domingo, 15 de junio de 2014

Rosalila (III) ... y final



̶  ¿Y tú crees que un europeo podrá ver un alux?  ̶ preguntó Norte con voz pastosa, visiblemente afectado por el aguardiente.

̶  ¡Pues claro!, incluso hay referencias de algún gringo que logró verlos   ̶ respondió con chanza mientras se reía escandalosamente ̶  . En todo caso te advierto que solo se pueden ver durante la noche.

Sorprendentemente Rosa Lila resultó ser una bebedora experimentada que sobrellevó con una normalidad pasmosa la media botella de Guaro que le había correspondido durante la larga sobremesa de la cena.

Cuando una amable camarera les invitó con cortesía a abandonar el restaurante, se percataron que solo ellos permanecían en el  comedor y que, por el aspecto de las mesas restantes, ya debía hacer un buen rato que todos los demás clientes se habían marchado. Así que Norte se apresuró a pagar, sin olvidarse de dejar una generosa propina y, entre risas, salieron al frescor de la noche.

̶  Los aluxes son algo parecido a vuestros duendes. Tienen un cuerpo infantil pero con detalles y aspecto de personas adultas y se dedican a hacerle travesuras a aquellos que desobedecen a los dioses pero, especialmente protegen y cuidan las propiedades y cultivos de sus creadores y si sorprenden a alguien robando en los huertos, les apalean y vuelven a pegar los frutos de donde los tomaron.

̶  Pero ¿qué aspecto tienen?   ̶ preguntó cada vez más interesado.



̶  En realidad son pequeñas figurillas amasadas con barro virgen y compuestos a partir de elementos elaborados durante varios viernes. Los animales del bosque les proporcionan lo mejor de sí –prosiguió Rosa Lila ̶ .  Así, por ejemplo, las lagartijas les dan sus patas para andar sigilosamente, las lechuzas sus ojos para ver en la oscuridad, los monos sus brazos para trepar a los árboles y su corazón es una mezcla del de paloma y el jaguar para conjugar ternura y valor.

 ̶  Pues yo no quiero irme sin ver uno de esos seres  ̶ afirmó rotundo, haciéndole un guiño ̶ .  Así que no vas a tener más remedio que acompañarme e iniciarme en los misterios de la cultura maya.

̶  Está bien  ̶ contestó por fin Rosa Lila, tras valorarlo durante unos instantes ̶ .  Conozco un lugar, no muy lejos de aquí en donde dicen que por las noches se pueden ver. Se trata de un antiguo silo de trigo excavado en la piedra que está fuera del sitio arqueológico. Solo necesitamos unos cigarrillos y un poco de maíz para la ofrenda, una linterna y alguien que nos acerque hasta allí.

̶  Eso no es problema. Deja que hable con el recepcionista del hotel dónde me hospedo. Seguro que él es capaz de solucionarlo.

Apenas veinte minutos después viajaban dando tumbos en el asiento trasero del Tuc Tuc que los acercó en unos minutos hasta una zona boscosa cercana y, tras pactar con el conductor que volviera a buscarlos al amanecer, tomaron un pequeño sendero que Rosa Lila iluminó con la potente linterna que le habían prestado.

Si el bosque hondureño durante el día parecía misterioso y exuberante, durante la noche su aspecto se volvía enigmático, impenetrable y, sobre todo, peligroso. La negrura más absoluta más allá del haz de luz de la linterna y los ruidos lejanos de los monos aulladores, con sus chillidos guturales y desgarradores contribuyeron todavía más a esa sensación, tanto que instintivamente Rosa Lila y Norte se tomaran de la cintura intentando aminorar la sensación de aislamiento y temor que ambos comenzaban a sentir y que eliminó de un plumazo los últimos vestigios de alcohol que les pudieran quedar.

Tras una corta caminata Rosa Lila enfocó por fin un pequeño agujero circular abierto en el suelo, en un pequeño claro abierto en la espesa vegetación. En el interior un recinto de unos tres o cuatro metros cúbicos, excavado en la roca.



̶  ¡Este es!  ̶ confirmó por fin, dando un pequeño suspiro de alivio ̶ , por un momento pensé que no lo encontraría. Como puedes ver se trata de un pequeño silo para almacenar alimentos. Ahora solo tendremos que depositar las ofrendas y esperar en silencio, por ejemplo ahí   ̶ dijo iluminando con la linterna las raíces de una gran ceiba que crecía a escasos metros.

Buscaron acomodo abrazados bajo la protección de las enormes costillas que apuntalaban el impresionante ejemplar de ceiba y se dispusieron a esperar, atentos a cualquier señal que les indicara que un algún alux merodeaba por las inmediaciones.

De pronto un ruido lo sobresaltó, despertándolo del profundo sueño en el que se había sumido. Tras unos instantes de vacilación, Norte recordó la cena, la arqueóloga hondureña, la botella de Guaro y la estúpida idea de intentar ver a un pequeño duende maya. A su lado, bajo la manta que los cubría de la humedad de la noche, sintió la rítmica respiración de Rosa Lila durmiendo profundamente sobre su pecho. La besó dulcemente y se dispuso a dormir un rato más, sin embargo, el rumor de unos pasitos, carreras  y saltos destacó claramente en el silencio de la noche, muy cerca de donde ellos se encontraban y Norte sonrió y cerró los ojos. Pronto amanecería y, con la luz del día, el mito maya de los aluxes se transformaría nuevamente en una leyenda.  

domingo, 8 de junio de 2014

Rosalila (II)


La sensación de frescor apenas duró. En cuanto se secó, en tan solo un par de minutos, un bochorno insoportable volvió a hacer que su piel volviera a transpirar copiosamente. Salió rápido del baño buscando el frescor que a intervalos producía un enorme ventilador situado en el techo y repentinamente se encontró mejor, tumbado en la cama bajo aquel bendito invento que le devolvía a la vida a cada giro de sus aspas. Lentamente cerró los ojos y se adormeció.

