La sensación de frescor apenas duró. En cuanto se secó, en tan solo un par
de minutos, un bochorno insoportable volvió a hacer que su piel de nuevo transpirara
copiosamente. Salió rápido del baño buscando el frescor que a intervalos
producía un enorme ventilador situado en el techo y repentinamente se encontró
mejor, tumbado en la cama bajo aquel bendito invento que le devolvía a la vida
a cada giro de sus aspas. Lentamente cerró los ojos y se adormeció.
Un poco aturdido, como si le costase salir del profundo sueño en el que se
había sumido, Norte fue recuperando la consciencia y recordó el larguísimo
viaje desde Guatemala, su visita a la ciudad maya de Copán en Honduras y su
regreso a la habitación del albergue donde se alojaba en Copán Ruinas, una localidad situada a escasa distancia del sitio arqueológico.
Bajo un sol abrasador, había disfrutado de unos restos arqueológicos
únicos, cuyo principal atractivo estaba en la Pirámide de los Jeroglíficos, con
casi 30 metros de altura y, en cuya escalinata la inscripción pétrea con más de
2.500 glifos en los 62 peldaños, cuenta historias relacionadas a sus antiguos
gobernantes, especialmente el décimo quinto, Humo-Caracol.
También había disfrutado de un campo de pelota maya con sus marcadores en
forma de cabeza de guacamayo. Era un juego sagrado que se realizaba durante los
rituales agrarios pero también tenía un significado religioso y astronómico.
Abrió la ventana de su habitación y enseguida percibió el intenso y
penetrante olor a selva, a musgo y orquídeas, a misterio y aventura. Del
exterior, la luz mortecina procedente de un farol, apenas conseguía romper la
negrura de la noche y el ruido procedente de conversaciones de pequeños grupos
de personas le indicaban que el frescor nocturno había logrado proporcionar un
pequeño alivio a las altas temperaturas que habían sufrido durante el día.
De pronto, un sordo ruido abdominal le recordó que desde el copioso
desayuno no había vuelto a probar alimento; así que se vistió a toda prisa y
salió decidido a buscar un lugar donde cenar.
Callejeó por las empinadas calles disfrutando de la agradable temperatura
hasta dar con un colorido y alegre local con sugerentes aromas. “Carnitas Nia
Lola”, una antigua herrería reconvertida en restaurante, parecía el local más
concurrido de todo Copán Ruinas. Así que Norte se animó y pidió una mesa pensando en que la soledad,
con demasiada frecuencia, se vuelve cruel.
̶ Una “Imperial” y unas fajitas de
res a la fragua con guacamole, chile dulce y cebolla, por favor –solicitó Norte
a la simpática camarera después de ojear la carta.
Mientras esperaba, observó a la clientela con cierto interés. Una
variopinta mezcolanza de turistas y lugareños, charlaba animadamente,
intentando hacerse oír por encima de la música folclórica que sonaba en el
local. Las meseras servían las bebidas y los platillos no solo portándolos con
sus manos sino también, en precario equilibrio, sobre sus cabezas en un intento
de causar sensación entre los turistas.
Mientras saboreaba la refrescante cerveza, Norte se fijó en una de las
mesas situada justo a su izquierda, en una esquina del local. La única que,
como la de él, estaba ocupaba por una sola persona. En ella, una joven de
rasgos centroamericanos con una larga melena de color negro azabache, observaba
con detenimiento un plano desplegado sobre la mesa.
̶
¿Preparando la ruta de mañana? –se atrevió a preguntar Norte, deseoso de
un poco de conversación durante la cena.
Un poco sorprendida la mujer levantó la vista de los papeles y durante unos
instantes se mantuvo en silencio, como evaluando la respuesta que debía dar.
Finalmente, en su rostro se dibujó una hermosa sonrisa antes de contestarle.
̶ Oh no. Estoy aquí por trabajo, no
por turismo.
̶ Disculpe, no quería importunarla.
̶ No importa, simplemente estaba
repasando unas cosas y ya había acabado. Me tomaba una cerveza antes de
comenzar a cenar pero no tengo muchas ganas y ya pensaba irme.
̶ Mi nombre es Norte. ¿Le apetece
tomarse una cerveza y compartir mi cena? Yo tampoco tengo mucho apetito y creo
que lo que pedí bastará para los dos.
.̶ ¿Norte?, ¿qué nombre es ese?
–preguntó por fin, tras un prolongado silencio, quizás intrigada por el origen
de su interlocutor.
– Disculpe de nuevo –sonrió ofreciéndole una de las sillas vacías de su
mesa– soy español y, en efecto, ese nombre no aparece en el santoral, al menos
que yo conozca. En realidad es un seudónimo, un alias que utilizo desde hace
tiempo, tanto que realmente ya me olvidé de cómo lo adopté. ¿Y usted?, ¿cómo se
llama?
