En Concarneau, en Bretaña, en los confines del
Finisterre francés, resguardada en una hermosa bahía de aguas tranquilas, la
“Ville Close”, el pequeño islote de apenas 380 metros de longitud, destacaba como un enorme barco pétreo varado en aguas poco profundas.
A esas horas de la mañana, una bruma húmeda y pegajosa que servía de vínculo
de unión entre el mar gris y el cielo bajo y nuboso, daba un aspecto irreal,
casi místico, al baluarte que defendía desde hacía siglos la entrada al pequeño
enclave fortificado.
Norte se había levantado temprano. La dueña del pequeño hotel en el que se
alojaba en Lorient, a escasos quilómetros de Concarneu, le había advertido que
en pleno agosto la diminuta isla se pondría hasta arriba de turistas, no en
vano era uno de los lugares más visitados de Bretaña. Así que no lo dudó y se
puso en marcha nada más amanecer.
Y es que el interés de Norte por la pequeña localidad era doble; por un
lado le atraía visitarla y conocer de primera mano el pequeño enclave
fortificado, con sus callejuelas y sus caminos de ronda en sus murallas, pero
quizás lo que más le atraía era rememorar una novela que había leído ya hacía
mucho tiempo y que de pronto le había venido a la cabeza cuando decidió visitar
la ciudad.
Atravesó “Le Pont du Moros”, la única entrada a pie a la ciudadela, para
darse de bruces con el pequeño patio triangular del cuerpo de guardia, dominado
por la Casa del Gobernador y la Torre Major. Mirara hacia donde mirara se podía
leer su pasado marítimo ligado a sus tradiciones, a su historia, a sus murallas
y a sus casas, hogar de grandes
navegantes.
Paseó por el entramado de calles adoquinadas que daban cobijo a estrechas
casas de granito que pugnaban por hacerse un hueco, constreñidas por el
cinturón de murallas que las rodeaba. Por todas partes restaurantes y tiendas
para turistas, aprovechaban cada centímetro cuadrado de los bajos de las casas,
ofertando sus productos a los turistas que deambulaban día a día por sus calles.
Continuó su paseo disfrutando de cada rincón antes de que la marea humana
anegara de forma sistemática sus calles. Fue entonces, aprovechando la
tranquilidad que reinaba en aquel lugar, cuando intentó rememorar alguno de los pasajes
de un libro que había leído hacía ya mucho tiempo y que era el otro motivo de
Norte para visitar la localidad. Se trataba
de “Las señoritas de Corcarneau” una novela que Georges
Simenon escribió allá por 1934.
A pesar del tiempo que había transcurrido, todavía podía recordar con
bastante claridad su argumento, que además se relacionaba con el vínculo pesquero y marítimo que la ciudad
mantenía desde sus orígenes. Precisamente la trama se desarrollaba en torno a
la historia de su protagonista, un patrón de una pequeña flotilla de barcos
atuneros que tenían su base en aquel puerto pesquero en la primera mitad del
siglo XX.
A lo largo de la novela, el autor describía como era el día a día de
aquella sociedad de provincias allá por 1934 y Norte sentía revivir en su
memoria muchos de los pasajes a medida que se perdía por las callejuelas que
serpentean por la ciudad amurallada.
Personajes como Jules Guérec, el protagonista, indolente y temeroso,
dominado por sus hermanas; o Céline, su hermana menor, la más celosa y la más conservadora;
o Marie Pampin, una joven madre soltera de la que Jules creyó enamorarse. A todos
ellos pudo imaginárselos recorriendo aquellas calles y viviendo en aquellas
casas.
Y, de pronto, se encontró con “La porte du passage”, una amplia brecha
abierta en las murallas que daba paso a un pequeño embarcadero. Nada más verlo,
a Norte se le dibujó una sonrisa en su rostro y sin pensárselo dos veces, se
dispuso a embarcar en el pequeño ferry que esperaba atracado al pantalán. Se
trataba de “Le bac du passage”, una pequeña embarcación que transporta
pasajeros entre “Ville Close” y el distrito de Lanriec, al otro lado de la
bahía, en una corta travesía que apenas duraba un par minutos.
Nada más embarcar, Norte recordó como el protagonista de la novela y sus
hermanas también hacían uso del barquero para cruzar la ensenada,… y es que el
servicio de transporte lleva operando desde el siglo XVII.
Desde el otro lado de la bahía pudo comprobar como la “ciudad azul” es un
lugar con una profunda tradición marítima y pesquera, una ciudad al resguardo del
tiempo, un puerto que sigue dando cobijo
a los barcos pesqueros y a las gentes del mar…
Una ciudad a resguardo
del tiempo… también el tiempo histórico.
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