Un poco aturdido, como si le costase salir del profundo sueño en el que se había sumido, Norte fue recuperando la consciencia y recordó el larguísimo viaje desde Guatemala, su visita a Copán y su regreso a la habitación del albergue donde se alojaba. Del exterior, la luz mortecina procedente de un farol situado casi enfrente a su ventana, apenas conseguía romper la negrura de la noche y el ruido procedente de conversaciones de pequeños grupos de personas le indicaban que el frescor de la noche había logrado proporcionar un pequeño alivio a las altas temperaturas que habían sufrido durante el día.

De pronto, un sordo ruido abdominal le recordó que, desde el copioso desayuno que se había tomado en compañía de Quintanilla,  no había vuelto a probar alimento, así que se vistió a toda prisa y salió decidido a buscar un lugar donde cenar.

Callejeó por las empinadas calles disfrutando de la agradable temperatura hasta dar con un colorido y alegre local con sugerentes aromas. “Carnitas Nia Lola”, una antigua herrería reconvertida en restaurante, parecía el local más concurrido de todo Copán Ruinas. Así que Norte se animó  y pidió una mesa pensando en que la soledad, con demasiada frecuencia, se vuelve cruel.

̶  Una “Imperial” y unas fajitas de res a la fragua con guacamole, chile dulce y cebolla, por favor –solicitó Norte a la simpática camarera después de ojear la carta.

Observó a la clientela con cierto interés. Una variopinta mezcolanza de turistas y lugareños, charlaba animadamente, intentando hacerse oír por encima de la música folclórica que sonaba en el local. Las meseras servían las bebidas y los platillos no solo portándolos con sus manos sino también, en precario equilibrio, sobre sus cabezas en un intento de causar sensación entre los turistas.

Mientras saboreaba la refrescante cerveza, Norte se fijó en una de las mesas situada justo a su izquierda, en una esquina del local. La única que, como la de él, estaba ocupaba por una sola persona. En ella, una joven de rasgos centroamericanos con una larga melena de color negro azabache, observaba con detenimiento un plano desplegado sobre la mesa.

 ̶  ¿Preparando la ruta de mañana? –se atrevió a preguntar Norte, deseoso de un poco de conversación durante la cena.

Un poco sorprendida la mujer levantó la vista de los papeles y durante unos instantes se mantuvo en silencio, como evaluando la respuesta que debía dar. Finalmente, en su rostro se dibujó una hermosa sonrisa antes de contestarle.

̶  Oh no. Estoy aquí por trabajo, no por turismo.

̶  Disculpe, no quería importunarla.

̶  No importa, simplemente estaba repasando unas cosas y ya había acabado. Me tomaba una cerveza antes de comenzar a cenar pero no tengo muchas ganas y ya pensaba irme.

̶  Mi nombre es Norte. ¿Le apetece tomarse una cerveza y compartir mi cena? Yo tampoco tengo mucho apetito y creo que lo que pedí bastará para los dos.

.̶  ¿Norte?, ¿qué nombre es ese? –preguntó por fin, tras un prolongado silencio, quizás intrigada por el origen de su interlocutor.

– Disculpe de nuevo –sonrió ofreciéndole una de las sillas vacías de su mesa– soy español y, en efecto, ese nombre no aparece en el santoral, al menos que yo conozca. En realidad es un seudónimo, un alias que utilizo desde hace tiempo, tanto que realmente ya me olvidé de cómo lo adopté. ¿Y usted?, ¿cómo se llama?

̶  ¡Ah! Perdón, mi nombre es Rosa Lila, Rosa Lila Medrano y soy hondureña  ̶ le contestó al tiempo que recogía sus papeles y se cambiaba de mesa.

̶  ¿Rosa Lila?, ¿cómo el templo?



̶  Sí, en realidad es una vieja historia  ̶ sonrió ̶ . Soy arqueóloga y mi padre fue contratado como tantos otros hondureños para trabajar en las excavaciones de Ricardo Agurcia aquí en Copán. Cuando descubrieron el  templo, mi padre fue uno de los afortunados que trabajaron en su interior. Eso le causó tanta impresión que cuando, a los pocos meses, nací decidió ponerme el nombre del templo y más tarde, ¡ya ve!, no pude inhibirme a la “maldición familiar” y estudié arqueología. Ahora mismo trabajo para el  Instituto Hondureño de Antropología e Historia.



̶  ¿Qué casualidad?, hoy mismo estuve visitando Copán y mañana tengo pensado volver para  visitar el Templo de Rosalila. Vine ex profeso desde Guatemala para conocerlo  ̶ aclaró sorprendido mientras pedía a las meseras dos cervezas bien frías ̶ .  ¿No me dirá que trabaja en el templo?



̶ No, ¡ya sería mucha casualidad! Ahora mismo estoy trabajando en la Pirámide de los Jeroglíficos. Precisamente ahora mismo estaba repasando unos datos antes de acostarme.

