El colorido autobús frenó bruscamente, levantando una
polvareda que recubrió como una pátina su cuerpo sudoroso.
- ¿A La Antigua? - le preguntó el ayudante colgado
literalmente de la escalerilla de la puerta delantera del chicken bus; un viejo autobús escolar estadounidense, verdadera pieza de arte urbano, tuneado y reconvertido al transporte público. En el interior, el pasaje, tan colorido
como el ecléctico diseño de su carrocería, aguantaba estoicamente las
incomodidades del viaje, observando con curiosidad a aquel hombre blanco con aspecto de gringo que aguardaba
en la cuneta bajo un sol impenitente.
Confundido por el apremio del conductor se preguntó cómo
podría entrar un alma más en aquel “Camarote de los hermanos Marx”.
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