A medida que el sol se precipitaba tras el horizonte y la luz disminuía,
Norte aceleró el paso. Apenas quedaban unos minutos para el ocaso y no quería
perderse uno de los mejores momentos del día; eses instantes de total armonía
con la naturaleza en los que nos invade esa maravillosa sensación de paz
interior.
Caminaba sobre una mullida alfombra de acículas en un frondoso bosque de
pino canario del Parque Natural de Tamadaba, en el municipio grancanario de
Agaete. A más de 1.000 metros de altura, sobre el mar de nubes que tapizaba el
horizonte, sintió un cúmulo de sensaciones que todavía se mantienen en su
recuerdo: el silencio, solo interrumpido por el ligero crujir de las acículas
secas bajo sus botas; la suave brisa que removía las ramas de los árboles y acentuaba el aroma
acre e intenso de los pinos; y el color,... ese color cálido y aterciopelado del
horizonte al atardecer, una explosión de rojos, anaranjados y rosados.
Unos instantes antes de que el sol se desvaneciera en las sombras de la
noche, trepó hasta un roquedo que colgaba del acantilado y, desde ese balcón de
privilegio, Norte pudo disfrutar de la silueta majestuosa del Teide, en la isla
de Tenerife recortada sobre el horizonte, como flotando sobre un mar de nubes.
Era uno de los espectáculos más bellos de la naturaleza. Era,... como tocar el cielo al atardecer.
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