̶  Sí, hoy mismo estuve disfrutando de esa escalera mágica. ¿Es posible que estuvieses allí?

̶  Pues claro. Soy la única mujer del equipo y ahora mismo estoy yo sola. Mis compañeros se fueron a Tegus hoy por la tarde y volverán en un par de días, así que podré descansar un poco.

̶  ¿O sea que estás estudiando los glifos de la escalera?... ¿qué dicen?

̶  En realidad es un poco aburrido ̶ aclaró Rosa Lila ̶ . Cuentan la historia de diversos reyes de Copán y lo hacen por medio de un sistema que, con símbolos, representan palabras completas y sílabas.

̶  ¿Y el templo de Rosalila?  ̶ preguntó de nuevo Norte mientras le servía una fajita de carne de res ̶ , ¿es tan hermoso como dicen?. ¿Sabes?, acostumbro a no documentarme demasiado sobre los sitios a los que voy, especialmente en lo relativo a cuestiones gráficas. No quiero perderme ese momento sorprendente de ver las cosas por primera vez.



̶  Rosalila,  es uno de los edificios enterrados, o mejor dicho “entumbados”, del templo 16, el más alto de la acrópolis. Como ya te dije mi padre estuvo desescombrando cuando Ricardo Agurcia descubrió el santuario casi intacto. Su principal característica es que conserva la decoración original de estuco pintado. De hecho se mantiene así porque cuando Rosalila fue sepultada se hizo con tanto cuidado que fue como si pusiesen un sombrero de talla más grande sobre otro más pequeño.

̶  Mejor no me cuentes más. ¿Qué te parece si mañana me haces de guía?  ̶ propuso sonriente a la vez que pedía un par de copas de Guaro  ̶ al fin y al cabo mañana no tienes trabajo.

̶  ¿Sabes que decía Gabriel García Márquez sobre el aguardiente?  ̶ continuó Norte a modo de brindis, tan pronto pusieron la bebida sobre la mesa ̶ :  “De las cosas que ha inventado la gente; ninguna, señores, como el aguardiente. Que es pura agua y brilla; con su sabor te abriga y con su aliento te da socorro. Por eso antes de leer este artículo, dese un pequeño respiro para con calma tomarse un chorro”.

sábado, 24 de mayo de 2014

Rosalila (I)


El brusco frenazo de la desvencijada furgoneta lo despertó del profundo sueño en el que se  había sumido. El calor agobiante y el traqueteo por las infernales carreteras de la geografía guatemalteca, en las que los baches se parecían excesivamente a pequeños cráteres volcánicos, habían logrado lo imposible. Sobresaltado y un poco confundido, se incorporó en su asiento y, tras unos segundos de vacilación, Norte recordó que se encontraba en ruta de La Antigua, en Guatemala, a Copán, en Honduras. Sonrió al pensar en los más de 300 Km que separaban ambas poblaciones y comprobó en su reloj que estaban a punto de cumplirse 5 horas de viaje.


A su lado, el joven canadiense seguía durmiendo placenteramente en una postura imposible y Norte envidió una más de las muchas prerrogativas de la juventud, esa que te permite dormir, y además descansar, aunque sea sobre una piedra. Miró hacia el asiento trasero y la pareja de norteamericanos que completaban el exiguo pasaje le devolvieron una risita de compromiso, nerviosos quizás por el pequeño destacamento de soldados fuertemente armados y mirada desconfiada,  que intentaban poner un poco de orden e el atestado puesto fronterizo.

Enormes camiones Mack con pesados cargamentos, infinidad de pequeñas furgonetas  atestadas de turistas ávidos de aventuras, destartalados y coloridos autobuses con tantos animales domésticos en su interior como pasajeros, y un sin fin de camionetas pick up  repletas de familias y enseres domésticos, hacían cola pacientemente para cruzar la frontera a Honduras.

̶  Denme los pasaportes por favor –indicó de pronto Quintanilla, el conductor  del vehículo; un amable y simpático salvadoreño afincado en Guatemala que pronto hizo buenas migas con Norte, especialmente desde que este le invitó al generoso desayuno que se tomaron durante la ruta.

Despertó de un pequeño codazo al joven compañero de viaje y le indicó que fuese preparando su pasaporte. Campbell era uno de los cientos de jóvenes mochileros que recorrían Centroamérica con la excusa de aprender el español, en ese intervalo de tiempo que transcurre entre su graduación y el comienzo de sus estudios superiores. Durante los primeros 50 Km del viaje resumió a Norte su vida hasta que, poco a poco, fue dejándose vencer por el cansancio hasta sumirse en un profundo sueño.

El precio del viaje ya incluía las tasas correspondientes al cruce de la frontera así que Quintanilla, conocedor de los contactos necesarios para evitar a los turistas las molestias de unos soldados deseosos de complementar su salario, se acercó al oficial y, tras una corta conversación y un aún más breve intercambio de papeles, volvió al coche con una sonrisa en su rostro.

̶  ¡Arreglado!, continuamos camino –dijo haciéndoles un guiño a los pasajeros a la vez que le devolvía los pasaportes.

Un rosario de puestos en los que se ofrecía todo tipo de comida jalonaban la carretera. De pronto, Norte lamentó no disponer de un poco de tiempo para probar una de aquellas delicias, en especial las baleadas, un taco con tortilla de harina con frijoles, yuca y papa.

