domingo, 4 de enero de 2015

El principio… al final



Las historias tienen un principio y un final. En la mayoría de las ocasiones se cuentan desde su inicio, de un modo correlativo desde el punto de vista cronológico. Pero también, en algunas ocasiones las historias se comienzan por el final.

Hace unos meses Norte nos relató parte de sus vivencias en Rumanía de la mano de Ionela (http://www.elbailedenorte.com/2014/07/la-petrecerea-de-mot.html) . Fue un instante, un momento,… Ahora,  Norte nos narra el comienzo de aquella historia.
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- ¡Joder! -exclamó Norte en cuanto se encontró con una pequeña cola de visitantes para entrar en el recinto del monasterio. Contrariado, valoró si había sido una buena idea viajar hasta Rumanía. Lo había elegido entre apenas media docena de países del este europeo, con la esperanza de conocer lugares auténticos y diferentes, visitarlos sin darse de bruces con cientos de turistas invadiéndolo todo, … ¿o eso era ya, misión imposible en un mundo globalizado?


En realidad, aparentemente la práctica totalidad de las personas que esperaban eran rumanos que, seguramente aprovechado que era un día festivo, se habían decidido a hacer un poco de turismo. Con la despreocupación de un día de asueto por delante, familias enteras con representación de varias generaciones se disponían, como él, a visitar el Monasterio de Sinaia.


La perspectiva de compartir la visita con niños corriendo y alborotando por todas partes o la imposibilidad de realizar una foto sin que en ella aparecieran montones de personas hizo que, por un momento, Norte estuviese a  punto de abandonar y buscar otro destino. No obstante, en el último instante decidió que sería absurdo saltarse un lugar como aquel solo porque se encontró con mucha gente. ¿Acaso no le había ocurrido en otras ocasiones?, ¿no era cierto que él también era un turista? No sin cierto disgusto, decidió ”hacer de tripas corazón” y continuar con su visita.

Justo delante de él, una mujer, esperaba pacientemente y en silencio a que se desatascara el pequeño tapón que se había formado en el portalón de entrada. Norte se fijó en ella. Un fugaz intercambio de miradas resignadas, corroboró que en su cara se reflejaba cierta contrariedad cada vez que un niño la molestaba con sus carreras y juegos, como le ocurría a él.

La proximidad física obligada por la improvisada cola que se había organizado, hizo que percibiera el agradable aroma de su predecesora. En sucesivas oleadas que fueron llegando a su nariz, Norte creyó reconocer una mezcla de rosas, jazmín y manzana, que de inmediato le sugirió la primavera.

De pronto no pudo evitar fijarse en ella. Morena y de pelo rizado, vestía a la moda occidental. De sus hombros colgaba un bolso de piel granate del que sacó una pequeña guía de Rumanía. Mientras esperaban, la abrió por la página que tenía marcada. La edición en rumano sorprendió a Norte quién, en cierta medida, se había hecho a la idea de que, como él, aquella mujer era extranjera.

Nada más superar el pequeño atasco que se había formado, la gente se desperdigó por el recinto y Norte se dirigió, tras los pasos de ella hacia la zona menos transitada, no tanto por seguirla sino buscando la tranquilidad necesaria para disfrutar del lugar.

- ¿Me está persiguiendo? –le preguntó de pronto ella sonriente, tras un breve recorrido.

Sorprendido por la pregunta, realizada en un correcto español matizado con una ligera entonación eslava que lo fascinó, Norte tardó unos segundos en reaccionar.

- Disculpe, en absoluto. Creo que los dos buscamos lo mismo, alejarnos un poco de la gente y, por lo que parece este es la parte que la mayoría de los visitantes han decidido dejar para el final.


- Los rumanos somos así. Hoy es día festivo y salimos en familia a celebrarlo. Así que si esperaba visitar este monasterio o cualquier otro monumento con tranquilidad, creo que será mejor que lo deje para otro día. La alternativa, armarse de paciencia.

Poco a poco, Norte se fue recuperando de su sorpresa. Ante él una muchacha, más joven que él, que hablaba con una fluidez extraordinaria el español.

- Por cierto, ¿cómo supiste que era español?

- La palabrota que soltaste antes no me dejó lugar a dudas –le respondió ella al instante-. Por cierto, he estado leyendo algo mientras esperábamos y en esta zona se encuentra la Iglesia de la Dormición, rodeada de las dependencias monacales. Aquí pone que es la zona más recogida y la iglesia más antigua de las dos –continuó ella, mostrándole la guía que tenía en sus manos.


