El viejo Land Rover venció, no sin dificultad, el enésimo repecho y, renqueante, comenzó a descender en busca del próximo obstáculo. Desde que había partido de Agadir, hacía ya un par de horas, Norte circulaba por una sinuosa y estrecha carretera que se abría paso a través de un terreno seco y polvoriento en el que subsistían, ajenos a la eterna sequedad e impasibles al viento del desierto, algunos matorrales rastreros y los imperecederos árboles del argán.
Con la excepción de algún rebaño
de camellos o de cabras, algún que otro vehículo y algunas casas perdidas en la
lejanía, viajaba en la soledad más absoluta, disfrutando de un paisaje
sobrecogedor. «Es tal como me lo describió Usem» ̶
pensó Norte, recordando la descripción que, hacía tan solo cuatro
semanas, un joven camarero bereber le
había hecho de la zona cuando le contó que estaba a punto de realizar un viaje
a Marruecos.
En un par de ocasiones se había
detenido a admirar de cerca a alguno de aquellos árboles obstinados en sobrevivir
en condiciones extremas y no pudo menos que sorprenderse de la belleza de sus
troncos retorcidos y nudosos, modelados por años de sequías y vientos impenitentes.
Y le pareció un justo premio para un árbol capaz de resistir semejantes
penalidades, el producir unos frutos de los que se extrae un aceite con tantas propiedades
medicinales.
A su izquierda, el Atlántico se
estrellaba una y otra vez contra la costa, en un incesante intento de
conquistar cada centímetro de playa, desgastando aquellos acantilados, meteorizándolos
y erosionándolos hasta convertirlos en finos granos de arena.
En las zonas menos abrigadas de
la carretera, Norte disfrutaba de la brisa marina cargada de una humedad salina
que aliviaba en parte el calor que comenzaba a apretar ya a primeras horas de
la mañana. Finalmente, a lo lejos, divisó una pequeña población con humildes casas
abigarradas al abrigo de un pequeño promontorio de la costa y sonrió. Sin duda se
trataba de Imsouane, el pequeño pueblo
de pescadores en el que podría cerrar el ciclo y cumplir su promesa. Se dio
cuenta que, por primera vez en mucho tiempo se sentía bien, orgulloso por
corresponder al favor que le había pedido Usem.
Aparcó en una polvorienta
explanada al lado del puerto, justo en el momento en que comenzaban a regresar
las pequeñas embarcaciones artesanales. Como en cualquier puerto pesquero del mundo, independientemente de su
tamaño o la tipología de las embarcaciones, el desembarco de las capturas es
uno de los momentos más dinámicos y ajetreados ya que, además de realizarse el
traslado del pescado al lugar de venta, es donde se contrasta la pesca de unos
y otros, es el momento de determinar la valía del patrón y la habilidad de los
tripulantes y, sobre todo, da una idea muy aproximada del valor que adquirirá
el pescado en la venta.
Un gran número de pequeñas
embarcaciones de pesca artesanales de color azul se alineaban, perfectamente
ordenadas, a lo largo de la rampa de subida y, en torno a ellas un enjambre de
pescadores, compradores y curiosos se movía inquieto, atareados transportando
cajas con el pescado capturado, varando las embarcaciones o, simplemente,
realizando operaciones de mantenimiento.
Caminó confiado entre aquella
muchedumbre, destacando como un faro en medio de la noche, entre un mar de
turbantes, taqiyas, capuchas de
chilabas y gorras del Real Madrid o del Barcelona. El sombrero de paja, con el
que Norte se resguardaba del sol impenitente que lo abrasaba, despertó de
inmediato la curiosidad los lugareños, extrañados al verlo vagar por el puerto
y no por los lugares de reunión de los surfistas, posiblemente la única razón
por la que un occidental visita la localidad de Imsouane. A los oídos de Norte llegaban
retazos de conversaciones incomprensibles en árabe y en algún dialecto bereber
y, más raramente, algún término en francés se cruzaba, destacando sobre la
pronunciación gutural de los idiomas nativos.
Caminó hasta el moderno edificio
de la lonja, donde se estaba realizando la subasta del pescado. Un numeroso
grupo de compradores, armadores y curiosos se arremolinaba en torno a una
cancha central donde se exponía la mercancía. El producto de la pesca, como si
de un puzle multicolor se tratara, se exhibía organizado por especies, a la
espera de que el subastador comenzara la puja a viva voz.
Había cambiado el programa de su viaje al Atlas durante la larga conversación que mantuvo con el joven camarero bereber. Todo surgió cuando se estaba tomando un café en Madrid mientras ojeaba la guía sobre Marruecos que acababa de comprar. Una sonrisa franca de Usem se dibujó en su rostro y cada vez que tenía un instante libre se acercaba proporcionándole informaciones, consejos,… hasta que finalmente, al acabar su turno, se sentó con Norte.