Ahora que el sol se encontraba bien alto, pudo disfrutar de una ruta que serpenteaba por un paisaje montañoso, rodeada de una vegetación exuberante y de un verde rabioso que quitaba el sentido. Cuadrillas de muchachos con el torso al sol y cubiertos con el inefable sombrero de palma, intentaban tapar los baches paleando tierra de los campos vecinos por unas pocas lempiras de los agradecidos conductores, felices de haber llegado hasta allí sin haberse precipitado en una de aquellas simas insondables.


Si la carretera de Guatemala había sido desastrosa, los últimos 15 Km que separaban la frontera del destino final se convirtieron en un verdadero infierno. Por fin, tras un corto callejeo, el vehículo se detuvo y Quintanilla apagó el motor. Durante unos instantes nadie dijo una palabra, como queriendo disfrutar de un apacible silencio solo interrumpido por misteriosos y esporádicos ruidos del motor.

El destino era Copán Ruinas, una pequeña población  de calles empedradas, casas post-coloniales, museos de arqueología maya, hoteles, hospedajes, locutorios y tiendas de artesanía, construida a escasa distancia del lugar arqueológico de Copán.

Tardó apenas unos minutos en registrarse en un sencillo albergue que le habían reservado, así que, tras comprobar que todavía eran las 11 de la mañana, dejó su mochila en la habitación y salió dispuesto a disfrutar de una de las grandes ciudades mayas: Copán.

Un vertiginoso Tuc Tuc que contrató nada más salir de su alojamiento, cubrió en poco tiempo la distancia que lo separaba del sitio arqueológico.  ¡Por fin había llegado!, y a primera vista a Norte le agradó lo que se encontró, especialmente el escaso número de turistas, muy lejos de las multitudes que se había encontrado en otras ciudades mayas de la región centroamericana.

Sin un plan predeterminado, se dispuso a disfrutar de unos restos arqueológicos únicos, cuyo principal atractivo estaba en la Pirámide de los Jeroglíficos. Aun así dominó su curiosidad y decidió dejarse llevar por su intuición y descubrirla poco a poco, dejando que la sorpresa fuese el elemento principal de su visita.

En la era de la comunicación global por medio de la red, es difícil llegar a un lugar desconocido del cual no hayas visto con anterioridad fotos o vídeos. Esa circunstancia hace perder al viajero la sorpresa, uno de los factores más valiosos para Norte.

A pesar de la fuerza del sol a esa hora y el agobiante calor, se dirigió hacia La Gran Plaza, una gran extensión famosa por las estelas y los altares que se encuentran en ella. Se imaginó la determinación de aquella gente para levantar todo aquello con herramientas muy básicas y se sorprendió de la riqueza estética de las estelas profusamente labradas, muchas de ellas con enigmáticos glifos. 


Se refugió bajo la sombra de una enorme ceiba y de inmediato dejó de sentir la fuerza del sol implacable sobre su piel. Para los mayas este árbol era símbolo de bondad, belleza, unión y vida. Sus ramas unían todos los niveles del universo desde el inframundo hasta el cielo y en cierta medida él se sintió reconfortado también espiritualmente bajo su denso follaje.

Al fondo, Norte divisó una enorme lona blanca que cubría una gran estructura. Bajó ella, una gran escalinata que enseguida relacionó con la Pirámide de los Jeroglíficos, así que tras descansar unos instantes se dirigió hacia allí. Antes un campo de pelota maya con sus marcadores en forma de cabeza de guacamayo llamó su atención. Era un juego sagrado que se realizaba durante los rituales agrarios pero  también tenía un significado religioso y astronómico.


Finalmente, llegó a la archiconocida Pirámide de los Jeroglíficos con casi 30 metros de altura. En su escalinata principal, la inscripción pétrea con más de 2.500 glifos en los 62 peldaños  cuentan historias relacionadas a sus antiguos gobernantes, especialmente el décimo quinto, Humo-Caracol.



En ella un grupo de personas se afanaba tomando notas de los glifos de la escalinata. Se trataba de arqueólogos que  estaban trabajando en el descifrado de los jeroglíficos. Norte se encontraba ciertamente impresionado. A pesar de conocer muchas de las ciudades mayas, ver aquellas inscripciones, su belleza y la determinación para conocer su significado lo fascinó.

Durante un buen rato se mantuvo inmóvil, bajo la sombra del enorme toldo, en el más absoluto de los silencios, observando como aquellas personas tomaban pacientemente anotaciones sobre los glifos.  


Finalmente consultó la hora y decidió volver al lugar dónde había convenido con el conductor del Tuc Tuc. Estaba agotado por el madrugón y, al día siguiente, tendría oportunidad para completar su visita. 

Continuará...

sábado, 10 de mayo de 2014

Rock y rosas (II)… y final


Con media hora de retraso, salieron precipitadamente de su habitación hacia la puerta del hotel donde ya hacía un buen rato que un taxi los esperaba. Francesca había logrado superar la prueba con nota. Como si de la chistera de un mago se tratara, de su maleta comenzaron a salir las prendas y los complementos que dieron como resultado una mujer fantástica.

̶  La Chiesa di San Rocco all'Augusteo in Largo San Rocco, per favore.

Norte sonrió al percatarse de la mirada que, a través del espejo retrovisor, el joven taxista  dedicó a Francesca. De pronto un sentimiento insólito y desconocido asomó en él. Una mezcla de algo parecido a los celos y, a la vez, de halago por la muestra de admiración/deseo hacia su acompañante. Sorprendido por esa inédita sensación, se acercó más a ella hasta sentir sus rizos en su rostro y aspirar ese aroma que disolvía literalmente  su médula; tanto que no pudo resistir el deseo de acariciar sus muslos y sentir la calidez de su piel a través de la seda del vestido.

