sábado, 17 de octubre de 2015

El sueño incumplido


Mientras esperaba a que Cecilio volviese a recogerlo, Norte caminaba por la angosta y serpenteante carretera disfrutando del paisaje volcánico y apocalíptico de las montañas que comprimían las escasas, pero fértiles tierras del Valle de Paúl en la isla de Santo Antao en el archipiélago de Cabo Verde.

En las cumbres, la niebla se deshacía en girones ocultando el azul del cielo y la vegetación exuberante y profusa tapizaba las laderas casi verticales de las montañas, proporcionando un hermoso telón de fondo a la caña de azúcar que florecía en los exiguos retazos de parcelas agrícolas, en terrazas que los caboverdianos habían logrado levantar en una lucha inmisericorde e inquebrantable contra la ley de la gravedad.


Al borde mismo de los cauces de los torrentes, un puñado de casas construidas con piedra volcánica y cubiertas por la paja seca de la caña de azúcar que crecía a su alrededor daban una pincelada humana a aquel lugar donde la naturaleza desbordaba con una exuberancia de la que solo ella era capaz de mostrar.


Al fondo, sentado sobre el muro de piedra que delimitaba la ondulante carretera, Norte descubrió por fin el elemento humano, el componente que le faltaba para conformar la escena de una comunidad rural dedicada a la agricultura.

Cuando el todoterreno de Cecilio se detuvo a su lado para recogerlo, Norte se encontró con el rostro sereno de su guía observándolo a través de la ventanilla del automóvil. Su carácter afable y hospitalario hizo que enseguida se estableciese entre ambos un clima de cordialidad y confianza.

- Conoces a ese hombre que está sentado ahí delante –preguntó Norte nada acomodarse en el asiento delantero.

- No, no lo conozco –respondió Cecilio tras unos instantes de observación- con toda seguridad se trata de un agricultor de la zona que está pasando el tiempo. Mucha gente de estos lugares siente, como dice el poeta Jorge Barbosa, una “nostalgia resignada de países lejanos


- ¿A qué te refieres?  

- La vida aquí es extremadamente dura –continuó Cecilio en una especie de monólogo reflexivo al que Norte ya se había acostumbrado- y la mayoría de los caboverdianos piensan obsesivamente en emigrar. Todos tienen algún familiar que vive en países lejanos y en ellos tienen depositadas todas sus esperanzas.

Nada más decir estas palabras, Norte rememoró a alguno de los compatriotas de Cecilio que había llegado a conocer. Sonrió al recordar al taxista que lo había llevado al aeropuerto en Boston, o a la extensa comunidad de caboverdianos que vivía en Burela, una localidad de Galicia.

- Pero para otros muchos –continuó Cecilio tras una pequeña pausa- esta añoranza se transforma en un sueño incumplido. La falta de dinero para iniciar una nueva vida o simplemente de carecer de la valentía para hacer las maletas y emigrar se transforma en un muro infranqueable más difícil de saltar que el océano que nos rodea.

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