Más tarde, durante la cena, Norte
escuchó un relato apasionante sobre la familia de Usem. En la sociedad bereber, el sentido del honor familiar, de
difícil comprensión para la mentalidad europea, y la defensa de la integridad
del grupo hacen que las relaciones humanas sean consideradas bajo estos dos
condicionantes, dando lugar a trances familiares que desembocan en situaciones
que obligan, en algunos casos, al repudio de algunos de sus miembros. Y ese era
el caso de su nuevo amigo.
Norte se comprometió hacer llegar
al padre de Usem una carta y dinero
de manera discreta y así fue como decidió comenzar su viaje por las
estribaciones de la gran cadena montañosa marroquí, justo por la localidad de Imsouane.
En el interior de la mochila de piel
que llevaba colgada al hombro, Norte portaba la misiva para Amestan, padre de Usem. Ahora solo tendría que buscar el momento adecuado para
hacérsela llegar.
Tras más de una hora de espera, aprovechando que salía un momento de la cancha de subasta, se acercó discretamente y lo saludó.
̶
Bonjour, êtes-vous M. Amestan?
El rostro cansado del anciano se volvió hacia él y, tras unos instantes de desconcierto, asintió con un leve gesto.
̶ J'ai une lettre pour vous de
Usem ̶ le dijo, entregándole lo más discretamente
posible el sobre.
Con rapidez lo tomó y se lo guardó en uno de los bolsillos de su raída bata azul y continuó su camino, para apenas un instante después, girarse con gesto triste y preguntar.
̶
Merci, Usem est en bonne santé?
̶ Oui, il va bien.
El anciano asintió esbozando una sonrisa y se alejó con paso cansino, con su mano en el bolsillo donde había guardado el sobre.
Que buena idea la de recuperar relatos que no había oportunidad de leer y encontrar el lado más literario de Norte. Con ello, además, conocemos una parte de Marruecos tan cercana y tan lejana a su vez. Es una asignatura que tengo pendiente, y que sólo un pequeño estrecho de 14 kilómetros no debería ser un impedimento. Me gustó mucho recordar este viaje. Un gran abrazo.
ResponderEliminarGracias Miguel, en efecto este relato es de 2014 y he decidido recuperarlo. Los personajes y la trama no son reales (aunque podrían serlo perfectamente) pero sí existió ese viaje a Imsouane y creo que las sensaciones que Norte recuerda del lugar permanecen todavía muy nítidas en su memoria. Gracias por tu tiempo Miuel!
Eliminar... Y el caso es que se trata de una historia real... ¡Ay Norte! ¡Qué me gusta Marruecos!
ResponderEliminarEste país sigue siendo encantador y sigue conservando la esencia que conozco desde que mis padres cruzaban la frontera para llevarme en su viejo Lancia a lo largo y ancho del país.
Sin embargo hoy, la fotografía de la lonja me ha recordado a mi abuelo que me llevaba a la lonja a horas muy tempranas de la mañana, antes de ir al cole, para que viera las capturas. Era yo tan chica y tengo un recuerdo tan nítido... Por desgracia en Melilla ya no hay lonja.
Y, hablando de surferos, he esbozado una sonrisa porque Macarena está loca porque la llevemos en Semana Santa allí a surfear; ya veremos...
Un fuerte abrazo Norte!!!
Las imágenes que mantenemos en nuestro recuerdo de la infancia suelen ser muy intensas, especialmente cuando se trata de evocaciones relacionadas con nuestros seres más queridos. Norte también atesora muchos de esos recuerdos. Me alegro que te este pequeño relato te haya sentir,... aunque solo sea un poco. Gracias por tu tiempo Macarena!
EliminarBello viaje contado en una historia que parece salida de una novela y sin embargo Norte tuvo privilegio de ser protagonista. Visitar los orígenes y estudiar la cultura, adentrándose en los pormenores de los pescadores y observando como la Naturaleza hace bien su trabajo, en esos árboles, tan ancianos y sabios que aún son capaces de producir unos frutos... y en consecuencia continuar ayudando al ser humano. Me recordaron a los viejos olivos que hay por la zona en la que vivo.
ResponderEliminarMe encantó viajar con tus letras por marruecos y descubrir aspectos que desconocía. Gracias.
Un abrazo!!
Todo lo referido al argán es fascinante,... y por supuesto también ese mundo de los pescadores artesanales, a veces tan desconocidos para nosotros! Gracias por tu tiempo!
EliminarUn relato que, además de estar muy bien contado e ilustrado con fotos que ubican al lector en ese ámbito, tiene un condimento especial: la concreción de un acto solidario de parte de Norte y llevarle noticias al padre de Usem. ¡Un gran gesto, Toño, te felicito!
ResponderEliminarAbrazos.
Gracias a ti por pasarte por El Baile de Norte. Me alegro que te haya gustado!
EliminarUma linda história!
ResponderEliminarEstou feliz que você tenha gostado ... é realmente uma história linda.
EliminarObrigado pelo seu tempo!