«Quizás no sea lo más cerca del cielo que uno pueda estar pero sí lo más
cerca del cielo que uno se puede sentir»
̶ pensó Norte nada más traspasar el dintel de la puerta en la que
remataban las tortuosas escaleras de caracol que lo condujeron a los techos de
la catedral de Milán.
Allá abajo, cientos de liliputienses transitan atareados en torno a ella. Y
allá arriba, meciéndose con suavidad sobre el abismo, …un bosque de agujas,
gárgolas, contrafuertes y estatuas surgió ante él.
A medida que Norte ascendía, sintió una sensación cercana a volar,... era como
si pudiese elevarse sobre aquellos pináculos que parecían sostener el firmamento y sobrevolarlo surcando los cielos.
Desde aquella majestuosa maraña tejida en piedra, la ciudad continua
latiendo a su alrededor, rendida a sus pies.
Todo a la sombra de la representación hermosamente bella de la Madonnina, reinando
entre el cielo y la tierra.
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