- Hablas muy bien mi idioma. ¿Lo aprendiste en España?

- ¡Oh!, no. Solo he estado en tu país dos o tres veces. Ya sabes,… Madrid, Barcelona, Toledo…, es un país que me encanta, así que hace un par de años comencé a estudiar su idioma. ¿De qué lugar eres tú? –preguntó ella dando por hecho que era español.

 - Bueno –sonrió Norte elevando su ceja izquierda– no podría decirte un lugar en concreto, aunque tengo raíces portuguesas y españolas, he vivido en muchos lugares diferentes-. Por cierto mi nombre es Norte.

- ¿Norte?, no conozco ese nombre.

- No es un nombre, más bien es un apodo, es una historia un poco larga –sonrió de nuevo-. Y tú, ¿cómo te llamas?

- Mi nombre es Ionela, y este sí es un nombre de origen rumano que tiene una fuerte significación religiosa que podría traducirse por “la gracia de Dios” o algo parecido en tu idioma.  Por cierto, creo que deberíamos continuar; en un rato tendremos aquí a toda la gente que se quedó en la Biserica Mare (Iglesia Grande).


Continuaron caminando y, tras atravesar una bella puerta accedieron a un recogido recinto interior al que todavía no habían llegado apenas visitantes. Rodeado de los aposentos de los monjes de la Iglesia ortodoxa, en el centro se situaba una pequeña iglesia con bellos capiteles y cargada de pinturas murales. 


- Es la zona más recóndita y humilde del monasterio pero a mí es la que más me gusta – le aclaró Ionela-. Vine una vez aquí hace ya algún tiempo y, ya por aquel entonces, fue la zona que más me gustó.

- ¿Pero en el monasterio todavía viven monjes? –preguntó Norte mientras caminaban por el recinto interior que albergaba la Biserica Veche (Iglesia Vieja).


- No estoy segura de cuantos hay. En la guía pone que unos veinte, pero en su origen eran solo doce, como los apóstoles. Aunque es posible que esto sea un secreto de estado –respondió irónicamente Ionela.

- ¿Cómo puede ser el número de monjes que habitan Sinaia un secreto? –volvió a preguntar Norte, convencido de que el curioso sarcasmo rumano que percibió en su respuesta ocultaba algo más que un simple comentario.

- En mi país vemos conspiraciones por todas partes. Tanto, que detrás de cada desgracia, de cada decisión política o de una catástrofe natural, los rumanos los explican por la existencia de una “mano negra” en forma de acuerdo secreto entre partidos políticos, espionaje de otro país o de oscuros negocios entre grandes magnates.
   
Norte sonrió y la invitó a sentarse en uno de los bancos del jardín, al resguardo del viento que por momentos comenzaba a molestar.

- Me imagino que eso es debido a los más de sesenta años en los que mi país fue un nido de espías. Eso contribuyó a la desconfianza de los rumanos sobre las verdaderas razones de cualquier decisión política. Fíjate que, incluso en la actualidad, los partidos políticos prefieren reunirse en secreto antes de hacerlo públicamente.

- Imagino que eso pasa en muchos lugares –le respondió Norte pensando en que desgraciadamente esa costumbre era bastante habitual de muchas organizaciones democráticas a la que se les suponía, entre otros principios, el de la transparencia.

 - Recuerdo, hace unos años –continuó cada vez más animada– como un vicepresidente del partido liberal acudió a una de esas reuniones secretas en una lujosa Villa de Lac convocado por su partido. Nada más entrar, tras cierta sorpresa de los servicios de seguridad, se le indicó que él no estaba en la lista y que tendría que marcharse. Por supuesto –terminó Ionela casi sin poder contener la risa- se había equivocado de villa y había acudido a una reunión, también secreta, del partido de la oposición.
Norte no paró de reírse en un buen rato, imaginándose la situación. El vicepresidente intentando mantener la dignidad, los servicios de seguridad perplejos, y la coincidencia de las dos convocatorias de reuniones secretas.

- Por cierto, ya casi es el mediodía y tengo hambre. Tenía previsto visitar los castillos de Peles y Pelisor, ¿qué te parece si comemos antes? –le propuso, absolutamente fascinado por la mujer con la que se acababa de encontrar.


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