sábado, 3 de mayo de 2014

Rock y rosas (I)


La brisa matinal mecía suavemente las cortinas de la estancia. Tras ellas, un diminuto jardín amortiguaba el ruido producido por el anárquico tráfico de la ciudad, contribuyendo todavía más a proporcionar esa atmósfera de tranquilidad que lo envolvía todo, especialmente ahora que los huéspedes del hotel habían partido a explorar la ciudad y en la estancia ya no quedaba nadie más.

Saboreó con deleite su segundo espresso mientras ojeaba Il Messaggero y sonrió al comprobar que las noticias con las que desayunaban los romanos apenas habían cambiado desde los tiempos en los que él había vivido en aquella ciudad. Como de costumbre, un confuso conjunto de noticias de ámbito internacional, relacionadas con la política, la economía y el deporte se entremezclaban, aderezadas con noticias locales del más amplio espectro. Entre ellas una reseña que de inmediato llamó su atención:

Valentino tra Ara Pacis e Tempio di Venere Veltroni:
«Gli dedicheremo un museo a S.Teodoro»

Norte leyó con avidez la crónica de la celebración de la exposición “Valentino en Roma: 45 Años de Estilo”, que se había celebrado el día anterior en uno de los monumentos, para él, más fascinantes de la Roma Imperial: el Ara Pacis Augustae. Al parecer el famoso diseñador de moda había estado arropado por el mismísimo alcalde Walter Veltroni y su esposa, además de una pléyade de artistas famosos del celuloide e incluso por alguna princesa de la realeza europea, incondicional del papel couché. Además, en apenas unas horas, estaba previsto un nuevo acto.


Si alguien lo hubiese estado observando con detenimiento, habría apreciado como, poco a poco, el rostro de Norte se transformaba y su gesto de interés y concentración en la lectura, se convertía en una sonrisa irónica, apenas imperceptible, mientras buscaba un número en la agenda de su teléfono móvil.

Regresó a su habitación y en la penumbra de la estancia reconoció el cuerpo de Francesca bajo las sábanas. Se acercó despacio para no sobresaltarla y se sentó en el borde de la cama. Desde esa distancia y con la escasa luz que se colaba por las rendijas de la contraventana, la contempló detenidamente. Sus rizos esparcidos sobre la almohada, su acompasada respiración y la serenidad que reflejaba su rostro hicieron que, durante unos instantes, Norte dudase si debía despertarla.

La tarde anterior se habían encontrado en el aeropuerto después de varios meses sin verse. A pesar de intentarlo, no habían conseguido que sus vuelos coincidieran. Ella, procedente de Londres, había tenido que esperar más de dos horas hasta que el avión procedente de Madrid, en el que viajaba Norte, tomase tierra en Fiumicino. Después, el atasco que padecieron en el taxi que los llevó a la ciudad, la cena en un pequeño restaurante cercano al hotel y el regreso precipitado a la habitación con la urgencia de una espera contenida.

̶ ¿Qué miras? –preguntó de pronto ella cubriéndose el rostro, en un intento de aminorar la intensidad de la luz que castigaba sus ojos.

̶  Nada, simplemente estaba contemplándote –le contestó a la vez que apartaba dulcemente los rizos que caían desordenados sobre su frente para besarla.

̶  No me mires, ¡menuda pinta debo tener! –respondió al tiempo que lo rodeaba con sus brazos.

̶  Estás preciosa y si por mí fuera, me metería ahora mismo contigo en cama, pero tengo una sorpresa… y creo que no te la puedo traer aquí  ̶ le aclaró, adoptando ese gesto pícaro que desarmaba a Francesca.

Al momento, como impulsada por un resorte Francesca se incorporó reclamándole un adelanto, una pequeña pista que le permitiese adivinar el plan que le había preparado.

̶  No vas a conseguir nada y te advierto –dijo mirando divertido el reloj ̶  que ya son más de las once de la mañana.

Finalmente, casi a la una de la tarde con un cielo totalmente despejado y una temperatura de más de veinticuatro grados en la ciudad, salieron del hotel, directos a Sant Eustachio, con la esperanza de encontrar un hueco en el diminuto café para que Francesca tomara su primer capucchino del día.



̶ ¿Sabes una cosa?  ̶preguntó Norte socarronamente, tomándola por la cintura, mientras esperaban pacientemente en la entrada del café a que se abriera un hueco por donde acceder hasta la barra ̶ . Si un día me pides en matrimonio te propondré que nos casemos  en la iglesia de Sant'Eustachio.

̶  Pero bueno  ̶ respondió entre enojada y divertida volviendo la vista a la fachada del templo que tenían justo a sus espaldas, al otro lado de la calle ̶  ¿Crees acaso que seré yo quién te lo pida? De eso nada,… además jamás me casaría ahí  ̶ en clara referencia a la cabeza de ciervo con grandes cuernos de los que emerge la Cruz de Cristo que preside el tímpano de la iglesia y que con seguridad era la razón por la cual los romanos no celebran allí las ceremonias de matrimonio.

Deambularon sin rumbo por las calles de Roma, justo como lo habían hecho en tantas ocasiones, buscando el frescor de las zonas menos soleadas hasta llegar a la Piazza della Rotonda. Allí, presidiendo la populosa plaza, se levantaba Il Pantheon y, tras una mirada cómplice en un intento de refugiarse del calor sofocante que estaban padeciendo, se dirigieron a su interior.

̶  ¡Es sobrecogedora! ¡Es mágica!  ̶ exclamó Francesca nada más situarse en el centro, bajo la cúpula ̶ .Todavía no me explico cómo, después de haber estado aquí tantas veces, me sigue atrapando de ese modo.

̶  Es la iluminación que proporciona el óculo central  ̶ le respondió Norte tomándola por la cintura y sintiendo al instante la calidez de su piel a través de la delicada tela de su vestido ̶ . Produce un efecto tranquilizante; creo que es por la luz pero también por la armonía de las proporciones. ¿Sabes?, la mayoría de la gente lo percibe, aún sin saber que el diámetro de la cúpula es igual al de su altura.


̶  Creo que tienes razón. Fíjate en toda esa gente; están absolutamente fascinados con el espacio. No se centran en nada concreto, simplemente miran para todas partes, extasiados por lo que los rodea.

̶  Por cierto,…  ̶ advirtió de pronto Norte ̶  ¿sabes qué hora es?,  ¡casi las seis! Si quieres ver de qué se trata la sorpresa debemos volver al hotel. En una hora deberíamos estar listos para salir.

̶  ¿Cómo listos para salir? ¿A dónde vamos?

̶  Eso forma parte del juego. Solo te puedo decir que debes arreglarte un poco. ¿Trajiste algo?

Hizo la pregunta sabedor de que Francesca, a buen seguro, habría dispuesto en su equipaje algún conjunto que le permitiese salir airosa de una situación como la que acababan de proponerle.

̶  Pero ¿qué me dices?, me estoy empezando a poner nerviosa. ¿Me quieres decir a dónde vamos?

̶  Ya lo verás. Es una sorpresa. Y ahora, ¿ por qué no volvemos al hotel?

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