«Joder que frío» ̶ Pensó Norte nada más salir de su hotel
situado en el centro de la ciudad.
No había comprobado la temperatura pero, a juzgar por la ligera capa de
nieve que cubría las calles y el frío intenso que se colaba por los resquicios de su ropa de abrigo, casi podía asegurar que andarían en torno a los -5 °C; así que se ajustó bien su gorro de lana, la bufanda y los
guantes y echó a andar por las heladas calles de Bremen.
Comenzaría a anochecer en poco tiempo, por lo que aceleró el paso. A pesar
de encontrarse en pleno mes de febrero y con una ola de frío que estaba dejando
un paisaje helador en el norte de Alemania, quería llegar a su destino antes de
que los restaurantes y los bares de Schnoor comenzaran a llenarse.
Su objetivo era disfrutar de uno de los lugares más antiguos de la ciudad,
un barrio que todavía conserva su herencia marinera. Formado por calles
estrechas y adoquinadas, con pequeñas casas tradicionales, su propio nombre
deriva de la palabra cabo o cuerda, ya que era en este barrio donde los
artesanos elaboraban los aparejos de los barcos en la Edad Media, durante la
cual, la ciudad hanseática vivió sus momentos de gloria.
Schnoor ya no conservaba ninguna actividad relacionada con lo que un
día fue, transformándose en un bonito
decorado sabiamente explotado que ofrece un ambiente tranquilo que parece
haberse quedado anclado en el tiempo. Así que, así que para ver un decorado,
siempre es mejor disfrutarlo sin visitantes que, desde su punto de vista,
adulteraban todavía más su esencia.
Aunque tenía que reconocer que gracias a esa transformación comercial,
Schnoor había llegado hasta nosotros. Es el milagro del turismo,… para bien y
para mal.