¿Quién es Norte?

Toño Rodríguez es un viajero impenitente que allá por marzo de 2014 decidió abrir una pequeña ventana a  este mundo maravilloso que es la red y contar sus viajes como él los disfruta, con la intensidad de quien ama los lugares que visita y en los que vive momentos que, como fogonazos de realidad, perduran en su memoria y obstinadamente se empeñan en parecer cercanos y próximos. Y lo hizo con su “otro yo”. Con su alter ego. Con Norte, un personaje nacido de su imaginación y, sobre todo, de sus recuerdos. Porque Norte existió, fue un personaje real que Toño conoció en su infancia y que, casi sin querer, su imaginación fue modelando hasta  crear el protagonista de esta pequeña aventura en la que se ha convertido El Baile de Norte.

¿Por qué El Baile de Norte?

Con seguridad muchos lectores se han preguntado por qué titular un blog de experiencias viajeras con el nombre de El Baile de Norte. En realidad es un nombre que puede llevar a la confusión sobre su contenido y que nadie emplearía si quisiera dar facilidades a los algoritmos que realizan las búsquedas en este mundo virtual de internet.

En realidad Norte apareció en un pequeño pueblo de Galicia, mucho antes de que Toño naciera y pasara su infancia y buena parte de su juventud. Justo después de la posguerra Norte era un pujante empresario de ese pequeño pueblo gallego. Entre sus negocios destacaban dos dragas en el río que abastecían de arena al sector de la construcción, también era de su propiedad un autobús que cubría una línea con Santiago de Compostela y sobre todo tenía un salón de baile, un local que rivalizaba, especialmente en el aspecto económico, con los bailes que organizaba el casino del pueblo, mucho más glamurosos pero menos populares.

Nadie sabe con seguridad de dónde era Norte. Lo cierto es que su particular acento hizo pensar que era de origen portugués o quizás brasileiro. En todo caso, ese toque exótico no hizo más que acrecentar esa aureola de empresario de éxito en aquella época de penuria que vivía España tras la guerra civil.

Pero todo lo que sube baja y lo cierto es que para cuando Toño contaba con apenas 8 añitos, ya no quedaba nada de aquellos negocios que en otros tiempos habían llenado los bolsillos de aquel exitoso empresario y Norte malvivía reparando bicicletas en una mísera chabola de suelo de tierra.

Ya se imaginarán ustedes que a finales de los años 60 los pinchazos en la bicicleta eran frecuentes así que aquel niño visitaba con asiduidad el taller de Norte y esperaba pacientemente a que aquel anciano reparara su bicicleta y, mientras tanto, escuchaba ávido las historias que aquel hombre de mundo contaba. Tras cada relato de tierras lejanas los ojos de Toño se abrían desmesuradamente y su imaginación desbordante se ponía en funcionamiento.

Quizás no todo fuese cierto. Tal vez la fantasía de aquel niño haya adulterado la realidad. Posiblemente aquel anciano, que vestía de pajarita como último vestigio de dignidad, mantenía la llama de la vida viva gracias a aquel grupo de chavales que, como Toño, le admiraban de un modo  incondicional. Lo cierto es que Toño es ahora un viajero impenitente para quien viajar se ha convertido en una necesidad.