El vehículo recorrió a buen ritmo las estrechas y atestadas calles del centro de Roma hasta alcanzar Lungotevere, la vía que acompaña al río Tíber en buena parte de su recorrido por la capital romana y apenas quince minutos más tarde se encontraban estacionados frente a la iglesia de San Rocco, a escasos metros de su destino final.



̶  ¿Me dirás por fin a dónde vamos? ̶  preguntó sorprendida Francesca al bajar del taxi mientras se ponía sus gafas de sol.

̶  Un poco de paciencia ̶  sonrió irónico mientras buscaba un número en la agenda de su teléfono.

Tras una corta conversación telefónica, en la que Norte apenas intercambió un par de  monosílabos con su interlocutor, la tomó de la cintura y se dirigieron caminando hacia el Ara Pacis Augustae, situado a un centenar de metros más adelante.

̶  ¿Y eso? ̶  preguntó ella en referencia a un enorme cubo de color rojo que se levantaba justo al lado de la entrada del monumento y en torno al cual había un pequeño revuelo de gente.

̶  Un poco de paciencia  ̶ le contestó sonriendo a la vez que no perdía de vista la puerta de entrada.

Por fin, tras apenas un minuto de espera, Norte encontró a quién buscaba.

̶  Ciao Marcelo. Come va?

̶  Bène, gràzie, e tu? come stai?

̶  Bien, muy bien. Te presento a Francesca. Francesca, este es Marcelo, un buen amigo.

De inmediato, tras un breve saludo, los condujo al interior del edificio de líneas minimalistas diseñado por Richard Meier para acoger el monumento y protegerlo de la contaminación que lo estaba dañando.

Un numeroso y ocupado equipo de personas estaba dando los últimos toques a una espectacular puesta en escena. En el centro el Ara Pacis y rodeándolo, a diferentes alturas, numerosos grupos de maniquíes con trajes de fiesta rojos y blancos.



̶  Mamma mia!, pero… ¿qué pasa hoy aquí?  ̶ Francesca se sacó las gafas de sol entusiasmada.

̶  Es parte de la sorpresa, pero creo que todavía tenemos un rato. Es en realidad la materialización del testamento espiritual del emperador Augusto - le aclaró Norte, a quién la serenidad del monumento siempre lo había fascinado-. Ven, acércate  ̶  y tomándola de la mano se dirigieron a uno de los laterales del altar.

La luz del atardecer incidía sobre el mármol de Carrara destacando todavía más la decoración escultórica que recubre el edificio.



̶  Fíjate en este cuadro procesional, el flaminius lictor, con la cabeza cubierta y el hacha sagrada sobre la espalda, después Agripa seguido por el pequeño Cayo César, Julia la Mayor, Tiberio, … esculpidos en diferentes planos.



Un pequeño revuelo les anunció que algo estaba a punto de suceder. Marcelo se acercó a ellos con un paquete en sus manos.

̶  Valentino está a punto de llegar, hoy presenta su nueva fragancia: “Rock`n`RoseCouture” ̶  les aclaró, entregándole a Francesca el pequeño paquete elegantemente envuelto en un brillante papel de color rojo intenso ̶ . Mi jefe quiere que seas una de las primeras mujeres en tenerlo.

Y en ese momento, una mezcla de aroma de grosella, bergamota, rosas, gardenias y azahar inundó el ambiente. Los aplausos arreciaron cuando, iluminados por los flashes de las cámaras, Valentino rodeado de un grupo de bellas mujeres hizo entrada en la sala.

sábado, 3 de mayo de 2014

Rock y rosas (I)


La brisa matinal mecía suavemente las cortinas de la estancia. Tras ellas, un diminuto jardín amortiguaba el ruido producido por el anárquico tráfico de la ciudad, contribuyendo todavía más a proporcionar esa atmósfera de tranquilidad que lo envolvía todo, especialmente ahora que los huéspedes del hotel habían partido a explorar la ciudad y en la estancia ya no quedaba nadie más.

Saboreó con deleite su segundo espresso mientras ojeaba Il Messaggero y sonrió al comprobar que las noticias con las que desayunaban los romanos apenas habían cambiado desde los tiempos en los que él había vivido en aquella ciudad. Como de costumbre, un confuso conjunto de noticias de ámbito internacional, relacionadas con la política, la economía y el deporte se entremezclaban, aderezadas con noticias locales del más amplio espectro. Entre ellas una reseña que de inmediato llamó su atención:

Valentino tra Ara Pacis e Tempio di Venere Veltroni:
«Gli dedicheremo un museo a S.Teodoro»

Norte leyó con avidez la crónica de la celebración de la exposición “Valentino en Roma: 45 Años de Estilo”, que se había celebrado el día anterior en uno de los monumentos, para él, más fascinantes de la Roma Imperial: el Ara Pacis Augustae. Al parecer el famoso diseñador de moda había estado arropado por el mismísimo alcalde Walter Veltroni y su esposa, además de una pléyade de artistas famosos del celuloide e incluso por alguna princesa de la realeza europea, incondicional del papel couché. Además, en apenas unas horas, estaba previsto un nuevo acto.


