sábado, 26 de abril de 2014

Soñando con Shangri-La


Esperó pacientemente observando desde su butaca como el pasaje salía del avión.  El momento de levantarse se acercaba a medida que las filas se desalojaban con ordenada cadencia. Sabía que aún tardaría unos minutos en tocarle su turno así que cerró los ojos intentando desconectar unos instantes antes de iniciar la última etapa de su viaje. Por fin, los pasajeros de la fila inmediatamente anterior a la suya comenzaron a moverse por el largo pasillo que los conducía directamente hasta uno de los dos fingers acoplados al costado del enorme avión que, lentamente, vomitaban al exterior a más de doscientos cincuenta almas que, durante más de doce horas, habían atravesado el Atlántico en su interior.

Norte se incorporó tratando de desoír las dolorosas protestas de su espalda después de un largo período de inactividad y se preparó para hacer frente a la fresca temperatura reinante en la pista de Madrid-Barajas a esas horas de la mañana. El comandante lo había  advertido justo antes de comenzar la maniobra de aterrizaje. Calculó mentalmente la diferencia de temperatura entre el origen y el destino y, aun conociendo sobradamente esa sensación, no dejaron de sorprenderle los más de veinte grados de diferencia.

Tomó su mochila de mano y se dirigió a la salida, agradeciendo el esfuerzo de la azafata por mostrar una cálida sonrisa con la que despedía a cada uno de los pasajeros en la puerta del avión, a pesar de que su rostro también mostraba los efectos de una larga y accidentada travesía transoceánica. Todavía recordaba los gestos de preocupación de la tripulación de cabina y el pequeño revuelo que se montó cuando el comandante, en pleno vuelo y con casi todo el mundo durmiendo, preguntó por megafonía si entre el pasaje había algún médico que pudiese atender una emergencia.

Recorrió con calma los largos pasillos del aeropuerto mientras en su mente se materializaban algunos de los momentos vividos en su viaje. Los lugares que había visitado, las personas que había conocido, los momentos que había compartido y no pudo menos que esbozar una tímida sonrisa de satisfacción.

Necesitaba desconectar y lo había conseguido. Cuando hacía casi quince días se había subido al avión que lo condujo a Lima, Norte era un hombre diferente. Su estado de ánimo casi había llegado al borde de la depresión y la rutina del trabajo, en la que sin darse cuenta se había sumido, acrecentaba todavía más esa sensación. Por eso, cuando se encontró el anuncio en el periódico no lo dudó y se decidió a tomar unas cortas vacaciones.



Llegó al área de control de los pasaportes y comprobó que, a pesar de que su desembarque había coincidido con más vuelos internacionales, las filas destinadas a los viajeros con pasaporte comunitario se movían a buen ritmo.

De pronto recordó a Yesica y a Luis, la joven pareja  de Arequipa con los había coincidido en la avioneta en la que sobrevolaron los milenarios geoglifos de Nazca para comprobar desde los cielos que aquellas enormes líneas, las figuras antropomorfas y las numerosas representaciones de animales, existían de verdad. A pesar de haber estado apenas unas horas con ellos y compartido una ligera cena en el hotel de Ica donde hicieron noche, pudo percibir con total claridad su anhelo por iniciar su proyecto vital en Europa.



Y no pudo menos que esbozar una sonrisa pícara al recordar la noche en Pisco al compartir una generosa cantidad de aguardiente de pisco e historias hasta altas horas de la madrugada con Don Guillermo, de apellido Huyhua, el barman del hotel de origen aymara. También él intentó cuando era joven, cuando le sobraban ilusiones y energía, iniciar una nueva vida en el lado “afortunado” del mundo.

De igual forma le vino a la mente William el guía que le acompañó a la Reserva de Paracas, un biólogo enamorado de su profesión que también le confesó su deseo de venir a España a completar sus estudios de Ecología.  A todos ellos trató de contestarles con objetividad la larga lista de preguntas que le hicieron y los imaginó esperando pacientemente en fila de “no comunitarios” en busca de un futuro mejor.



Se dirigió rápidamente a la T4 y comprobó que su vuelo de enlace a Santiago de Compostela tenía, como estaba previsto, su salida anunciada para las diez de la mañana, así que compró la prensa nacional y buscó una cafetería tranquila  para leer con calma las noticias y saborear su primer café expreso en muchas horas.

Se acomodó en una zona de la cafetería provista de mullidos sillones, deleitándose con el intenso aroma a café antes de darle el primer sorbo. A esas horas de la mañana, después del largo vuelo, sintió como la bebida caliente y estimulante le activaba poco a poco las neuronas y como su mente comenzaba a funcionar de nuevo a pleno rendimiento.

Comenzó a leer el periódico por la última página. Era una manía que había adquirido, quizás en un intento de iniciar la lectura con las noticias más amables del día, antes de sumergirse en las desgracias que con seguridad los titulares la proporcionarían.

Y no se equivocó. A grandes titulares en la portada la prensa informaba de un gran terremoto en Perú, en concreto en la zona de Pisco. Leyó con atención la noticia que hacía hincapié en la violencia del mismo y al que se le atribuían 8,0 grados de intensidad, miles de damnificados, una destrucción casi total de la ciudad y un gran número de muertos. 

El semblante de Norte se transformó para pasar de un gesto de sorpresa en primer lugar a uno de incredulidad a medida que leía la noticia. Poco a poco fue consciente de que había podido ocurrir mientras él se encontraba allí pero, sobre todo recordó a Yesica y a Luis, a Don Guillermo y a William y de tantas otras personas con la durante esos días había compartido unos momentos.

Se preguntó que habría sido de ellos, si estarían bien, si habrían salido indemnes de la desgracia pero, sobre todo, si lograrían llegar al lado amable del mundo y cumplir sus sueños para vivir en un lugar en el que ellos creían que los problemas estaban prohibidos por Ley.

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