En el horizonte, flotando sobre
las aguas frías y azules del Océano Atlántico, vislumbró al fin “Las islas de
los Dioses” como las denominó el astrónomo, geógrafo y matemático griego
Ptolomeo.
- Ahí las tienes -le indicó Norte señalando en el horizonte el
lugar donde emergían, ajenas a todo. Con la insolencia de saberse deseadas,
sentidas como las más hermosas.
Desdibujadas por la bruma que las transfiguraba hasta parecer irreales,
etéreas, inalcanzables para la mayoría de los mortales.
- Son mucho más hermosas de lo
que me las imaginé –respondió Francesca, estremeciéndose sin saber muy bien si
era a causa de la fría brisa marina o de la visión de la mole granítica del
archipiélago de las Islas Cíes levantándose en medio del océano y desafiando
las más elementales leyes de la física.
- ¿Te das cuenta?, parece uno de
esos lugares señalado por los dioses. Es
como la expresión misma de algo sagrado que acaba transformándose en ritos,
mitos y leyendas con el paso del tiempo.
A medida que la embarcación los
acercaba, los detalles se fueron dibujando con más nitidez. El Faro, que coronaba
la Isla del Medio, comenzó a ganar protagonismo con su zigzagueante carretera
de acceso que semejaba un gigantesco petroglifo esculpido en la ladera rocosa.
La playa de Rodas, de fina arena blanca, producto del cuarzo meteorizado por
miles de años de trabajo lento y paciente del agua y el viento, comenzaba a
anticipar sus aguas de un intenso color verde esmeralda que contrastan con el
azul del lago interior. Más allá, por encima del verdor de la vegetación y de
las laderas graníticas, un cielo azul que se perdía en un horizonte infinito. Y
por todas partes el sonido del viento y el mar, en una sinfonía eterna que no
había dejado de sonar desde el principio de los tiempos.
- ¿Te imaginas a Julio César desembarcando en esta playa? –preguntó Francesca en alusión a la leyenda que lo situó en estas islas en su persecución de los Herminios, mientras contemplaba absorta las aguas de color esmeralda e intentaba visualizar la escena del general romano caminando por aquella playa.
- Y piratas normandos y Francis
Drake –le respondió Norte mientras se disponía a desembarcar-. A lo largo de la
historia las islas fueron arrasadas y utilizadas por todo tipo de corsarios.
Por fin, tras un atraque suave,
saltaron a tierra y comenzaron a caminar. A medida que se alejaban de la playa
de Rodas el número de personas disminuyó, hasta tal punto que cuando comenzaron
la ascensión se encontraban ya totalmente solos, remontando un sendero rodeado
de pinos. Necesitaban ganar altura, elevarse para encontrar la perspectiva que
le permitiera deleitarse con la contemplación de un paisaje único y
paradisíaco.
Finalmente la vegetación
desapareció para dar paso a una senda rocosa de piedras modeladas por el viento
que los llevó al Alto del Príncipe. Desde allí pudieron por fin contemplar una
panorámica única. Hacia poniente, con el Océano Atlántico de fondo, los
abruptos acantilados de que se elevan hasta los 100 m de altura, soportando los
embates de un mar pertinaz y obstinado, empecinado en meteorizar las islas
hasta hacerlas desparecer.
Y hacia el Este, al abrigo de los
vientos y las corrientes marinas, las aguas tranquilas y transparentes de la
playa de Rodas, el lago y la vegetación exuberante, en una antítesis con el
paisaje agreste y desnudo de la cara Oeste.
- Ahora comprendo las llamaron “Las islas de Los Dioses” –afirmó Francesca antes de sentarse en la “Sillita
de la Reina”.
Me ha encantado tu reportaje y tus fotos. Es isla de Dioses. Un abrazo.
ResponderEliminarVerdad?,... me alegro que te haya gustado. Gracias por tu tiempo Mamen!
Eliminar...então, Norte e Francesca visitaram o paraíso!
ResponderEliminarMaravilhoso, simplesmente!
Obrigada por compartilhar tamanha beleza,
um beijo.
Muito obrigado por acompanhar o Norte em suas viagens.
EliminarCuide-se bem!