Si alguien lo hubiese estado observando con detenimiento, habría apreciado como, poco a poco, el rostro de Norte se transformaba y su gesto de interés y concentración en la lectura, se convertía en una sonrisa irónica, apenas imperceptible, mientras buscaba un número en la agenda de su teléfono móvil.

Regresó a su habitación y en la penumbra de la estancia reconoció el cuerpo de Francesca bajo las sábanas. Se acercó despacio para no sobresaltarla y se sentó en el borde de la cama. Desde esa distancia y con la escasa luz que se colaba por las rendijas de la contraventana, la contempló detenidamente. Sus rizos esparcidos sobre la almohada, su acompasada respiración y la serenidad que reflejaba su rostro hicieron que, durante unos instantes, Norte dudase si debía despertarla.

La tarde anterior se habían encontrado en el aeropuerto después de varios meses sin verse. A pesar de intentarlo, no habían conseguido que sus vuelos coincidieran. Ella, procedente de Londres, había tenido que esperar más de dos horas hasta que el avión procedente de Madrid, en el que viajaba Norte, tomase tierra en Fiumicino. Después, el atasco que padecieron en el taxi que los llevó a la ciudad, la cena en un pequeño restaurante cercano al hotel y el regreso precipitado a la habitación con la urgencia de una espera contenida.

̶ ¿Qué miras? –preguntó de pronto ella cubriéndose el rostro, en un intento de aminorar la intensidad de la luz que castigaba sus ojos.

̶  Nada, simplemente estaba contemplándote –le contestó a la vez que apartaba dulcemente los rizos que caían desordenados sobre su frente para besarla.

̶  No me mires, ¡menuda pinta debo tener! –respondió al tiempo que lo rodeaba con sus brazos.

̶  Estás preciosa y si por mí fuera, me metería ahora mismo contigo en cama, pero tengo una sorpresa… y creo que no te la puedo traer aquí  ̶ le aclaró, adoptando ese gesto pícaro que desarmaba a Francesca.

Al momento, como impulsada por un resorte Francesca se incorporó reclamándole un adelanto, una pequeña pista que le permitiese adivinar el plan que le había preparado.

̶  No vas a conseguir nada y te advierto –dijo mirando divertido el reloj ̶  que ya son más de las once de la mañana.

Finalmente, casi a la una de la tarde con un cielo totalmente despejado y una temperatura de más de veinticuatro grados en la ciudad, salieron del hotel, directos a Sant Eustachio, con la esperanza de encontrar un hueco en el diminuto café para que Francesca tomara su primer capucchino del día.



̶ ¿Sabes una cosa?  ̶preguntó Norte socarronamente, tomándola por la cintura, mientras esperaban pacientemente en la entrada del café a que se abriera un hueco por donde acceder hasta la barra ̶ . Si un día me pides en matrimonio te propondré que nos casemos  en la iglesia de Sant'Eustachio.

̶  Pero bueno  ̶ respondió entre enojada y divertida volviendo la vista a la fachada del templo que tenían justo a sus espaldas, al otro lado de la calle ̶  ¿Crees acaso que seré yo quién te lo pida? De eso nada,… además jamás me casaría ahí  ̶ en clara referencia a la cabeza de ciervo con grandes cuernos de los que emerge la Cruz de Cristo que preside el tímpano de la iglesia y que con seguridad era la razón por la cual los romanos no celebran allí las ceremonias de matrimonio.

Deambularon sin rumbo por las calles de Roma, justo como lo habían hecho en tantas ocasiones, buscando el frescor de las zonas menos soleadas hasta llegar a la Piazza della Rotonda. Allí, presidiendo la populosa plaza, se levantaba Il Pantheon y, tras una mirada cómplice en un intento de refugiarse del calor sofocante que estaban padeciendo, se dirigieron a su interior.

̶  ¡Es sobrecogedora! ¡Es mágica!  ̶ exclamó Francesca nada más situarse en el centro, bajo la cúpula ̶ .Todavía no me explico cómo, después de haber estado aquí tantas veces, me sigue atrapando de ese modo.

̶  Es la iluminación que proporciona el óculo central  ̶ le respondió Norte tomándola por la cintura y sintiendo al instante la calidez de su piel a través de la delicada tela de su vestido ̶ . Produce un efecto tranquilizante; creo que es por la luz pero también por la armonía de las proporciones. ¿Sabes?, la mayoría de la gente lo percibe, aún sin saber que el diámetro de la cúpula es igual al de su altura.


̶  Creo que tienes razón. Fíjate en toda esa gente; están absolutamente fascinados con el espacio. No se centran en nada concreto, simplemente miran para todas partes, extasiados por lo que los rodea.

̶  Por cierto,…  ̶ advirtió de pronto Norte ̶  ¿sabes qué hora es?,  ¡casi las seis! Si quieres ver de qué se trata la sorpresa debemos volver al hotel. En una hora deberíamos estar listos para salir.

̶  ¿Cómo listos para salir? ¿A dónde vamos?

̶  Eso forma parte del juego. Solo te puedo decir que debes arreglarte un poco. ¿Trajiste algo?

Hizo la pregunta sabedor de que Francesca, a buen seguro, habría dispuesto en su equipaje algún conjunto que le permitiese salir airosa de una situación como la que acababan de proponerle.

̶  Pero ¿qué me dices?, me estoy empezando a poner nerviosa. ¿Me quieres decir a dónde vamos?

