viernes, 13 de enero de 2017

Naturaleza para los sentidos


A pesar de que el buen tiempo y verdor de los campos que estaba atravesando invitaban a un plácido y agradable paseo, desde la distancia, las cumbres del  Pirineo navarro se antojaban inexpugnables, inalcanzables para un simple aficionado al senderismo y al turismo de naturaleza como él. Cubiertas de nieve destacaban sobre el horizonte, aumentando su escepticismo a medida que se acercaba. No en vano, Norte no dejaba de pensar en el juego de cadenas para los neumáticos que había dejado en el garaje y en los constantes avisos de puertos cerrados por la nieve que machaconamente repetían por la radio los servicios informativos. 

Desde donde él se encontraba se podía intuir la enorme depresión que ocultaba a los valles de El Roncal y Belagua antes de que, de nuevo, la cordillera pirenaica se elevara hasta alcanzar los 1.800 metros del Col de la Pierre de Saint Martin, un puerto cargado de historia, escoltado por cumbres emblemáticas como la Mesa de los Tres Reyes o el Pic d´Anie... que rondaban los 2.500 metros de altitud. 


Y, de pronto, su perspectiva cambió de nuevo. Transitaba por el alto de Laza y los pastos dieron paso a extensos bosques de pino silvestre, abetos, hayas, quejigos y un sinfín de especies arbóreas que en otoño interpretaban una hermosa sinfonía de colores y que en ese momento, durante el invierno, mostraban una armonía más suave, menos contrastada, pero igualmente bella.

Hacía ya muchos años de aquel descubrimiento maravilloso. Los Pirineos navarros habían sido su primer contacto con la alta montaña y es que para Norte, volver allí, reproducir muchos de sus recuerdos, produjo en él  sentimientos encontrados y, como ya le había ocurrido en otras ocasiones, sonrió al pensar que la única forma de disfrutar de los recuerdos es haberlos vivido.

Redujo la velocidad de su automóvil para disfrutar más, si eso fuera posible, del soberbio paisaje que recorría a medida que se adentraba más y más en el corazón de la cordillera pirenaica, intentando recordar las más conocidas hipótesis sobre su etimología. De todas ellas, la que más le gustaba era la que relacionaba el origen mitológico de la cadena montañosa con Pirene, hija de Atlas, a quién Hércules enterró, acumulando enormes piedras para sellar su tumba,… y Norte elevó su ceja izquierda en un gesto muy característico a la vez que sonreía ligeramente, mientras pensaba que nadie despreciaría un mausoleo de esas características.


Volver a sentir intensamente, recrearse en los recuerdos, era para Norte una forma de sosiego, de serenar su estado de ánimo, así que cuando llegó al valle de Belagua, esa sensación de bienestar aumentó si cabe, todavía más. Una gama de verdes increíbles se extendía como una alfombra, tapizando cada rincón de aquel bello lugar modelado por los hielos glaciares que por allí se deslizaron hacía millones de años. Desde los verdes más claros de los pastos hasta los verdes oscuros, casi obscenos, de los abetos, salpicados de pequeños rebaños de ovejas lachas pastando apaciblemente y, entre medias, las ramas desnudas de hayas, quejigos, avellanos y tilos, aportaban ese sutil contraste que rompía la monotonía verdosa que dominaba el paisaje.

Casi sin tiempo de disfrutar de las hermosas vistas, la carretera se empinaba de nuevo para ascender hasta la Reserva Natural de Larra; un extraordinario macizo kárstico que se elevaba hasta los 2500 metros, cuajado de dolinas y simas. A medida que ganaba altura, la nieve cubría con un manto cada vez más grueso las rocas calizas, dejando solo a la vista algunos ejemplares de pino negro y de enebro, que obstinadamente se empecinaban en crecer allí donde ningún otro árbol lo haría.


Se detuvo para admirar los increíbles ejemplares de pino negro que, con seguridad, contaban con varios cientos de años viviendo en aquellas duras condiciones climáticas y edáficas. Se imaginó los avatares que habrían sufrido desde que una semilla germinó en una brizna de tierra.


Para Norte era uno de esos lugares donde la naturaleza se siente,… donde uno puede verla, oírla, olerla, tocarla y saborearla. Era naturaleza para los sentidos.

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