̶ ¡Ah! Perdón, mi nombre es Rosa
Lila, Rosa Lila Medrano y soy hondureña
̶ le contestó al tiempo que recogía sus papeles y se cambiaba de mesa.
̶ ¿Rosa Lila?, ¿cómo el templo?
̶ Sí, en realidad es una vieja
historia ̶ sonrió ̶ . Soy arqueóloga y
mi padre fue contratado como tantos otros hondureños para trabajar en las
excavaciones de Don Ricardo Agurcia aquí en Copán. Cuando descubrieron el templo, mi padre fue uno de los afortunados
que trabajaron en su interior. Eso le causó tanta impresión que cuando, a los
pocos meses, nací decidió ponerme el nombre del templo y más tarde, ¡ya ve!, no
pude inhibirme a la “maldición familiar” y estudié arqueología. Ahora mismo
trabajo para el Instituto Hondureño de
Antropología e Historia.
̶ ¿Qué casualidad?, hoy mismo estuve
visitando Copán y mañana tengo pensado volver para visitar el Templo de Rosalila. Vine ex
profeso desde Guatemala para conocerlo ̶
aclaró sorprendido mientras pedía a las meseras dos cervezas bien frías ̶
. ¿No me dirá que trabaja en el templo?
̶ No, ¡ya sería mucha casualidad! Ahora mismo estoy trabajando en la
Pirámide de los Jeroglíficos. Precisamente estaba repasando unos
datos antes de acostarme.
̶ Sí, hoy mismo estuve disfrutando
de esa escalera mágica. ¿Es posible que estuvieses allí?
̶ Pues claro. Soy la única mujer del
equipo y ahora mismo estoy yo sola. Mis compañeros se fueron a Tegus hoy por la
tarde y volverán en un par de días, así que podré descansar un poco.
̶ ¿O sea que estás estudiando los
glifos de la escalera?... ¿qué dicen?
̶ En realidad es un poco aburrido ̶
aclaró Rosa Lila ̶ . Cuentan la historia de diversos reyes de Copán y lo hacen
por medio de un sistema que, con símbolos, representan palabras completas y
sílabas.
̶ ¿Y el templo de Rosalila? ̶ preguntó de nuevo Norte mientras le servía
una fajita de carne de res ̶ , ¿es tan hermoso como dicen? ¿Sabes?, acostumbro
a no documentarme demasiado sobre los sitios a los que voy, especialmente en lo
relativo a cuestiones gráficas. No quiero perderme ese momento sorprendente de
ver las cosas por primera vez.
̶ Rosalila, es uno de los edificios enterrados, o mejor
dicho “entumbados”, del templo 16, el más alto de la acrópolis. Como ya te dije
mi padre estuvo desescombrando cuando Don Ricardo Agurcia descubrió el santuario
casi intacto. Su principal característica es que conserva la decoración
original de estuco pintado. De hecho se mantiene así porque cuando Rosalila fue
sepultada se hizo con tanto cuidado que fue como si pusiesen un sombrero de
talla más grande sobre otro más pequeño.
̶ Mejor no me cuentes más. ¿Qué te
parece si mañana me haces de guía? ̶
propuso sonriente a la vez que pedía un par de copas de Guaro ̶ al fin y al cabo mañana no tienes trabajo.
̶ ¿Sabes que decía Gabriel García
Márquez sobre el aguardiente? ̶ continuó
Norte a modo de brindis, tan pronto pusieron la bebida sobre la mesa ̶ : “De las
cosas que ha inventado la gente; ninguna, señores, como el aguardiente. Que es
pura agua y brilla; con su sabor te abriga y con su aliento te da socorro..."
…
̶ ¿Y tú crees que un europeo podrá
ver un alux? ̶ preguntó Norte con voz
pastosa, visiblemente afectado por el aguardiente.
̶ ¡Pues claro!, incluso hay
referencias de algún gringo que logró verlos
̶ respondió con chanza mientras se reía escandalosamente ̶ . En todo caso te advierto que solo se pueden
ver durante la noche.
Para su sorpresa, Rosa Lila resultó ser una bebedora experimentada que
sobrellevó con una normalidad pasmosa la media botella de Guaro que le había
correspondido durante la larga sobremesa de la cena.
Cuando una amable camarera les invitó con cortesía a abandonar el
restaurante, se percataron que solo ellos permanecían en el comedor y que, por el aspecto de las mesas
restantes, ya debía hacer un buen rato que todos los demás clientes se habían
marchado. Así que Norte se apresuró a pagar, sin olvidarse de dejar una generosa
propina y, entre risas, salieron al frescor de la noche.