̶  Ya lo verás. Es una sorpresa. Y ahora, ¿ por qué no volvemos al hotel?

sábado, 26 de abril de 2014

Soñando con Shangri-La


Esperó pacientemente observando desde su butaca como el pasaje salía del avión.  El momento de levantarse se acercaba a medida que las filas se desalojaban con ordenada cadencia. Sabía que aún tardaría unos minutos en tocarle su turno así que cerró los ojos intentando desconectar unos instantes antes de iniciar la última etapa de su viaje. Por fin, los pasajeros de la fila inmediatamente anterior a la suya comenzaron a moverse por el largo pasillo que los conducía directamente hasta uno de los dos fingers acoplados al costado del enorme avión que, lentamente, vomitaban al exterior a más de doscientos cincuenta almas que, durante más de doce horas, habían atravesado el Atlántico en su interior.

Norte se incorporó tratando de desoír las dolorosas protestas de su espalda después de un largo período de inactividad y se preparó para hacer frente a la fresca temperatura reinante en la pista de Madrid-Barajas a esas horas de la mañana. El comandante lo había  advertido justo antes de comenzar la maniobra de aterrizaje. Calculó mentalmente la diferencia de temperatura entre el origen y el destino y, aun conociendo sobradamente esa sensación, no dejaron de sorprenderle los más de veinte grados de diferencia.

Tomó su mochila de mano y se dirigió a la salida, agradeciendo el esfuerzo de la azafata por mostrar una cálida sonrisa con la que despedía a cada uno de los pasajeros en la puerta del avión, a pesar de que su rostro también mostraba los efectos de una larga y accidentada travesía transoceánica. Todavía recordaba los gestos de preocupación de la tripulación de cabina y el pequeño revuelo que se montó cuando el comandante, en pleno vuelo y con casi todo el mundo durmiendo, preguntó por megafonía si entre el pasaje había algún médico que pudiese atender una emergencia.

Recorrió con calma los largos pasillos del aeropuerto mientras en su mente se materializaban algunos de los momentos vividos en su viaje. Los lugares que había visitado, las personas que había conocido, los momentos que había compartido y no pudo menos que esbozar una tímida sonrisa de satisfacción.

Necesitaba desconectar y lo había conseguido. Cuando hacía casi quince días se había subido al avión que lo condujo a Lima, Norte era un hombre diferente. Su estado de ánimo casi había llegado al borde de la depresión y la rutina del trabajo, en la que sin darse cuenta se había sumido, acrecentaba todavía más esa sensación. Por eso, cuando se encontró el anuncio en el periódico no lo dudó y se decidió a tomar unas cortas vacaciones.



Llegó al área de control de los pasaportes y comprobó que, a pesar de que su desembarque había coincidido con más vuelos internacionales, las filas destinadas a los viajeros con pasaporte comunitario se movían a buen ritmo.

De pronto recordó a Yesica y a Luis, la joven pareja  de Arequipa con los había coincidido en la avioneta en la que sobrevolaron los milenarios geoglifos de Nazca para comprobar desde los cielos que aquellas enormes líneas, las figuras antropomorfas y las numerosas representaciones de animales, existían de verdad. A pesar de haber estado apenas unas horas con ellos y compartido una ligera cena en el hotel de Ica donde hicieron noche, pudo percibir con total claridad su anhelo por iniciar su proyecto vital en Europa.



Y no pudo menos que esbozar una sonrisa pícara al recordar la noche en Pisco al compartir una generosa cantidad de aguardiente de pisco e historias hasta altas horas de la madrugada con Don Guillermo, de apellido Huyhua, el barman del hotel de origen aymara. También él intentó cuando era joven, cuando le sobraban ilusiones y energía, iniciar una nueva vida en el lado “afortunado” del mundo.

De igual forma le vino a la mente William el guía que le acompañó a la Reserva de Paracas, un biólogo enamorado de su profesión que también le confesó su deseo de venir a España a completar sus estudios de Ecología.  A todos ellos trató de contestarles con objetividad la larga lista de preguntas que le hicieron y los imaginó esperando pacientemente en fila de “no comunitarios” en busca de un futuro mejor.



Se dirigió rápidamente a la T4 y comprobó que su vuelo de enlace a Santiago de Compostela tenía, como estaba previsto, su salida anunciada para las diez de la mañana, así que compró la prensa nacional y buscó una cafetería tranquila  para leer con calma las noticias y saborear su primer café expreso en muchas horas.

Se acomodó en una zona de la cafetería provista de mullidos sillones, deleitándose con el intenso aroma a café antes de darle el primer sorbo. A esas horas de la mañana, después del largo vuelo, sintió como la bebida caliente y estimulante le activaba poco a poco las neuronas y como su mente comenzaba a funcionar de nuevo a pleno rendimiento.

Comenzó a leer el periódico por la última página. Era una manía que había adquirido, quizás en un intento de iniciar la lectura con las noticias más amables del día, antes de sumergirse en las desgracias que con seguridad los titulares la proporcionarían.

Y no se equivocó. A grandes titulares en la portada la prensa informaba de un gran terremoto en Perú, en concreto en la zona de Pisco. Leyó con atención la noticia que hacía hincapié en la violencia del mismo y al que se le atribuían 8,0 grados de intensidad, miles de damnificados, una destrucción casi total de la ciudad y un gran número de muertos. 

El semblante de Norte se transformó para pasar de un gesto de sorpresa en primer lugar a uno de incredulidad a medida que leía la noticia. Poco a poco fue consciente de que había podido ocurrir mientras él se encontraba allí pero, sobre todo recordó a Yesica y a Luis, a Don Guillermo y a William y de tantas otras personas con la durante esos días había compartido unos momentos.

