Hacía un par de días que había llegado a la ciudad y desde entonces no
había dejado de verlos representados por todas partes. En imanes para neveras,
en osos de peluche, en tazas y en todo
tipo de menaje de cocina, en camisetas,... en todo aquello que un turista ávido
de recuerdos pudiera imaginar. Eran la representación de un célebre cuento de
los hermanos Grimm y, sobre todo era el símbolo de la ciudad. Eran los músicos
de Bremen.
Y ahora que los tenía delante no pudo evitar sonreír al imaginarse la
escena. Un asno a cuyos lomos se encarama un perro, sobre el que a su vez se
aúpa un gato y al que finalmente se sube un gallo, no era nada frecuente, y
menos que los cuatro animalitos escaparan de sus respectivos amos para convertirse
en músicos. Un cuento que ponía de manifiesto valores como el de la superación
personal y al trabajo en equipo, tan propios de la mentalidad de la época.
Había dado con la pequeña escultura que los representaba, en un lateral del
Rathaus (Ayuntamiento) justo en la Marktplazt, la antigua plaza del mercado en
la que se levantan los edificios históricos más importantes de la ciudad. Una plaza a la que tendría
tiempo de volver; porqué su destino era otro, un lugar mucho más modesto, también
fruto de la fantasía, pero en este caso de un comerciante de café. Se trataba
de la Böttcherstrasse (literalmente la calle de los toneleros), una pequeña
calle de apenas 100 metros de largo que antiguamente había servido de
comunicación entre la plaza del mercado y los muelles comerciales del río
Weser.
A pesar del frío, Norte caminó despacio por la calle estrecha y anodina que
servía de transición entre la deslumbrante riqueza arquitectónica gótico-renacentista
de los edificios de la Marktplazt hasta darse de bruces con el pintoresco
pasaje de estilo expresionista, construido íntegramente en ladrillo rojo. Un
corto paseo que le trasladó, en solo unos pasos, desde el siglo XV hasta el
primer cuarto del siglo XX, cuando entre 1922 y 1931 Ludwig Roselius mandó
construir la mayoría de los edificios de la Böttcherstrasse en un intento de representar la manera de pensar alemana.
Era como un ejercicio de descompresión, necesario para que su mente se adaptara
al cambio brusco que suponía la rotunda transición antes de darse de bruces con
el enorme relieve dorado que destacaba, como un faro en la fría niebla de
Bremen, sobre el rojo de los ladrillos
de la pequeña entrada a la calle.
Fue entonces cuando Norte se detuvo para contemplar con detenimiento la
imagen de San Jorge luchando contra el dragón, para muchos una alegoría de Hitler
salvando a Alemania de las tinieblas. Porqué para él, esa era la clave del
lugar, ya que Ludwig Roselius, simpatizante del nacional socialismo, quiso rendir
tributo a Hitler quizás en un intento destacar su misión de iluminar el “irreemplazable
valor de la raza nórdica”.
Nada más traspasar aquel pórtico, Norte se vio sumergido en una especie de
ensoñación fantástica que lo desbordó. Por todas partes, a pesar de lo angosto
de la calle, los relieves del ladrillo, desdibujados por la bruma perenne de
Bremen, parecían cobrar vida en las paredes rojizas y hacían destacar, todavía
más, las hermosas forjas de hierro que decoraban ventanales y balcones.
En realidad Norte no era un
especialista en arte, pero enseguida se sintió seducido por aquellos edificios
construídos con un estilo premodernista, único e innovador tanto en la
utilización de nuevos materiales como en el empleo de formas biomórficas que
dieron lugar a un estilo que los especialistas lo calificaron como
expresionismo con ladrillos.
A pesar de la estrechez de la
calle, allí a donde mirase, Norte se topaba con un derroche de fantasía en
ladrillo difícil de imaginar. Un pequeño ensachamiento en aquella angosta calle,
llamado Plaza de San Pedro, dibujó una sonrrisa en su rostro. Allí un grupo de turistas esperaban pacientemente a
que el carrillón de campanas de porcelana de Meissen iniciase una de las
melodías marineras, mientras en la torre circular aparecían tablas con representaciones
de famosos navegantes.
Y la Casa Roselius, una casa en el
estilo del Renacimiento, construída en 1588 que el inventor del café
descafeinado renovó con el resto de la calle y que convirtió en su hogar.
A medida que caminaba, Norte comprendió que estaba disfrutando del capricho
arquitectónico de un comerciante de café que hizo realidad sus fantasías. Un
corto paseo repleto de fuentes escondidas,…
… y hermosas casas
Era la fantasía de un
cafetero,… Ludwig Roselius.
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