̶ Los aluxes son algo parecido a
vuestros duendes. Tienen un cuerpo infantil pero con detalles y aspecto de
personas adultas y se dedican a hacerle travesuras a aquellos que desobedecen a
los dioses pero, especialmente protegen y cuidan las propiedades y cultivos de
sus creadores y si sorprenden a alguien robando en los huertos, les apalean y
vuelven a pegar los frutos de donde los tomaron.
̶ Pero ¿qué aspecto tienen? ̶ preguntó cada vez más interesado.
̶
En realidad son pequeñas figurillas amasadas con barro virgen y
compuestos a partir de elementos elaborados durante varios viernes. Los
animales del bosque les proporcionan lo mejor de sí –prosiguió Rosa Lila ̶
. Así, por ejemplo, las lagartijas les
dan sus patas para andar sigilosamente, las lechuzas sus ojos para ver en la
oscuridad, los monos sus brazos para trepar a los árboles y su corazón es una
mezcla del de paloma y el jaguar para conjugar ternura y valor.
̶
Pues yo no quiero irme sin ver uno de esos seres ̶ afirmó rotundo, haciéndole un guiño ̶
. Así que no vas a tener más remedio que
acompañarme e iniciarme en los misterios de la cultura maya.
̶ Está bien ̶ contestó por fin Rosa Lila, tras valorarlo
durante unos instantes ̶ . Conozco un
lugar, no muy lejos de aquí en donde dicen que por las noches se pueden ver. Se
trata de un antiguo silo de trigo excavado en la piedra que está fuera del
sitio arqueológico. Solo necesitamos unos cigarrillos y un poco de maíz para la
ofrenda, una linterna y alguien que nos acerque hasta allí.
̶ Eso no es problema. Deja que hable
con el recepcionista del hotel dónde me hospedo. Seguro que él es capaz de
solucionarlo.
Apenas veinte minutos después viajaban dando tumbos en el asiento trasero
del Tuc Tuc que los acercó en unos minutos hasta una zona boscosa cercana y,
tras pactar con el conductor que volviera a buscarlos al amanecer, tomaron un
pequeño sendero que Rosa Lila iluminó con la potente linterna que le habían
prestado.
Si el bosque hondureño durante el día parecía misterioso y exuberante,
durante la noche su aspecto se volvía enigmático, impenetrable y, sobre todo,
peligroso. La negrura más absoluta más allá del haz de luz de la linterna y los
ruidos lejanos de los monos aulladores, con sus chillidos guturales y
desgarradores contribuyeron todavía más a esa sensación, tanto que
instintivamente Rosa Lila y Norte se tomaran de la cintura intentando aminorar
la sensación de aislamiento y temor que ambos comenzaban a sentir y que eliminó
de un plumazo los últimos vestigios de alcohol que les pudieran quedar.
Tras una corta caminata Rosa Lila enfocó por fin un pequeño agujero
circular abierto en el suelo, en un pequeño claro abierto en la espesa
vegetación. En el interior un recinto de unos tres o cuatro metros cúbicos,
excavado en la roca.
̶ ¡Este es! ̶ confirmó por fin, dando un pequeño suspiro
de alivio ̶ , por un momento pensé que no lo encontraría. Como puedes ver se
trata de un pequeño silo para almacenar alimentos. Ahora solo tendremos que
depositar las ofrendas y esperar en silencio, por ejemplo ahí ̶ dijo iluminando con la linterna las raíces
de una gran ceiba que crecía a escasos metros.
Buscaron acomodo abrazados bajo la protección de las enormes costillas que
apuntalaban el impresionante ejemplar de ceiba y se dispusieron a esperar,
atentos a cualquier señal que les indicara que un algún alux merodeaba por las
inmediaciones.
De pronto un ruido lo sobresaltó, despertándolo del profundo sueño en el
que se había sumido. Tras unos instantes de vacilación, Norte recordó la cena,
la arqueóloga hondureña, la botella de Guaro y la estúpida idea de intentar ver
a un pequeño duende maya. A su lado, bajo la manta que los cubría de la humedad
de la noche, sintió la rítmica respiración de Rosa Lila durmiendo profundamente
sobre su pecho. La besó dulcemente y se dispuso a dormir un rato más, sin
embargo, el rumor de unos pasitos, carreras y saltos destacó claramente en el
silencio de la noche, muy cerca de donde ellos se encontraban y Norte sonrió y
cerró los ojos. Pronto amanecería y, con la luz del día, el mito maya de los
aluxes se transformaría nuevamente en una leyenda.
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