Encendió la pequeña lámpara
articulada que tenía justo en el cabezal de la cama y un frío círculo de luz
azul se formó sobre la mesilla. Una noche más, el insomnio había ganado la
batalla y Norte se rindió sin condiciones sabedor de que no podría vencerlo.
Comprobó la hora en su teléfono móvil y suspiró. Un suspiro largo y sonoro,
proporcional a las horas que faltaban para amanecer.
Se mantuvo un largo rato quieto,
con los ojos muy abiertos, intentando reconocer las formas de la habitación. Una
butaca de la que fue incapaz de reconocer el tapizado, una cómoda en la que
destacaban los tiradores de metal de los cajones, el perfil de la enorme
pantalla de la TV que presidía la estancia,… y silencio, un silencio denso y
profundo que le recordaba la soledad en la que se encontraba en aquella ciudad.
Volvió a suspirar y tomó libro
electrónico que descansaba sobre la mesilla. Lo encendió y de inmediato
apareció en la pantalla la página donde lo había dejado unas horas antes, antes
de caer en la somnolencia química que le proporcionó la pastilla que se había
tomado.
Se acomodó y, poco a poco, a
medida que leía fue recordando la trama. Se trataba de una novela de un autor
desconocido que había bajado de internet unos días antes del viaje y que le
había llamado la atención por su título:
“Abrí la pequeña bolsa de papel que contenía el libro y un pequeño
marcador salió volando caprichoso, realizando acrobacias imposibles, hasta
perderse bajo la mesilla. La penumbra que reinaba en la habitación me impedía
ver dónde había caído así que encendí la pequeña lámpara articulada que se
situaba estratégicamente en la cabecera de la cama y enfoqué su luz azul, fría
e intensa, hacia el suelo.
Bajo la mesilla y pegado al zócalo, descansaba el pequeño marca páginas
que la dependienta debió introducir, a modo de regalo, junto con el libro en la
bolsa de papel. Creo que todavía conservo ese marcador,… seguramente entre las
páginas de ese mismo libro. Se trataba de la reproducción de una sección de un
cuadro de Sorolla, que reconocí al instante, con una cita de Florance
Nightingale: “Lo importante no es lo que nos hace el destino, sino lo que
nosotros hacemos de él”. Ese marcador fue el detonante de los sucesos que me
ocurrieron a partir de entonces,... ¿o en realidad lo fue la dependienta al
decidir añadir ese pequeño detalle a la bolsa de un cliente anónimo que la
trató con amabilidad y una sonrisa, haciendo más llevadero su monótona labor
diaria?,… ¿o quizás la causante fue la compañera de la dependienta que unos
días antes le pidió el cambio de turno para resolver un asunto personal?,… o
¿los sucesos habrían ocurrido de igual modo aunque no hubiesen añadido ese
pequeño detalle de la asociación de libreros, pensado para incitar a la lectura
pero que, curiosamente, solo se le regalaba a quien compraba un libro?
Me agaché para recogerlo y fue entonces cuando me llamó la atención
otro objeto. Allí encajado, escondido por la mesilla y el canapé de la cama,
alojado en el pequeño resquicio que se abría entre el zócalo y la pared, se
encontraba una pequeña pieza rectangular que difícilmente se podía distinguir
ya que apenas sobresalía unos milímetros. Me agaché curioso, para observarlo
con más detenimiento e intenté extraerlo con cuidado. Mis esfuerzos fueron en
vano ya que fui incapaz de sacarlo de allí sin correr el riesgo de rasgarlo o
romperlo debido a lo encajado que se encontraba.
Recordé entonces que en mi neceser tenía un pequeño cortaúñas que
podría emplear a modo de pinzas. Moví el brazo articulado de la lámpara para
enfocar con más precisión el objeto y me arrodillé dispuesto a extraerlo y
satisfacer mi curiosidad.
Acerqué el pequeño instrumento de metal a uno de los extremos y, con
mucho cuidado para no cortarlo, apreté ligeramente y arrastré lentamente, acompañándolo
con pequeños movimientos de vaivén, hasta lograr moverlo unos milímetros.
En cuanto pude realizar la operación con mis dedos, tiré lentamente
para comprobar sorprendido que, en realidad, el objeto se trataba de un pequeño
bloc de muy pocas páginas, cuidadosamente elaborado, que contenía dibujos de
pequeñas flores multicolores y textos intercalados entre ellas”. (“La
mujer que miraba las estelas de los aviones”. A. Rodríguez, 2013)
Durante unos breves instantes,
Norte dejó la lectura quizás confundido por el pasaje que acababa de leer y,
curioso, se levantó para inspeccionar la habitación. Lamentablemente, a pesar
de la búsqueda minuciosa, no encontró nada que pudiese marcar el principio de
una aventura y resignado, y quizás un poco decepcionado, se acercó a la
ventana. Desde allí la ciudad de Boston resplandecía en un derroche de luz
propio del primer mundo, iluminando miles de historias. Historias increíbles y
vidas corrientes que se entremezclaban para escribir el día a día de la ciudad.
Sin palabras..por q tendria mucho q decir...precioso es quedarse corto
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