Las historias tienen un principio y un
final. En la mayoría de las ocasiones se cuentan desde su inicio, de un modo
correlativo desde el punto de vista cronológico. Pero también, en algunas
ocasiones las historias se comienzan por el final.
Hace unos meses Norte nos relató parte
de sus vivencias en Rumanía de la mano de Ionela (http://www.elbailedenorte.com/2014/07/la-petrecerea-de-mot.html) . Fue un
instante, un momento,… Ahora, Norte nos
narra el comienzo de aquella historia.
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- ¡Joder! -exclamó Norte en
cuanto se encontró con una pequeña cola de visitantes para entrar en el recinto
del monasterio. Contrariado, valoró si había sido una buena idea viajar hasta
Rumanía. Lo había elegido entre apenas media docena de países del este europeo,
con la esperanza de conocer lugares auténticos y diferentes, visitarlos sin darse
de bruces con cientos de turistas invadiéndolo todo, … ¿o eso era ya, misión
imposible en un mundo globalizado?
En realidad, aparentemente la
práctica totalidad de las personas que esperaban eran rumanos que, seguramente
aprovechado que era un día festivo, se habían decidido a hacer un poco de
turismo. Con la despreocupación de un día de asueto por delante, familias
enteras con representación de varias generaciones se disponían, como él, a visitar el Monasterio de Sinaia.
La perspectiva de compartir la
visita con niños corriendo y alborotando por todas partes o la imposibilidad de
realizar una foto sin que en ella aparecieran montones de personas hizo que,
por un momento, Norte estuviese a punto
de abandonar y buscar otro destino. No obstante, en el último instante decidió que
sería absurdo saltarse un lugar como aquel solo porque se encontró con mucha
gente. ¿Acaso no le había ocurrido en otras ocasiones?, ¿no era cierto que él
también era un turista? No sin cierto disgusto, decidió ”hacer de tripas
corazón” y continuar con su visita.
Justo delante de él, una mujer,
esperaba pacientemente y en silencio a que se desatascara el pequeño tapón que
se había formado en el portalón de entrada. Norte se fijó en ella. Un fugaz
intercambio de miradas resignadas, corroboró que en su cara se reflejaba cierta
contrariedad cada vez que un niño la molestaba con sus carreras y juegos, como
le ocurría a él.
La proximidad física obligada por
la improvisada cola que se había organizado, hizo que percibiera el agradable
aroma de su predecesora. En sucesivas oleadas que fueron llegando a su nariz,
Norte creyó reconocer una mezcla de rosas, jazmín y manzana, que de inmediato
le sugirió la primavera.
De pronto no pudo evitar fijarse en
ella. Morena y de pelo rizado, vestía a la moda occidental. De sus hombros
colgaba un bolso de piel granate del que sacó una pequeña guía de Rumanía. Mientras
esperaban, la abrió por la página que tenía marcada. La edición en rumano
sorprendió a Norte quién, en cierta medida, se había hecho a la idea de que,
como él, aquella mujer era extranjera.
Nada más superar el pequeño
atasco que se había formado, la gente se desperdigó por el recinto y Norte se
dirigió, tras los pasos de ella hacia la zona menos transitada, no tanto por
seguirla sino buscando la tranquilidad necesaria para disfrutar del lugar.
- ¿Me está persiguiendo? –le
preguntó de pronto ella sonriente, tras un breve recorrido.
Sorprendido por la pregunta, realizada
en un correcto español matizado con una ligera entonación eslava que lo fascinó,
Norte tardó unos segundos en reaccionar.
- Disculpe, en absoluto. Creo que
los dos buscamos lo mismo, alejarnos un poco de la gente y, por lo que parece
este es la parte que la mayoría de los visitantes han decidido dejar para el
final.
- Los rumanos somos así. Hoy es
día festivo y salimos en familia a celebrarlo. Así que si esperaba visitar este
monasterio o cualquier otro monumento con tranquilidad, creo que será mejor que
lo deje para otro día. La alternativa, armarse de paciencia.
Poco a poco, Norte se fue
recuperando de su sorpresa. Ante él una muchacha, más joven que él, que hablaba
con una fluidez extraordinaria el español.
- Por cierto, ¿cómo supiste que
era español?
- La palabrota que soltaste antes
no me dejó lugar a dudas –le respondió ella al instante-. Por cierto, he estado
leyendo algo mientras esperábamos y en esta zona se encuentra la Iglesia de la
Dormición, rodeada de las dependencias monacales. Aquí pone que es la zona más
recogida y la iglesia más antigua de las dos –continuó ella, mostrándole la
guía que tenía en sus manos.