Se preguntó que habría sido de ellos, si estarían bien, si habrían salido indemnes de la desgracia pero, sobre todo, si lograrían llegar al lado amable del mundo y cumplir sus sueños para vivir en un lugar en el que ellos creían que los problemas estaban prohibidos por Ley.

miércoles, 9 de abril de 2014

A Brasileira (II)... y final


En la entrega anterior Norte descubre sorprendido que quién lo convocó es una hermosa y elegante mujer a quién no conoce...

De pronto, Norte se sintió incómodo. El aplomo y la seguridad de la que hizo gala su interlocutora hicieron que vacilara unos instantes. Finalmente se recompuso y, tras un pequeño titubeo, buscó su mirada para desafiarla y se encontró con unos hermosos ojos verdes que al instante, sin mediar palabra, le respondieron al reto, aceptándolo.

Trató de buscar desesperadamente algún indicio, algo en su memoria, que le permitiera relacionar el mensaje que había recibido con aquella mujer que, por unos instantes al menos, estaba logrando desconcertarlo. 

- Disculpe, ¿ha sido usted la que me ha enviado el mensaje para que acudiera a una cita hoy y aquí?

Un leve gesto afirmativo le confirmó lo que ya parecía obvio, así que Norte continuó con su interrogatorio.

Tendrá que perdonarme pero no encuentro la relación ¿Nos conocemos?

En el rostro de Luzia se dibujó una sonrisa disimulada que intentaba ocultar lo mucho que estaba disfrutando por el desconcierto en el que le había sumido. Era como un juego en el que, por el momento, ella tenía la iniciativa y llevaba ventaja.


- No, nunca nos hemos visto. Sin embargo, es como si lo conociera desde hace mucho tiempo –contestó por fin, añadiendo una nota más de misterio a aquella conversación.

Confuso, Norte no acertaba a encontrar el nexo que lo relacionara con la elegante y hermosa mujer que lo había citado. Sin embargo a cada instante que pasaba su interés por Luzia aumentaba. La mezcla de belleza y audacia del que hacía gala lo tenía absolutamente fascinado.

- En realidad a quién conoce es a mi hermana –prosiguió tras un breve silencio-. ¿No le suena nada Margarida y Estoril?

De pronto todo comenzó a tomar forma y recordó a la encantadora muchachita que había conocido hacía…, ya no recordaba cuántos veranos en Estoril: Margarida, nieta del dueño, por aquella época, de A Brasileira.

- ¡Por fin!, por un momento creí que tendría que explicarle mi árbol genealógico. Margarida es mi hermana mayor –le contestó socarronamente mientras buscaba algo en su enorme bolso gris de Carolina Herrera.

Norte la miró perplejo buscando similitudes entre la bella mujer que estaba sentada frente a él y aquella jovencita que recordaba a pesar del tiempo transcurrido. Poco a poco un montón de reminiscencias evocadoras de aquel verano se agolparon en su mente.

- ¿Pero cómo? … ¡no puede ser! –acertó a contestar torpemente.

- Mi hermana me contó infinidad de veces unas maravillosas vacaciones en Estoril en las que conoció a un chico español que la fascinó. Durante años he sentido curiosidad y, muchas veces, me he preguntado que habría sido de él. Hace unos días me vine a pasar una corta temporada en la casa que todavía nuestra familia conserva aquí en Braga y, ordenando algunos libros, me encontré esto –dijo poniendo sobre la mesa del café una vieja libreta.

Norte miró desconcertado para el cuaderno esperando una explicación.

- Es un viejo diario de mi hermana de aquel tiempo –le aclaró mientras lo abría al azar por una de sus páginas-. Te puedo asegurar que has dejado una profunda huella en ella.

- Yo también recuerdo con mucho cariño aquel verano. Fue ya hace mucho tiempo. Y muchas veces he pensado que habría sido de aquella chica que desapareció de pronto sin darme ninguna explicación.

Luzia buscó en las páginas del diario hasta dar con la que buscaba y enseñársela a modo de prueba.


- En realidad yo era muy pequeña y no lo recuerdo pero al parecer un familiar próximo falleció de un accidente y mis padres ordenaron hacer las maletas y marcharnos… ¿“De la noche a la mañana” dicen ustedes? 

- En el cuaderno –continuó- encontré tus datos y, rastreando, parece que he logrado dar contigo así que me atreví a enviarte la nota. Te pido disculpas pero la curiosidad me ha podido.

- ¿Cómo disculpas?, me siento halagado. Pero ante todo ¿cómo le va a tu hermana?

- Muy bien. En estos momentos me imagino que en Londres. Vive allí desde hace años con su marido y sus dos hijos. Nos vemos con frecuencia ya que la familia de Alexander tiene una bodega de vinos de Oporto y él se ocupa de la distribución. De todos modos –sonrió- la comunicación telefónica entre nosotras es habitual. 

Sorprendido, Norte esperó unos instantes mientras ella lo observaba provocadoramente, disfrutando del desconcierto que había provocado en él. 

- Ahora –continuó - solo espero que no te hayas molestado.

- ¿Molestarme? –le contestó haciendo gala de nuevo de ese gesto pícaro que le caracterizaba-, en realidad solo espero que lo que le haya contado su hermana no haya sido fruto de la imaginación de una jovencita y que me permitas invitarte a cenar.