Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Allí, en lo más alto de
la peña en la que se encaramaba Calatañazor, un viento frío y seco que recorría
todo el páramo le obligó a parapetarse tras uno de los derruidos muros de lo
que quedaba de un castillo del siglo XIV.
A sus pies una extensa llanura de campos arados, orlada de
viejos sabinares, destacaba sobre un
horizonte gris plomizo en el que, a pesar del frío, dos enormes buitres
evolucionaban en el aire sin mover una sola de sus plumas, como si estuviesen
suspendidos desde el cielo por invisibles hilos.
Se quedó allí un buen rato, contemplando absorto el hermoso
paisaje que le regalaba aquella región soriana en otoño, acompañado solo por el
ruido del viento impenitente que se colaba por cada resquicio de su ropa.
Era precisamente por esas tierras dónde, las crónicas y la
tradición popular, situaban la supuesta batalla de Calatañazor, catalizadora de
la derrota definitiva de Almanzor. Y aunque existen muchas dudas sobre el
verdadero desenlace de la batalla, lo cierto es que los reinos cristianos la
aprovecharon para espolear y dar ilusión a un pueblo aterrorizado por las
incursiones árabes y dar un impulso definitivo a la reconquista. Y una sonrisa se
dibujó en el rostro de Norte al pensar que la importancia de los medios de
comunicación no era un invento reciente. Y también se dio cuenta del acierto
del “lema publicitario” de la época, digno de las mejores agencias de
comunicación actuales: “Calatañazor, donde Almanzor perdió el tambor”, en
alusión al fin de su estrella de la suerte.
Habían pasado más de quince años desde que había ido a aquel
lugar por primera vez y se sentía francamente sorprendido del trabajo de
restauración que se estaba realizando. Las numerosas casas semiderruidas que
había visto en su primera visita habían
sido reconstruidas, invitando a callejear y perderse por las callejuelas
medievales, jalonadas de una arquitectura popular de barro y madera, iglesias
románicas y un entorno natural único.
Muchas veces Norte había pensado que ocurriría si le faltase alguno de los cinco sentidos. ¿Qué habría ocurrido si careciese de la
vista?,¿cómo podría admirar todo aquello?. La mejor y más precisa descripción
sería incapaz de igualar, ni siquiera remotamente a lo que sus retinas captaban
a cada instante con sus infinitos matices de color.
¿Cómo podría completar aquel cuadro sin integrar el zumbido
del viento?, ¿sin la sensación de tocar aquellas piedras centenarias?, … Y de pronto se dio cuenta de la importancia de
cada uno de ellos y de la inmensa suerte que había tenido al recibir ese
regalo. Y no se estrañó que Orson Welles o Julián Marías se dejasen seducir por
Calatañazor.
Hermosas fotos, excelente relato!
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios, Calatañazor es un lugar verdaderamente hermoso,... repleto de bellas imágenes...
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