- Hablas muy bien mi idioma. ¿Lo
aprendiste en España?
- ¡Oh!, no. Solo he estado en tu
país dos o tres veces. Ya sabes,… Madrid, Barcelona, Toledo…, es un país que me
encanta, así que hace un par de años comencé a estudiar su idioma. ¿De qué
lugar eres tú? –preguntó ella dando por hecho que era español.
- Bueno –sonrió Norte elevando su ceja
izquierda– no podría decirte un lugar en concreto, aunque tengo raíces
portuguesas y españolas, he vivido en muchos lugares diferentes-. Por cierto mi
nombre es Norte.
- ¿Norte?, no conozco ese nombre.
- No es un nombre, más bien es un
apodo, es una historia un poco larga –sonrió de nuevo-. Y tú, ¿cómo te llamas?
- Mi nombre es Ionela, y este sí es un nombre de
origen rumano que tiene una fuerte significación religiosa que podría
traducirse por “la gracia de Dios” o algo parecido en tu idioma. Por cierto, creo que deberíamos continuar; en
un rato tendremos aquí a toda la gente que se quedó en la Biserica Mare
(Iglesia Grande).
Continuaron caminando y, tras
atravesar una bella puerta accedieron a un recogido recinto interior al que
todavía no habían llegado apenas visitantes. Rodeado de los aposentos de los
monjes de la Iglesia ortodoxa, en el centro se situaba una pequeña iglesia con
bellos capiteles y cargada de pinturas murales.
- Es la zona más recóndita y
humilde del monasterio pero a mí es la que más me gusta – le aclaró Ionela-. Vine
una vez aquí hace ya algún tiempo y, ya por aquel entonces, fue la zona que más
me gustó.
- ¿Pero en el monasterio todavía
viven monjes? –preguntó Norte mientras caminaban por el recinto interior que
albergaba la Biserica Veche (Iglesia Vieja).
- No estoy segura de cuantos hay.
En la guía pone que unos veinte, pero en su origen eran solo doce, como los
apóstoles. Aunque es posible que esto sea un secreto de estado –respondió
irónicamente Ionela.
- ¿Cómo puede ser el número de
monjes que habitan Sinaia un secreto? –volvió a preguntar Norte, convencido de
que el curioso sarcasmo rumano que percibió en su respuesta ocultaba algo más
que un simple comentario.
- En mi país vemos conspiraciones
por todas partes. Tanto, que detrás de cada desgracia, de cada decisión
política o de una catástrofe natural, los rumanos los explican por la
existencia de una “mano negra” en forma de acuerdo secreto entre partidos
políticos, espionaje de otro país o de oscuros negocios entre grandes magnates.
Norte sonrió y la invitó a
sentarse en uno de los bancos del jardín, al resguardo del viento que por
momentos comenzaba a molestar.
- Me imagino que eso es debido a
los más de sesenta años en los que mi país fue un nido de espías. Eso
contribuyó a la desconfianza de los rumanos sobre las verdaderas razones de
cualquier decisión política. Fíjate que, incluso en la actualidad, los partidos
políticos prefieren reunirse en secreto antes de hacerlo públicamente.
- Imagino que eso pasa en muchos
lugares –le respondió Norte pensando en que desgraciadamente esa costumbre era
bastante habitual de muchas organizaciones democráticas a la que se les
suponía, entre otros principios, el de la transparencia.
- Recuerdo, hace unos años –continuó cada vez
más animada– como un vicepresidente del partido liberal acudió a una de esas
reuniones secretas en una lujosa Villa de Lac convocado por su partido. Nada
más entrar, tras cierta sorpresa de los servicios de seguridad, se le indicó
que él no estaba en la lista y que tendría que marcharse. Por supuesto –terminó
Ionela casi sin poder contener la risa- se había equivocado de villa y había
acudido a una reunión, también secreta, del partido de la oposición.
Norte no paró de reírse en un
buen rato, imaginándose la situación. El vicepresidente intentando mantener la
dignidad, los servicios de seguridad perplejos, y la coincidencia de las dos
convocatorias de reuniones secretas.
- Por cierto, ya casi es el
mediodía y tengo hambre. Tenía previsto visitar los castillos de Peles y Pelisor,
¿qué te parece si comemos antes? –le propuso, absolutamente fascinado por la mujer con la que
se acababa de encontrar.
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