Nada más izar la mayor el barco
escoró y, una vez más, Norte revivió ese momento mágico y sorprendente en el
que el ruido del viento en las velas y
la proa cortando el mar se apodera de uno. La caña del timón le transmitió la tensión del viento y del mar en un juego de fuerzas imposible que le obligó a
mantener con firmeza el rumbo. Mientras, una estela de espuma blanca comenzó a
formarse tras la popa del barco, destacando sobre el azul intenso que ese día
mostraban las aguas cargadas de plancton de la Ría de Arousa.
A su lado, atenta a las
indicaciones, Francesca disfrutaba de esa sensación única, una mezcla resultante de alcanzar un
estado de comunión con la naturaleza y de libertad que se produce cuando se
apagan los motores; es entonces cuando uno debe enfrentarse con sus propios medios al desafío que
representa navegar contra el viento. Parapetada tras sus gafas, su cabello
libraba una dura batalla contra el viento que aumentaba a medida que salían de
la protección que les proporcionaba Punta Cabío. Le gustaba observarla en esos
momentos en los que rebosaba felicidad por cada poro de su piel. Era cuando más
hermosa la encontraba. Mientras, el sol comenzaba a precipitarse
por el Oeste y la luz dorada del atardecer empezaba a inundarlo todo,
también su rostro.
Norte cazó la driza de la mayor, corrigió
el rumbo y, de nuevo, la escora aumentó ligeramente y percibieron que la
velocidad del barco se incrementaba.
- Abre el stopper del enrollador.
¡Vamos a izar el génova! –advirtió Norte a una Francesca que reaccionó de
inmediato con movimientos seguros, preparándose para los efectos que la
maniobra produciría sobre la estabilidad de la embarcación.
De pronto la enorme vela se
desplegó hinchándose con el viento que entraba por la amura de estribor y barco
reaccionó incrementado su velocidad hasta superar los 9 nudos. Muy cerca de
ellos otros veleros se deslizaban sobre el agua, surcando el mar, como si
fueran enormes aves a punto de levantar el vuelo.
- ¡Caza la escota! –gritó Norte
al advertir que la vela recién desplegada flameaba ligeramente mientras volvía
a corregir el rumbo.
El barco comenzó entonces a
navegar. Las olas aumentaban de tamaño a medida que se adentraban en el canal
central de la ría haciendo cabecear la embarcación y recibiendo los espumarajos
de un mar cada vez más crispado. Se trasladaron a estribor para tratar de
compensar la escora; ahora frente al costado de babor, la Illa de Arousa con el Faro de Punta Cabalo
y, en el horizonte la isla Rúa primero y, más allá, la isla de Sálvora marcando
el límite de la Ría; después el Océano Atlántico con toda su fuerza y belleza.
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