sábado, 8 de agosto de 2015

El evocador de recuerdos


El tiempo, y quizás las circunstancias, habían convertido a Norte en un evocador de recuerdos. Comenzó casi sin darse cuenta, de una manera muy sutil, rememorando en sus largos períodos de soledad pequeños flash de vivencias pasadas. Al principio necesitaba un catalizador, un pequeño impulso en su interior que desencadenase el proceso.

Normalmente requería abrir la carpeta con las fotos de uno de sus numerosos viajes que guardaba celosamente en su ordenador y con la simple visión de las instantáneas que había realizado, en su mente se agolpaban los recuerdos,  evocaciones de todo tipo que iban desde la visita a un monumento destacado hasta precisar la meteorología que lo acompañó o alguna anécdota ocurrida durante el mismo.

Más tarde, quizás por la práctica que iba adquiriendo, le bastó con visualizar un objeto, una situación que le recordase algún fragmento de su existencia para activar el mecanismo que le permitía volver a evocar pasajes completos vividos en anterioridad.

Pero últimamente se había percatado que podía activar ese mecanismo a voluntad. Es decir que le bastaba con desearlo para que en su mente desfilasen los fotogramas de lo ocurrido. Imágenes, sensaciones, olores y sabores eran percibidos como reales, deleitándose con su recuerdo.

Tanto había perfeccionado su método que Norte podía despertar sus recuerdos no solo cuando lo deseara, sino también allí donde se le antojara.  Y así comenzó un juego que lo llevó a poner en práctica su poder evocador en los escenarios más dispares, situaciones que podían ir desde un viaje en solitario en cualquier medio de transporte hasta activar su singular capacidad en plena reunión de trabajo.

Fue precisamente durante una aburrida reunión en su oficina cuando decidió, una vez más, poner en marcha su capacidad evocadora. Fue como, si de pronto, se desdoblara y el Norte sensato y eficiente se quedara discutiendo los sesudos y aburridos informes que había sobre la mesa, mientras que el otro Norte, el Norte bohemio y soñador se evadía por Lisboa.


Y de repente se encontró callejeando en un paseo inacabable por sus calles, a veces caóticas, a veces cartesianas, de adoquines descolocados que se precipitan al río Tajo, en cuyas aguas se refleja la luz cautivadora y única que ilumina toda la ciudad. Al fondo el icónico Puente 25 de Abril, puerta de entrada, o de salida según se mire, a un océano poderoso y azul que forma parte indisoluble de la ciudad y de su historia. 


- ¿Estás de acuerdo?

- Pues no del todo -contestó Norte tras una pequeña vacilación, producto quizás de su precipitado regreso de las calles lisboetas-.  Tened en cuenta estos otros datos. Lo más fácil es que no tengamos tiempo suficiente para terminarlo este año.

Y mientras sus compañeros realizaban rápidos cálculos sobre la observación que había hecho sobre la duración del proyecto, el tram tram del tranvía 28 girando justo frente a la Sé le obligó a Norte a buscar cobijo en una de las estrechas aceras que ascendían trabajosamente desde La Baixa, justo frente a una pequeña mercería que se mantenía impertérrita al avance de los tiempos y que alimentaba el continuo coqueteo de los lisboetas de lo provinciano con lo cosmopolita.


- ¿Un café? – le ofreció uno de sus compañeros mientras hacían un pequeño receso en la reunión.

Y de pronto, el aroma intenso y penetrante del café lo trasladó al ambiente bohemio de  O Chiado, como antesala del Barrio Alto, moderno y alternativo. Porque Lisboa es la ciudad de Pessoa.

“Se, depois de eu morer, quisierem escrever a minha biografia,
Nāo há nada mais simples.
Tem só duas datas -a da minha nascença e da minha morte.
Entre uma e outra coisa todos os días sāo meus.”

“Si después de yo morir quisieran escribir mi biografía,
no hay nada más sencillo.
Tiene sólo dos fechas -la de mi nacimiento y la de mi muerte.
Entre una y otra todos los días son míos”.
Fernando Pessoa

Y también Lisboa es la ciudad de  las fachadas desconchadas, de tabernas y de iglesias, de pequeños comedores tradiciones y modernos  restaurantes, de garitos de fado. Por eso Lisboa es moderna y tradicional, decadente y encantadora.


Por todo eso, Lisboa también es la ciudad donde se evocan los recuerdos.

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