Cruzó el río Danubio por el Szabadság híd. Lo había visto en un
cartel y se sorprendió a si mismo intentando reproducir torpemente y a media
voz el sonido imposible del Puente de la Libertad en húngaro. Sonrió y
agradeció que Francesca no se encontrara con él en ese instante, porque sus
carcajadas podrían oírse en toda Budapest. Norte se sentía ridículo intentando chapurrear
uno de los idiomas más difíciles del mundo. Reproducir dígrafos como “sz”, “zs”
o “ty” le resultaba una tarea imposible y ella lo sabía; así que, sin duda, no habría
dejado escapar la ocasión para meterse con él.
A pesar de la intensidad de tráfico
de coches y tranvías que soportaba el puente, cruzarlo le resultó agradable. Lo
había visto desde lejos, pero ahora que caminaba por la pasarela para peatones
pudo observar de cerca la profusa ornamentación de escudos y aves mitológicas
que lo decoraban. Sin duda era una soberbia construcción eclipsada por la
popularidad del Puente de las Cadenas.
Nada más atravesar el puente se
topó con un hermoso edificio Art Nouveau que se levantaba a su derecha. Su incomprensible
e irreproducible nombre, Nagyvásárcsarnok, no le impidió que rápidamente
dedujera que se trataba de un mercado. A pesar de un buen grupo de turistas,
que cómo él, deambulaban por los alrededores, enseguida reconoció el ajetreo y
la animación propias de ese tipo de establecimientos.
Su origen, de una zona rural con
muchas vivencias de su juventud en torno al mercado de abastos de su pueblo,
indujo a Norte a entrar. Y, nada más hacerlo, le asaltaron una avalancha de recuerdos. Lo primero, lo que de inmediato reconoció fue
el ruido producido por la gente, los curiosos y los vendedores de los puestos. A
pesar de que obviamente nadie había pronunciado una sola palabra en su idioma
natal, reconoció ese murmullo típico de los mercados, ese rumor inconfundible
que produce el ejercicio de uno de los oficios más viejos de la humanidad: el
comercio.
Después el olor le devolvió
sensaciones y recuerdos olvidados durante muchos años. El olor inconfundible a
verdura fresca, a fruta, el olor de la
carne,… Y finalmente, la vista. Alineados con precisión geométrica las verduras
frescas contrastaban con los puestos de embutidos o los del pan. Y por todas
partes los puestos de paprika, con
sus coloridas ristras colgando por todas partes.
Deambuló sin rumbo, disfrutando
absorto de muchos de los puestos, olvidándose por unos instantes de su
condición de turista y comprobando como, a pesar de parecerse a todos los
mercados, conservaba la singularidad propia del lugar. Esa peculiaridad que
diferencia a cada uno de los mercados del mundo y que está impregnada de la
personalidad y la esencia del país y de sus gentes.
De pronto, los carteles con los irreproducibles
nombres en húngaro de los productos dejaron de parecerle extraños y, por unos
instantes, se sintió transportado a otras épocas, cuando todavía visitaba casi
a diario el mercado de abastos de su pueblo.
Qué lugar tan mágico y tan increíble. Me encanta.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz semana, amigo Norte.
Así son los mercados,... mágicos e increíbles,...
EliminarGracias por tu tiempo!
Me encanta el Mercado Central de Budapest, especialmente su planta calle, cuando estuve me pareció que conservaba muy bien su identidad a pesar de estar en un sitio céntrico de una ciudad muy turística. Recuerdo que compré un queso típico y nos gustó mucho.
ResponderEliminarEn algunos pueblos cercanos al lago Balatón, había fachadas de casas completamente cubiertas de ristras de paprika. Un placer leerte Norte.
Saludos viajeros.
Menudo juego dan las ristras de paprika para la fotografía,... jajaja, a Norte le fascinaron. Y sí que tienes razón de que a pesar de tratarse de una ciudad muy turística su mercado central conserva ese halo de autenticidad.
EliminarBuen fin de semana!