A medida que el avión se elevaba,
el paisaje se transformó hasta convertirse en una enorme alfombra en donde los
prados encajaban a la perfección en las parcelas arboladas como si se tratara
de las piezas de un puzle gigantesco. De pronto las nubes algodonosas, lo
ocultaron todo y, tras unos segundos inmersos en una claridad lechosa y etérea,
la aeronave emergió como un enorme cetáceo sobre el océano.
Unos minutos más tarde el avión
estabilizó su altura y Norte se acomodó en su asiento dispuesto a dejar
trascurrir apaciblemente las casi dos horas de vuelo que le llevarían a su
destino. Por encima, el cielo azul
intenso contrastaba con la superficie algodonosa y blanca del mar de nubes que
el avión sobrevolaba y que, en cierto modo, invitaba a caminar sobre él.
Tomó la revista de la compañía
aérea y la ojeó al azar en busca de un artículo que lo entretuviera un rato.
Una escapada a París, unas vacaciones al sol en un país caribeño, consejos para
un vuelo más confortable y, de pronto, una sección que nunca había visto. La
titulaban “Tú escribes la historia…” y tras ese epígrafe una pequeña frase impresa
que trataba de ser el inicio de un relato.
Norte leyó la frase primera frase
sorprendido:
“¿Me permite por favor?”
Bajo ella un texto manuscrito,
conformado por diferentes caligrafías, daba continuidad a la historia. Norte se
esforzó para imaginar qué pondría él a continuación, pero la curiosidad le pudo
más y enseguida desistió para comprobar la primera aportación que se había hecho
al texto.
Con una letra picuda alguien
había escrito un párrafo bajo la primera frase:
“- Lo siento señorita, esto está repleto de gente –le contestó él levantándose y tendiéndole la
mano para ayudarla a sortear los últimos
obstáculos antes de ofrecerle un sitio justo a su lado.”
Norte, cada vez más interesado
hubo de hacer un esfuerzo para entender el siguiente párrafo. Con un tipo de
escritura que a Norte le pareció de médico, en las que faltaban letras y tras ciertas
dudas en algunas de las palabras, logró comprender su significado.
“Dando un pequeño salto, llegó por fin junto a él.
- ¡Muchas gracias!, qué difícil ha sido acercarme hasta aquí, pero creo
que ha valido la pena –agradeció ella admirando de cerca y casi sin obstáculos
la monumental fuente.”
Cada vez más sorprendido, Norte
continuó leyendo. Esta vez le tocaba el turno a una letra redonda y muy clara
que no tuvo dificultad en entender.
“Pequeñas cascadas caían en el pilón inferior formando cortinas de agua
y refrescando un poco el sofocante calor que había en la plaza.
- ¿Había venido antes? –preguntó él, fascinado por la belleza de
aquella mujer.
- No, nunca había estado aquí y si no fuese por la aglomeración de
gente, posiblemente me hubiese pasado desapercibida –contestó con un acento
nórdico.”
El último párrafo, escrito con
una bella caligrafía, clara y precisa tampoco ofrecía dificultad alguna.
“Tras unos minutos en absoluto silencio admirando la fuente, se
despidió, dejando un rastro de perfume absolutamente embriagador.
- Me voy, me esperan y llego tarde.”
Norte no lo pudo resistir, así
que tomó su pluma en el bolsillo interior de su chaqueta y se dispuso a
escribir el final de aquella historia compartida en los dos últimos renglones
libres que quedaban…
“La vio marcharse sorteando los cientos de personas sentados en las
gradas en torno a La Fontana de Trevi. Y se la imaginó en medio de la fuente,
como si fuese Anita Ekberg en La dolce vita gritando… ¡Marcello!, Marcello!”
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