sábado, 28 de febrero de 2015

Volando sobre el mar


Nada más izar la mayor el barco escoró y, una vez más, Norte revivió ese momento mágico y sorprendente en el que el ruido del viento en las velas y  la proa cortando el mar se apodera de uno. La caña del timón le transmitió la tensión del viento y del mar en un juego de fuerzas imposible que le obligó a mantener con firmeza el rumbo. Mientras, una estela de espuma blanca comenzó a formarse tras la popa del barco, destacando sobre el azul intenso que ese día mostraban las aguas cargadas de plancton de la Ría de Arousa.


A su lado, atenta a las indicaciones, Francesca disfrutaba de esa sensación única, una mezcla resultante de alcanzar un estado de comunión con la naturaleza y de libertad que se produce cuando se apagan los motores; es entonces cuando uno debe enfrentarse con sus propios medios al desafío que representa navegar contra el viento. Parapetada tras sus gafas, su cabello libraba una dura batalla contra el viento que aumentaba a medida que salían de la protección que les proporcionaba Punta Cabío. Le gustaba observarla en esos momentos en los que rebosaba felicidad por cada poro de su piel. Era cuando más hermosa la encontraba. Mientras, el sol comenzaba a precipitarse por el Oeste y la luz dorada del atardecer empezaba a inundarlo todo, también su rostro.


Norte cazó la driza de la mayor, corrigió el rumbo y, de nuevo, la escora aumentó ligeramente y percibieron que la velocidad del barco se incrementaba.

- Abre el stopper del enrollador. ¡Vamos a izar el génova! –advirtió Norte a una Francesca que reaccionó de inmediato con movimientos seguros, preparándose para los efectos que la maniobra produciría sobre la estabilidad de la embarcación.

De pronto la enorme vela se desplegó hinchándose con el viento que entraba por la amura de estribor y barco reaccionó incrementado su velocidad hasta superar los 9 nudos. Muy cerca de ellos otros veleros se deslizaban sobre el agua, surcando el mar, como si fueran enormes aves a punto de levantar el vuelo.


- ¡Caza la escota! –gritó Norte al advertir que la vela recién desplegada flameaba ligeramente mientras volvía a corregir el rumbo.

El barco comenzó entonces a navegar. Las olas aumentaban de tamaño a medida que se adentraban en el canal central de la ría haciendo cabecear la embarcación y recibiendo los espumarajos de un mar cada vez más crispado. Se trasladaron a estribor para tratar de compensar la escora; ahora frente al costado de babor,  la Illa de Arousa con el Faro de Punta Cabalo y, en el horizonte la isla Rúa primero y, más allá, la isla de Sálvora marcando el límite de la Ría; después el Océano Atlántico con toda su fuerza y belleza.

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