Navegaba a bordo de una «albuferenc» surcando las aguas de la laguna rizadas por el viento. Era como en un sueño consciente. Era como hacerlo sobre un muestrario infinito de espejos que producen un sinfín de imágenes reflejadas, con sus brillos instantáneos detenidos en el tiempo.
Norte no podía más que seguir maravillándose de estar ahí, de disfrutar de ese silencio y de ese espacio que le proporcionaba el entorno único de La Albufera de Valencia
A medida que la embarcación se adentraba lentamente por los canales bordeados de cañas y aneas que se movían acariciados por el viento, la luz y el silencio que todo lo invadía, lo invitaba a la reflexión pero, sobre todo a la admiración de un universo de luz y de color.
Un universo de garzas, avocetas, cigüeñuelas, ánades, flamencos… que conforman una comunidad de seres vivos que se refleja, como en un sueño
consciente, sobre las aguas de la laguna.
Imágenes que se desvanecn al amparo de las ondulaciones del agua, dando
forma a un lugar de una belleza etérea, casi mística, que solo la naturaleza es
capaz de conseguir y ,como si se tratase de un sueño consciente, se deja llevar
por la cadencia de un medio arrebatadoramente bello.
Un medio al que la tradición se aferra y se adapta para transformar meros espacios en lugares habitados, como lleva sucediendo desde hace cientos de años.
Y cuando se da bruces con la enormidad de la laguna, Norte repara que todo aquel universo mágico que acababa de vivir y sentir, se hallaba tan solo a unos kilómetros de la ciudad de Valencia. En ese instante, como en un sueño consciente, se cierra el paréntesis en el cual la naturaleza y la tradición se dan la mano.
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