación del albergue donde se alojaba. Del exterior, la luz mortecina procedente de un farol situado casi enfrente a su ventana, apenas conseguía romper la negrura de la noche y el ruido procedente de conversaciones de pequeños grupos de personas le indicaban que el frescor de la noche había logrado proporcionar un pequeño alivio a las altas temperaturas que habían sufrido durante el día.

De pronto, un sordo ruido abdominal le recordó que, desde el copioso desayuno que se había tomado en compañía de Quintanilla,  no había vuelto a probar alimento, así que se vistió a toda prisa y salió decidido a buscar un lugar donde cenar.

Callejeó por las empinadas calles disfrutando de la agradable temperatura hasta dar con un colorido y alegre local con sugerentes aromas. “Carnitas Nia Lola”, una antigua herrería reconvertida en restaurante, parecía el local más concurrido de todo Copán Ruinas. Así que Norte se animó  y pidió una mesa pensando en que la soledad, con demasiada frecuencia, se vuelve cruel.

̶  Una “Imperial” y unas fajitas de res a la fragua con guacamole, chile dulce y cebolla, por favor –solicitó Norte a la simpática camarera después de ojear la carta.

Observó a la clientela con cierto interés. Una variopinta mezcolanza de turistas y lugareños, charlaba animadamente, intentando hacerse oír por encima de la música folclórica que sonaba en el local. Las meseras servían las bebidas y los platillos no solo portándolos con sus manos sino también, en precario equilibrio, sobre sus cabezas en un intento de causar sensación entre los turistas.

Mientras saboreaba la refrescante cerveza, Norte se fijó en una de las mesas situada justo a su izquierda, en una esquina del local. La única que, como la de él, estaba ocupaba por una sola persona. En ella, una joven de rasgos centroamericanos con una larga melena de color negro azabache, observaba con detenimiento un plano desplegado sobre la mesa.

 ̶  ¿Preparando la ruta de mañana? –se atrevió a preguntar Norte, deseoso de un poco de conversación durante la cena.

Un poco sorprendida la mujer levantó la vista de los papeles y durante unos instantes se mantuvo en silencio, como evaluando la respuesta que debía dar. Finalmente, en su rostro se dibujó una hermosa sonrisa antes de contestarle.

̶  Oh no. Estoy aquí por trabajo, no por turismo.

̶  Disculpe, no quería importunarla.

̶  No importa, simplemente estaba repasando unas cosas y ya había acabado. Me tomaba una cerveza antes de comenzar a cenar pero no tengo muchas ganas y ya pensaba irme.

̶  Mi nombre es Norte. ¿Le apetece tomarse una cerveza y compartir mi cena? Yo tampoco tengo mucho apetito y creo que lo que pedí bastará para los dos.

.̶  ¿Norte?, ¿qué nombre es ese? –preguntó por fin, tras un prolongado silencio, quizás intrigada por el origen de su interlocutor.

– Disculpe de nuevo –sonrió ofreciéndole una de las sillas vacías de su mesa– soy español y, en efecto, ese nombre no aparece en el santoral, al menos que yo conozca. En realidad es un seudónimo, un alias que utilizo desde hace tiempo, tanto que realmente ya me olvidé de cómo lo adopté. ¿Y usted?, ¿cómo se llama?

̶  ¡Ah! Perdón, mi nombre es Rosa Lila, Rosa Lila Medrano y soy hondureña  ̶ le contestó al tiempo que recogía sus papeles y se cambiaba de mesa.

̶  ¿Rosa Lila?, ¿cómo el templo?



̶  Sí, en realidad es una vieja historia  ̶ sonrió ̶ . Soy arqueóloga y mi padre fue contratado como tantos otros hondureños para trabajar en las excavaciones de Ricardo Agurcia aquí en Copán. Cuando descubrieron el  templo, mi padre fue uno de los afortunados que trabajaron en su interior. Eso le causó tanta impresión que cuando, a los pocos meses, nací decidió ponerme el nombre del templo y más tarde, ¡ya ve!, no pude inhibirme a la “maldición familiar” y estudié arqueología. Ahora mismo trabajo para el  Instituto Hondureño de Antropología e Historia.



̶  ¿Qué casualidad?, hoy mismo estuve visitando Copán y mañana tengo pensado volver para  visitar el Templo de Rosalila. Vine ex profeso desde Guatemala para conocerlo  ̶ aclaró sorprendido mientras pedía a las meseras dos cervezas bien frías ̶ .  ¿No me dirá que trabaja en el templo?



̶ No, ¡ya sería mucha casualidad! Ahora mismo estoy trabajando en la Pirámide de los Jeroglíficos. Precisamente ahora mismo estaba repasando unos datos antes de acostarme.

̶  Sí, hoy mismo estuve disfrutando de esa escalera mágica. ¿Es posible que estuvieses allí?

̶  Pues claro. Soy la única mujer del equipo y ahora mismo estoy yo sola. Mis compañeros se fueron a Tegus hoy por la tarde y volverán en un par de días, así que podré descansar un poco.

̶  ¿O sea que estás estudiando los glifos de la escalera?... ¿qué dicen?

̶  En realidad es un poco aburrido ̶ aclaró Rosa Lila ̶ . Cuentan la historia de diversos reyes de Copán y lo hacen por medio de un sistema que, con símbolos, representan palabras completas y sílabas.

̶  ¿Y el templo de Rosalila?  ̶ preguntó de nuevo Norte mientras le servía una fajita de carne de res ̶ , ¿es tan hermoso como dicen?. ¿Sabes?, acostumbro a no documentarme demasiado sobre los sitios a los que voy, especialmente en lo relativo a cuestiones gráficas. No quiero perderme ese momento sorprendente de ver las cosas por primera vez.



̶  Rosalila,  es uno de los edificios enterrados, o mejor dicho “entumbados”, del templo 16, el más alto de la acrópolis. Como ya te dije mi padre estuvo desescombrando cuando Ricardo Agurcia descubrió el santuario casi intacto. Su principal característica es que conserva la decoración original de estuco pintado. De hecho se mantiene así porque cuando Rosalila fue sepultada se hizo con tanto cuidado que fue como si pusiesen un sombrero de talla más grande sobre otro más pequeño.

̶  Mejor no me cuentes más. ¿Qué te parece si mañana me haces de guía?  ̶ propuso sonriente a la vez que pedía un par de copas de Guaro  ̶ al fin y al cabo mañana no tienes trabajo.

̶  ¿Sabes que decía Gabriel García Márquez sobre el aguardiente?  ̶ continuó Norte a modo de brindis, tan pronto pusieron la bebida sobre la mesa ̶ :  “De las cosas que ha inventado la gente; ninguna, señores, como el aguardiente. Que es pura agua y brilla; con su sabor te abriga y con su aliento te da socorro. Por eso antes de leer este artículo, dese un pequeño respiro para con calma tomarse un chorro”.

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